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Argentina sufre hemorragia de dólares y recrea debate sobre atraso cambiario

Otra vez se batieron récords en la compra de divisas por parte de ahorristas
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28 de febrero de 2018 a las 05:00
Si Cristina Fernández Kirchner hubiera estado en el gobierno, habría tenido el argumento perfecto para responder al acto del sindicalista Hugo Moyano: justo ese día se conocieron los datos de la compra de dólares que hacen todos los meses los argentinos, y la cantidad de billetes verdes que durante todo el 2017 salieron por turismo en el exterior.

Ese fue, durante sus ocho años de gestión, la "prueba" para desmentir cualquier acusación sobre crisis, pérdida adquisitiva del salario o malestar social. Con su lógica irrefutable, la expresidenta sostenía que si se compraban miles de millones de dólares era porque había gente con capacidad de ahorro lo suficientemente grande como para, después de haber saldado todas sus obligaciones, comprar los billetes verdes.

También se jactaba de que durante su período de gobierno se batieran los récords de salida de argentinos a hacer turismo fuera del país. Y si alguien señalaba que eso era un síntoma de atraso cambiario que transfería recursos desde el aparato productivo a la clase media, ella negaba las críticas y asimilaba el furor turístico con una innegable prosperidad.

Incluso, en una de sus argumentaciones más arriesgadas, hasta defendía el rojo de la balanza comercial en rubros sensibles, tales como el de la energía. Su tesis era que sólo un país en crecimiento tiene una demanda energética tan fuerte como para tener que importar combustibles, y que los momentos en que la energía sobró como para ser exportada fueron los de recesión.

Pero el macrismo tiene un estilo comunicacional diferente y por eso la difusión de los nuevos números de la economía se vivió con un sentimiento culposo apenas disimulado.

Para el ideario tradicional argentino, los desbalances comerciales son siempre un mal síntoma, porque se los asocia con pérdida de empleo.

Además, la compra masiva de dólares por parte de pequeños ahorristas es asimilada a una señal de desconfianza en la moneda nacional. Y la salida de turistas que dejan sumas récord de billetes verdes fuera del país suele despertar las alarmas de un retraso cambiario con potencial traumático.

Para regodeo de la oposición política y los economistas críticos, han circulado ampliamente estos datos:
*La "fuga de capitales", como se conoce popularmente a la formación de activos externos, sigue gozando de buena salud y, tras el récord histórico del 2017, empezó el nuevo año con un registro de US$ 2.894 millones –US$ 1.814 en términos netos, si se descuentan las ventas–.

Y el dato más interesante es que no se trata de inversores institucionales sino del "chiquitaje": los compradores fueron 1.050.000, que demandaron a un promedio módico de US$ 1.300 per cápita.

*Desde que Mauricio Macri asumió como presidente, la salida por ese concepto acumula US$ 55.000 millones, una cifra que abona las críticas respecto de que el endeudamiento externo terminó financiando la salida de capitales.

*Se estima en 2,5 millones los argentinos que, solamente en esta temporada veraniega, salieron a pasear al exterior. Y todo apunta a que se podrá superar el récord de 2017, cuando por ese concepto salieron del país US$ 12.700 millones.

*Los saldos por gasto con tarjeta de crédito fuera del país alcanzaron los US$ 800 millones, lo que implica un elocuente salto de 36% respecto de la suma que se registraba hace un año.

*En la balanza comercial, después de los US$ 986 millones de déficit que se registraron en enero, los economistas ya se animan a proyectar para este año un nuevo récord histórico, en torno de los US$ 10.000 millones y que dejarán como un dato menor el recientemente conocido déficit de US$ 8.500 millones del 2017.

*El saldo de la cuenta corriente -es decir, el que resulta de tomar todos los dólares que entran al país y restarle todos los que salen-, se encamina al 5% del PBI según las proyecciones de economistas.
Los problemas del retraso cambiario estructural.

Tratándose de un gobierno al que suele tildarse de liberal y que ha defendido una apertura comercial, podría esperarse que sus funcionarios vieran estas cifras como una señal positiva, una forma de integración al mundo. Sin embargo, no pudo evitarse cierto tono culposo a la hora de dar explicaciones.

Por caso, el ministro de Producción, Francisco Cabrera, se ocupó de señalar que "hoy se importan en su mayoría máquinas y bienes de capital y un menor porcentaje es de bienes de consumo".

Según su cálculo, ocho de cada 10 importaciones tienen que ver con insumos para la producción.
Una argumentación que trae reminiscencias inquietantes. Era la defensa que esgrimía Domingo Cavallo cuando en 1994 se llegó a un récord histórico de déficit comercial y ya empezaban a ser inocultables los efectos secundarios de la convertibilidad cambiaria.

También la importación de insumos para la industria era el argumento preferido de Axel Kicillof, quien de esa forma justificaba la aplicación del "cepo" cambiario: el Estado debía canalizar los dólares –entonces escasos por la falta de crédito externo– para darle prioridad al sector productivo de la economía.

La cruel realidad mostró que a esos episodios no sólo no les siguió un boom productivo sino recesiones, y que el correlato de esos déficit siempre fue una masiva salida de dólares por turismo y ahorro de los minoristas que percibían inconsistencias en los respectivos "modelos".

La realidad de hoy, a juzgar por las señales del mercado, no parece tan distinta. La ola de importaciones no parece entusiasmar a ningún economista en el sentido de esperar un boom productivo gracias a la fuerte entrada de bienes de capitales e insumos industriales.

Más bien al contrario, hay consultores que empezaron a revisar a la baja sus pronósticos de crecimiento del PBI para este año, y a esta altura son pocos los que acompañan la proyección oficial de 3,5%.

El debate circular

Lo cierto es que los pronósticos sobre el saldo entre entrada y salida de dólares vienen empeorando. A los factores financieros se le agrega el pesimismo sobre las exportaciones, como consecuencia de la sequía que afecta al campo.

Por lo pronto, hay proyecciones como la de consultora Agritrend que prevé que la cosecha de este año dejará US$ 3.700 millones menos que lo que estaba previsto.

En ese contexto, el país aumenta su dependencia del crédito externo. Ya se colocaron bonos por US$ 9.000 millones y hubo festejos por haber conseguido una tasa de 6,95% a 30 años. Pero claro, falta completar el programa financiero de US$ 30.000 millones para todo el año, y ahora el mercado no se muestra tan amable. Por lo pronto, el riesgo país ya tuvo un salto de unos 80 puntos básicos desde comienzos de año.

Así están las cosas en este momento de la economía argentina: dólares que salen a borbotones por importaciones y turismo, y que entran también a borbotones por la vía del endeudamiento. Mientras tanto, el macrismo se enfrenta a la contradicción clásica del atraso cambiario estructural: a mayor felicidad de quienes viajan y compran, más altas se escuchan las quejas por la pérdida de competitividad.

Y empieza la vieja discusión sobre si la solución es cerrar la economía o abrirla más.
Es así como, en medio de una nueva fiebre del "deme dos", se produce en estos días el eterno retorno del debate económico argentino a su punto de origen.

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