Cristina Fernández, en su primera asunción en 2007.<br>

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Bochorno del traspaso evidencia una Cristina aferrada al poder

La presidenta logró mantener el protagonismo y la autoridad hasta el último minuto
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09 de diciembre de 2015 a las 05:00
No podía terminar de otra manera. La insólita y bochornosa pelea por los detalles del acto de traspaso presidencial es, en cierta forma, un final lógico.

Contiene todos los elementos que han caracterizado la gestión de Cristina Fernández de Kirchner: cierto menosprecio por las formalidades institucionales, una confusión entre el Estado y el espacio de la militancia partidaria, la tensión política y la crispación llevada a los detalles más nimios de la convivencia. Y, sobre todo, como marca omnipresente, la autovictimización.

Esa paranoia consistente en ver conspiraciones detrás de todos los acontecimientos –desde una escapada del dólar blue hasta un acto de traspaso de mando–, esa autorreferencialidad que la lleva a ubicarse siempre en el centro, ya sea como ejecutora de políticas o como blanco de ataques, ha sido la gran constante de los ocho años de Fernández.

Y así es como está terminando. Con todo el país preguntándose no qué dirá el nuevo presidente, Mauricio Macri, sino lo que hará ella: ¿Le entregará la banda? ¿Asistirá al Congreso? ¿Resistirá callada todo el acto? ¿Se sentará modosamente entre Eduardo Duhalde y Fernando de la Rúa?

A su modo, Fernández tuvo éxito. Muy lejos del "síndrome del pato rengo" que algunos le habían pronosticado tras la derrota legislativa de 2013, la presidenta eludió el tono nostálgico de la despedida y logró ser protagonista absoluta hasta, literalmente, el último minuto.

La presidenta ha vencido en un tema al que siempre le ha dado importancia: el protagonismo político y mediático. Lo había hecho durante la campaña electoral, para desesperación de Daniel Scioli, y lo siguió haciendo durante las semanas de transición, poniendo a prueba los nervios de Macri.

El síndrome del día después

Pero ahora viene el gran desafío para Cristina. Porque cuando el almanaque le deje ver la hoja del fatídico 11 de diciembre, para ella será "el día después". El inicio del pos poder. Y, acaso, el inicio de la decadencia kirchnerista.

Nunca se sabrá hasta dónde, en lo más íntimo, Cristina ansiaba este recambio político para preservar la identidad de su espacio partidario, o si hubiese preferido la continuidad kirchnerista con otro líder. Acaso ella misma no lo tenga claro.

No logró forjar un heredero político y luego boicoteó, tal vez inconscientemente, la propia campaña oficialista. Pero algo ha quedado en claro en estos días, incluyendo la bochornosa pelea por el traspaso de mando: si hay algo que ella no tolera es la idea de pasar a un segundo plano. O, peor aun, al olvido y la irrelevancia.

Cristina sigue creyendo firmemente en la importancia de los símbolos y sigue aferrada a las reescrituras personales de la historia, a eso que ella misma ha bautizado "el relato". Por eso, es probable que le resultara intolerable, en su propio relato de la era K, la imagen de un final con entrega de banda a Macri.

Por eso ahora, abocada a construir una épica de la "resistencia", empieza uno de sus mayores retos políticos. Pero no por las dificultades para erigirse en crítica del gobierno de Macri, algo que resultará muy fácil.

En cambio, lo difícil va a ser dar la batalla interna en el peronismo. Ahora, con Cristina en el llano, vienen los inevitables pases de facturas.

Ahora empieza la rebeldía abierta y desafiante, de la que Fernández ya tuvo una primera muestra cuando, por primera vez en ocho años, sus propios diputados la dejaron sin quórum en la sesión extraordinaria que ella había pedido especialmente para aprobar su maratón de más de 90 leyes.

