No hay manera de llegar a Titane preparado. La última ganadora de la Palma de Oro en Cannes es uno de esos eventos cinematográficos ante los que no hay forma de acomodarse en el asiento. No hay descanso en ninguno de sus 108 minutos. Desestabiliza, remueve, camina por el filo del mal gusto y se agarra a tres, cuatro o cinco géneros con la fuerza de una garrapata modificada genéticamente. Las mutaciones que sufre la historia son radicales, y van en consonancia con las profundas (y dolorosas) alteraciones a las que su personaje principal es sometida. Toda la visceralidad, sensualidad y violencia del cuerpo humano es examinada bajo una luz dura, por momentos bellísima y en otros casos aterradora y brutal, y el argumento se enrosca en volteretas que, en otras manos, serían ridículas. Pero aunque desde fuera lo parezca, no hay nada ridículo en esta formidable película de la francesa Julia Ducournau. Titane es un aparato ruidoso y pesado que quizás para algunos sea intragable y tiene sentido, pero también lo tiene el rastro de alabanzas que generó. Porque es implacable. Es una de las mejores películas del 2021 y también de los últimos años. Titane, al fin, desde este viernes 28 de enero, se podrá ver en Uruguay. Tras un estreno exclusivo en el último Festival de Cine de José Ignacio, estará disponible en la plataforma de streaming Mubi.
Puede resultar extraño leer las siguientes palabras sin haber visto la película y considerando el párrafo anterior, pero Titane no es pura provocación francesa. Debajo de esa superficie densa y oscura como el aceite de motor hay una historia que habla de la familia, del género, del cuerpo como campo de batalla, como lugar donde se pone en discusión la identidad, y del amor. Ducournau, que ya había sorprendido a todo el mundo con Raw, una genial primera película donde el despertar sexual y la maduración se tamizaban con el canibalismo, lo ha dicho varias veces: esta es una película donde dos seres monstruosos, solos y desamparados encuentran un hogar y se aferran a las identidades que asumen por elección. Así, en algún sentido, escapan del dolor y de la ira.
La experiencia de esta película se enaltece cuando se ingresa a ella sin saber ningún detalle de su trama, pero para quienes necesiten alguna pista, vayan estas líneas a modo de torpe resumen: una mujer con una placa de titanio en la cabeza y que trabaja como bailarina en exhibiciones de autos escapa de su casa luego de un problema puntual y sin que nadie se entere adopta la identidad del hijo de un bombero, desaparecido hace más de veinte años. Hay un detalle más: la mujer queda embarazada de un auto. Sí, así como se lee: de un auto. El fantástico irrumpe de manera natural y sin estridencias, y lo que a priori suena como una estupidez, toma un cariz mucho más siniestro y tangible de lo que aparenta.
Por eso y mucho más es que se ha hablado tanto de la influencia del cine de David Cronenberg en Titane, y lo cierto es que el legado de películas como Videodrome –”la nueva carne”– resuenan entre los ecos de la obra de Ducournau. Su apuesta por los límites del cuerpo va más allá del mero fetiche escandalizador, que ya se presentaba con furia en Raw y de manera más primigenia incluso en un corto, Junior, que también se puede ver en Mubi. En Titane esta característica es extrema, como todo lo que pasa en pantalla.
Para poder llevar las riendas de algo así se necesitan actores con espalda, y esta película los tiene. El protagonismo queda en manos de Agathe Rousselle, una modelo y actriz francesa flaquísima, andrógina y fantástica que carga con algunas de las escenas más perturbadoras. Su contrapartida es el gigante de la actuación gala, Vincent Lindon. El actor está enorme en su papel. Es un hombre acosado por el dolor de la pérdida que tiene en su cuadrilla de bomberos una especie de pacto familiar, y que se recauchuta el cuerpo a diario con esteroides inyectables que lo alejan de la decadencia física que se le viene encima. En medio de la desmesura casi atrofiada que presenta la película, ambos actores tienen la que quizás sea una de las escenas más conmovedoras y sutiles del año: un baile en el cuartel, en donde suena una canción de Future Island y las miradas lo dicen todo.
Titane no es una película fácil. Los sentimientos que despierta van de la fascinación al asco. Pero vale la pena el viaje. En el marco de su apuesta radical, la película habla con franqueza, tiene una visión clara de lo que quiere contar, mostrar y provocar, y encuentra espacio para la luz en medio de su aparente oscuridad. Lo que genera es genuino, tanto que sorprende. En medio de la apatía y el piloto automático que gobierna al cine contemporáneo, la mecha prendida y el bidón de nafta se agradecen. Son contadas las películas que se animan. Titane lo hace. Y el fuego que provoca es sobrecogedor. Maravilloso.
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