Miguel Arregui

Miguel Arregui

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Aquellos gauchos altivos y desenfrenados

Las célebres crónicas de Charles Darwin sobre sus recorridas por Uruguay y Argentina entre 1832 y 1833
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05 de julio de 2017 a las 05:00

Charles Darwin, un naturalista inglés que a partir de 1859 pondría de cabeza al mundillo científico y religioso con la publicación de El origen de las especies, quedó muy impresionado por los gauchos que conoció 27 años antes en Uruguay. "Su apariencia es chocante", escribió luego de verlos en un "despacho de bebidas" o pulpería de Barriga Negra, al norte de Minas. "Son por lo general guapos, pero tienen en su rostro los signos de la altivez y el desenfreno; usan a menudo el pelo y el bigote muy largos. Sus trajes de brillantes colores, sus formidables espuelas sonando en sus talones, sus facones colocados en la faja, de los que hacen uso con frecuencia. Son en extremo corteses; nunca beben una copa sin invitar a que los acompañen: pero se hallan dispuestos a acuchillarte si se presenta la ocasión".

Esa y otras vívidas descripciones del Uruguay de 1832, que tenía apenas dos años de vida independiente, hablan más a fondo de los orientales de la campaña de entonces que la mayoría de los ensayos escritos sobre el gaucho.

El país estaba con aprestos de guerra, como ocurría casi siempre, esa vez entre los partidarios de Fructuoso Rivera, presidente de la República, y Juan Antonio Lavalleja, el caudillo rival en la lucha por el poder.

Charles Darwin, entonces un joven de 23 años apasionado por las ciencias naturales, integraba la expedición del HMS Beagle, un rápido velero de 27,5 metros de eslora al mando del capitán Robert Fitz-Roy, con órdenes de cartografiar las poco conocidas costas de América del Sur. Al fin el viaje se convirtió en una vuelta completa al mundo, una gran aventura científica que duró casi cinco años, entre 1831 y 1836. Darwin lo narró en Viaje de un naturalista alrededor del mundo (o El viaje del Beagle), diario publicado en Londres en 1839, que se convirtió rápidamente en best seller y lo consagró como escritor y divulgador científico.

Un pueblo primitivo e ignorante

El inglés se asombró con la "tosca riqueza" en "servidores, ganado y caballadas" que poseía un tal Juan Fuentes en su "estancia" de las inmediaciones de Minas. Y le resultó "muy singular observar su paupérrima vivienda. Los pisos eran de barro endurecido, las ventanas carecían de vidrios, y en la habitación principal podían verse unas pocas sillas y taburetes, de la más rústica confección, amén de un par de mesas". Allí cenó grandes cantidades de carne asada o cocida con zapallo, sin legumbres ni pan. Para beber: una gran jarra de agua. Las mujeres se sentaron a su propia mesa, en un rincón, y no comieron con los hombres. A final todos fumaron cigarros y disfrutaron de cantos improvisados con guitarra.

Provocaron gran curiosidad entre los orientales la brújula de Darwin –y, gracias a ella y a un mapa, su capacidad de hallar el rumbo en territorio desconocido y en cualquier circunstancia–, el uso de fósforos para encender la pipa o un fuego, o su hábito de lavarse la cara.

El viajero resaltó el primitivismo, la ignorancia y las tendencias violentas que halló en Uruguay.

Muchas veces manifestó un claro sentimiento de superioridad, típico de las personas educadas en una potencia central, ante los hospitalarios pobladores de un país que acababa de nacer, contra toda esperanza, en un agujero perdido del fin del mundo. Sin embargo, gradualmente, pues su estadía fue larga, apreció la hospitalidad y el carácter de los lugareños. Al fin de sus crónicas vaticinó una evolución afortunada para estas tierras debido al liberalismo de las costumbres y la apertura a los extranjeros.

El pueblecito Maldonado

Darwin arribó a Montevideo en el HMS Beagle el 26 de julio de 1832, aún mareado tras 21 días de navegación desde Rio de Janeiro. La capital uruguaya por entonces no tenía más de 17.000 habitantes. Completaría 17 meses de viajes en la región del Río de la Plata y el Atlántico Sur: Montevideo, Maldonado, Minas, Colonia, Soriano, Buenos Aires, Santa Fe, la Pampa y la Patagonia, Bahía Blanca, Tierra del Fuego, islas Malvinas.

