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Anita, la fiscal a la que seis policías subestimaron y que los metió presos por corrupción

Quienes la conocen contaron cómo trabaja la mujer que lideró la investigación
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31 de mayo de 2019 a las 12:33

Le tomaban el pelo: le decían que no tenía nada, que no había pruebas para incriminarlos. Era martes y la fiscal Ana Rosés estaba interrogando a los investigadores policiales de Montevideo que habían sido detenidos el día anterior por corrupción. Los policías tenían entre 20 y 30 años de trayectoria y hasta entonces se dedicaban a investigar los delitos del oeste de la capital, una de las zonas donde actúan los delincuentes más pesados del país.

“Ella es flaquita, menuda, y capaz pensaron que podían pasarla por arriba”, dice William Rosa, amigo de Rosés, con quien trabajó hombro con hombro durante seis años cuando ambos eran fiscales adscriptos de Las Piedras.

Hoy, Rosa, que dice que habla "todos los días" con su amiga, se ríe. “Si buscaban eso, iban por mal puerto”.

Fueron por mal puerto.

Anita –como le dice William y sus amigos– es fiscal de Rosario, una ciudad de poco más de 10.000 habitantes de Colonia. Según pudo saber El Observador, al ver que los policías intentaban subestimarla, se enojó y dio por terminado el interrogatorio. Eso les costó caro: al otro día les tiró el Código Penal por la cabeza.

Les imputó cinco delitos.

Durante la audiencia del miércoles, Rosés se encargó de repetir varias veces la lista: extorsión, peculado, privación de libertad y domicilio y asociación para delinquir. Y si no fuera por el juez Sebastián Amor, la fiscal tenía uno más: abuso de funciones. El magistrado se lo negó, y ella apeló, solo para que un Tribunal de Apelaciones lo incluyera en la lista.

En el banquillo de los acusados había tres oficiales y tres agentes del escalafón bajo del departamento de investigaciones de la Zona Operacional IV de la capital que, junto con otros cuatro colegas que Rosés sigue investigando, planearon una maniobra que tenía por objetivo robar $ 500 mil. 

El 22 de mayo fueron hasta la ciudad coloniense para buscar a un hombre a quien extorsionaron y amenazaron para que les diera el monto que pretendían. Lo llevaron contra su voluntad hasta Montevideo, lo tuvieron encerrado diciéndole que manipularían pruebas en su contra para condenarlo por dos delitos salvo que les diera la plata, y en ese caso “limpiarían” todo lo que supuestamente lo incriminaba. La víctima aceptó el acuerdo y les entregó $ 275 mil.

La fiscal tenía pruebas. Varias: leyó mensajes de WhatsApp entre los imputados en los que discutían cómo repartirse el dinero; contaba con varios testigos, la declaración del denunciante y cámaras de seguridad. Pidió 150 días de prisión preventiva que el magistrado aceptó en su totalidad, cuando es común que los jueces acepten pero concedan menos días.

“Hay que tener mucha valentía para hacer lo que hizo: son personas que trabajaban con nosotros todo el día”, dice Rosa, que hoy es fiscal adscripto de Montevideo y ha investigado junto con los ahora imputados.

Meticulosa

Ana Rosés tiene 33 años y poco más de seis de experiencia, una corta carrera que para varios no se notó: el coraje y la solvencia jurídica que demostró en este caso, según coinciden operadores judiciales, se coronó con declaraciones a la prensa que muchos destacan por su seguridad y claridad y en las que explicó con sencillez uno de los casos más complejos que le tocó en su carrera.

Pero no tuvo pocos, recuerda su antigua jefa, Silvia Pérez, que fue fiscal titular de Las Piedras y que, entre 2013 y 2018, los dirigió a ella y a Rosa. “Para empezar a foguearse, Las Piedras es muy complicada, hay muchos homicidios, rapiñas violentas, drogas y mucho abuso sexual”, dice Pérez.

En esos años, el fiscal Rosa disfrutó la virtud de su colega de “organizar las cosas de modo de hacerlas visibles” y facilitar así el descubrimiento “de las personas que participaron en los crímenes, qué relación tenían y qué hacía cada uno”. Una meticulosidad que entiende que se debía a su doble profesión de abogada y escribana, algo que no es común en los fiscales.