Empezará el reto de los nuevos aspirantes a asumir el liderazgo, como ya tomó nota la presidenta con el faltazo del salteño Juan Manuel Urtubey a la reunión con los gobernadores en la Casa Rosada. Esa reunión en la que se cuenta que "la jefa" perdió los estribos, les gritó y se autoeximió de culpas por la derrota electoral.

Desafío de la interna peronista

Hoy los analistas políticos están abocados a medir el poder de fuego de una Cristina en la trinchera opositora. Se analiza su capacidad de sabotaje o de crear una suerte de "Tea Party" criollo que trabe sistemáticamente todas las iniciativas parlamentarias.

Pero Cristina sabe que esa superioridad numérica que tiene en el Congreso, que a primera vista es avasallante –41 senadores sobre un total de 72 y 114 diputados sobre un total de 257– puede difuminarse rápidamente gracias a la dinámica de la política.

A fin de cuentas, si algo ha caracterizado al peronismo a lo largo de su historia, es el pragmatismo y la flexibilidad. Los mismos gobernadores peronistas que hasta hoy le juraron lealtad eterna, son los que tendrán que pagar sueldos y deudas a proveedores al día siguiente que Cristina se vaya. Y saben quién es el nuevo dueño de la chequera.

De la misma manera, los dirigentes partidarios que hasta ahora juraban que la única líder era Cristina, ahora miran con desconfianza cómo aquella campeona del 54%, de pronto puede llegar a convertirse en una "piantavotos". Nada nuevo, por cierto. Ya le pasó antes a Carlos Menem, a Eduardo Duhalde y a tantos otros.

Lo mismo puede esperarse respecto de los dirigentes sindicales, cuya predisposición a pactar o a mostrarse beligerantes dependerá de lo que logren negociar con Macri, y muy poco de las directivas que reciban de la ex presidenta que antes les marcaba la agenda.

Es así, hasta a Cristina Fernández le llega ese momento. Pero si de algo no se puede dudar es que ella va a dar la batalla.

No puede evitarlo. Está en su naturaleza. Para ella, atacar es la manera de defenderse. Por lo tanto, al criticar a Macri, también estará reivindicando su modelo y escribiendo la versión que quiere dejar sobre su propio gobierno.

Esa tarea ya empezó: al mismo tiempo que reivindica los logros en cada discurso o en sus cadenas de tuits, ya critica por provocar la inflación a un Macri que todavía no asumió. Además, claro, de acusarlo de maltratador.

Ese será el tono de la nueva etapa de Cristina. Oportunidades para ejercer como opositora no le van a faltar: los rigores del inevitable ajuste le darán la chance de criticar y de marcar su posición en el congreso. Cuenta con una base militante joven –en definitiva su gran creación política– que amplifica su discurso y lo defiende con mística militante.

Pero queda el interrogante de si eso alcanzará para que su estrella política se mantenga.
Si algo ha quedado en claro en estos ocho años es que nunca hay que subestimar su capacidad de recuperación. Pero, aun tomando ese recaudo, lo cierto es que los antecedentes históricos y todos los indicios apuntan a una sola certeza: empezó el pos kirchnerismo.

A la Justicia para que deje funciones

El partido Cambiemos de Mauricio Macri acudió a la Justicia para reclamar que la presidenta Cristina Fernández deje su función a las 0 horas de mañana, día en el que está previsto el traspaso de poder. El macrismo presentó una cautelar firmada por Macri y la vicepresidenta electa, Gabriela Michetti, para que la mandataria "se abstenga de seguir cumpliendo su función desde las 0 horas del jueves 10", informó el diario Clarín. De esa manera, obtendrían el control total para organizar el cambio de mando que ha estado envuelto en polémica.

Cristina Fernández pretende darle a su sucesor el bastón de mando y la banda presidencial en el Parlamento, una vez que Macri preste juramento, y alega que así lo establece la Constitución.

Pero Macri quiere que la presidenta le entregue los atributos en la Casa Rosada, sede del Ejecutivo, argumentando que así lo prevé el protocolo de Ceremonial de la Presidencia.

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