Darwin y Fitz-Roy compartieron camarote hasta que en Salvador de Bahía, Brasil, se enemistaron tras discutir sobre la esclavitud, que todavía existía en casi toda América. El capitán del barco la defendía, en tanto al joven científico le provocaba repudio y vergüenza.

Darwin pasó dos meses y medio del otoño de 1833 en Maldonado, recolectando ejemplares de la fauna y la flora. También viajó hacia el norte, hasta el arroyo Polanco, en el actual departamento de Lavalleja, con una escolta de dos hombres a caballo debido al riesgo de los asaltos y asesinatos a campo abierto.

"Maldonado es un pueblecito por demás tranquilo, como olvidado", escribió.

"Es muy escaso su movimiento comercial, limitándose sus exportaciones a unos pocos cueros y reses en pie [...]. Una franja de médanos, de casi una milla de ancho, se extiende entre el río el pueblo, al que rodea una pradera abierta, apenas ondulada, de excelente césped verde, donde pacen un sinfín de rebaños de vacunos y ovinos, y manadas de yeguarizos. Poca es la tierra que se cultiva, aún en las cercanías del pueblo [...]. El paisaje carece de atractivos: casi no hay casas, espacios cercados, ni siquiera árboles para brindarle un aspecto de animación".

"Es un hecho digno de mención la falta de árboles, general y casi absoluta, en la Banda Oriental", comentó el naturalista inglés, aunque en algunas zonas había sauces, álamos, olivos y durazneros, todas especies importadas por los colonizadores. "Los durazneros se dan tan bien que constituyen la fuente principal de suministro de leña para la ciudad de Buenos Aires".

Al observar la fauna, resaltó la abundancia de ciervos y de capibaras (carpinchos), el roedor más grande del mundo, extremadamente mansos debido a la casi completa extinción del jaguar.

Juan Manuel de Rosas y los indios

El verano de 1832-1833 el HMS Beagle y sus tripulantes lo pasaron en Tierra del Fuego, donde alternaron con los indígenas de la zona. Luego viajaron a las islas Malvinas, recién ocupadas por los británicos, y el 26 de abril estaban de regreso en Montevideo. Darwin hizo su visita a Maldonado y en julio se embarcó de nuevo hacia el sur del continente.

En cada escala, el naturalista enviaba abundantes ejemplares de flora y fauna hacia Inglaterra, en tanto recibía libros y correspondencia. Sus observaciones sobre los hallazgos, anotadas escrupulosamente, estarían en la base en su posterior teoría sobre la evolución de las especies y la selección natural.

El 3 de agosto de 1833 el HMS Beagle arribó a la desembocadura del río Negro, en el extremo sur de la Provincia de Buenos Aires, a casi 1.000 kilómetros de Montevideo. Era una zona de guerra perpetua entre los colonos de origen europeo, con sus avanzadas de pueblos y estancias miserables, y tribus de indígenas del sur del continente americano, que veían menguar sus territorios generación tras generación.

Darwin se entrevistó con Juan Manuel de Rosas, caudillo en ascenso que había sido enviado por el gobierno de Buenos Aires a reprimir a los indios rebeldes de esa región árida y despoblada, sin árboles y casi sin agua.

La "conquista del desierto", una guerra de exterminio, era una operación muy amplia, que incluía la persecución de los indígenas hacia el sur, hacia los Andes y también en Chile. Fructuoso Rivera y su sobrino Bernabé habían hecho otro tanto con los indios rebeldes en el norte de Uruguay entre 1831 y 1832.

Rosas sería el líder de la Confederación Argentina entre 1835 y su caída y exilio en 1852, tras la "Guerra Grande" que involucró de distinto modo a Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Gran Bretaña, Francia y Brasil.

Próxima nota: Las tropas de Juan Manuel de Rosas y la "conquista del desierto"; Estanislao López, gobernador de Santa Fe y cazador de indios; Darwin en Colonia del Sacramento y en sitio de la actual estancia presidencial San Juan de Anchorena.

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