“Estudiaba escribanía cuando es una profesión que nosotros no ejercemos, pero ella siempre apostó a la formación y siempre fue muy estudiosa: cuando no sabía algo, iba a los textos y lo estudiaba: siempre dedicó muchas horas al trabajo”, dice Pérez. Además, destaca otra cosa: Rosés hizo cursos en Argentina y en Chile meses antes de la puesta en funcionamiento del nuevo Código del Proceso Penal para prepararse para el nuevo marco normativo que dio a los fiscales por primera vez el rol de investigadores.

Sin contemplaciones

El abogado que defendía a los policías, Raúl Estomba, basó su estrategia en evitar que los investigadores fueran a la cárcel, donde le constaba –por defender en otros casos a criminales comunes– que los estaban “esperando con los brazos abiertos y no para recibirlos de la mejor manera”. Eran policías que habían enfrentado “a la delincuencia más pesada”, sostuvo en la audiencia.

Las razones de Rosés para enviarlos a prisión de todas maneras se impusieron, y el juez descartó de plano la posibilidad de que, por ejemplo, los policías aguardaran el juicio oral en sus casas con tobilleras electrónicas, porque faltaba interrogar testigos claves en el caso que los funcionarios podrían amedrentar, además de que como investigadores podían tener acceso a información clave y alterar las pruebas.

La fiscal tampoco fue flexible cuando Estomba pidió que en la sentencia del juez se incluyera una mención respecto a la particular calidad de los imputados.

“He tenido buenas experiencias cuando se solicita si se considera oportuno que en la resolución se establezca que los defendidos no sean alojados en (las cárceles de) Libertad, Canelones y Comcar, y se adjudiquen en algún establecimiento del interior (…) donde la integridad puede estar más protegida”, expuso el abogado.

Rosés contestó entonces con firmeza que no era “resorte del fiscal referirse ni hacer lugar o proponer un lugar donde los imputados puedan o deban cumplir las (prisiones) preventivas”, ya que el destino de los presos es resuelto por el Instituto Nacional de Rehabilitación, que depende del Ministerio del Interior.

En ese punto de la audiencia, algunos de sus defendidos ya habían largado lágrimas e incluso uno de ellos, más adelante, levantará la mano para intervenir y decir: “Voy a hablar por mi integridad física. Debo tener (entre) seis y ocho abatidos en enfrentamiento policiales. He procesado a muchísima gente involucrada en bandas y superbandas; tengo heridos de bala, muchas investigaciones… Si me mandan para una cárcel común no duro dos días. ¿Me explico?”.

A eso, la fiscal respondió que no era “por falta de voluntad de la Fiscalía” no sugerir que las autoridades tuvieran en cuenta “el peligro inminente” que había manifestado Estomba que tenían los funcionarios, sino que –insistió– hay “una unidad  que se encarga de la distribución” que seguramente iba a tener “en cuenta estos extremos”.

Ese fue el único momento en casi dos horas de audiencia en que la fiscal miró a los policías.

Todos los casos

La dureza que demostró como fiscal contrasta con su faceta como persona, cuentan quienes la conocen. “Es superquerida en los juzgados, muy humilde y sencilla, y gran compañera”, dice su exjefa. Rosa coincide: “Es de las mejores personas que hay en la Fiscalía”.

Y no le gusta tratar a la prensa. No atiende las llamadas –no respondió a El Observador tampoco en esta oportunidad– y Javier Benech, vocero de la Fiscalía, les pidió a los periodistas aquel miércoles que luego de la rueda de prensa no intentaran contactarla porque no haría declaraciones.

“Lo que puedo decirte de ella es que trabaja con la misma pasión el caso más salado de corrupción que el de unos menores que están en situación de abandono, como nos tocaba atender muchas veces en Las Piedras”, dice su amigo, y agrega: “Siempre tiene la misma tenacidad, no importa la trascendencia del caso”.

Eran casi las tres de la tarde, y Rosés terminaba de responder las preguntas de los periodistas en la puerta del juzgado de la calle Sarandí, cuando se escuchó el impacto de un choque en la esquina. Los periodistas dejaron extendidos los micrófonos para ver qué había pasado, pero Rosés no se inmutó: siguió respondiendo y mencionado detalles de su acusación. Sin embargo, cuando terminó, no perdió el tiempo. “Permiso, hubo un choque y tengo que ir”, dijo, y salió corriendo.

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