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El fin de la era progresista por dentro

La victoria de Lacalle Pou corta los 15 años de la primera experiencia del Frente Amplio en el gobierno
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25 de noviembre de 2019 a las 05:01

Todo festejo termina. El que desató Tabaré Vázquez desde el segundo piso del hotel Presidente el 31 de octubre de 2004 se estiró durante quince frenteamplistas años, hasta este 24 de noviembre por la noche cuando la celebración adquirió otro color. La elección del nacionalista Luis Lacalle Pou como próximo presidente de Uruguay le pone fin a una etapa histórica e inédita en la vida del país y lo hace también de forma inédita: sin reconocerse el resultado en la noche electoral y celebrándolo como si de una victoria se tratara. Pero la izquierda, que se estrenó hace una década y media en el gobierno nacional, ahora deberá entregar el mando por primera vez y rearmarse desde el llano opositor.

La derrota –que finalmente llegó por un margen sensiblemente menor al esperado y llevó al FA a hablar de "victoria política"– era un escenario que había empezado a ganar fuerza hace tiempo en el oficialismo, en función de lo que proyectaban las encuestas. El desgaste del gobierno, la desaceleración de la economía, la pérdida de puestos de trabajo, el crecimiento de la violencia y la inseguridad, y los casos de corrupción resumidos en la renuncia de un vicepresidente permearon en la opinión pública y hacían previsible que la izquierda, luego de tres períodos consecutivos con mayorías absolutas, pudiera finalmente perder las elecciones. 

En el FA eran conscientes de esos obstáculos desde los albores de la carrera electoral. A las dificultades se sumaba el siempre escabroso proceso de renovación. Por primera vez en treinta años, ninguno de los tres principales líderes –Tabaré Vázquez, José Mujica y Danilo Astori– se postulaban como candidatos. Las caras nuevas de la izquierda, y ya no los viejos triunfadores, debían poner a prueba sus liderazgos enfrentando los vientos complicados. 

La tarea le tocó a Daniel Martínez, un ingeniero socialista renovador sin participación orgánica y siempre resistido por una parte del oficialismo. El pasado 30 de junio, cuando celebró su triunfo en la interna junto a sus competidores (Carolina Cosse, Óscar Andrade y Mario Bergara), en la Huella de Seregni algunas caras ya exhibían signos de derrotismo. Eran muecas reversibles; quedaba tiempo y la distancia en las encuestas parecía remontable. Pero la escasa participación de los frenteamplistas en esa elección no obligatoria marcaba un primer aviso, y los pasos en falso de Martínez en los días posteriores no hicieron más que consolidar la idea de que el cuarto gobierno estaba en peligro. Este domingo, sin embargo, la historia dio un giro inesperado y, aunque la derrota es un hecho no reconocido, fue por una dfierencia mucho menor a la esperada.

Con un capital político que se alimentó de los tragos amargos propiciados por su propia fuerza política y con una imagen de buen gestor y hombre de diálogo, el intendente de Montevideo –que dejó el cargo para la campaña electoral– eligió seguir sus propias recetas y se puso al hombro una errática campaña en la que nunca pudo consolidarse como el nuevo líder del Frente Amplio.

Un camino de 15 años

Dicen que a Uruguay las cosas llegan tarde y el fin de la ola progresista no fue la excepción. Cuando Vázquez se calzó la banda presidencial por primera vez en 2005, la izquierda brotaba por todo el continente. Las fotos de su asunción el 1° de marzo marcan a las claras lo que era el vecindario. Hugo Chávez viajó desde Venezuela, Néstor Kirchner desde Argentina, Lula da Silva desde Brasil. Las afinidades ideológicas se plasmaron rápidamente en una nueva integración regional. 

A impulso del boom de los commodities y el creciente peso de China en la demanda internacional, y alejado de los dogmatismos de sus primeros años de vida, el Frente Amplio encaró desde el primer gobierno una serie de reformas con la promesa de “sacudir las raíces de los árboles”. 

La administración Vázquez reformó el sistema tributario y la salud, introdujo el Plan Ceibal, retomó las contrataciones en el Estado y la economía le respondió. José Mujica, de tupamaro a presidente, atrajo los focos internacionales gracias a su peculiar liderazgo y una agenda legislativa innovadora que incluyó el matrimonio igualitario, la despenalización del aborto y la regulación del mercado de cannabis. Pese a que en 2014 la economía ya mostraba algunas luces amarillas, y se llevaba puestos varios gobiernos de izquierda en la región, el Frente aguantó en el poder y retuvo la mayoría parlamentaria. Venezuela había entrado en un camino sin retorno hacia una crisis humanitaria de la que todavía no encuentra salida. En Brasil, el PT con Dilma Rousseff estaba contra las cuerdas y a punto de ser desplazado desde el Congreso. En Argentina, el kirchnerismo sería derrotado por una alianza de liberales. En una América Latina que cambiaba gradualmente de signo, Uruguay mantenía el sello progresista. 

El gobierno de Vázquez recibió una pesada carga de la administración Mujica contra la que luchó todo el período. Pese a los anuncios del Poder Ejecutivo, el déficit fiscal continuó su trayectoria ascendente, miles de puestos de trabajo empezaron a desaparecer, las rapiñas y homicidios crecieron en lugar de bajar como se había prometido en campaña y la reforma educativa se frustró a los pocos meses de comenzado el quinquenio. La fragilidad financiera de ANCAP, que obligó a inyectarle cientos de millones de dólares, puso la lupa sobre el vicepresidente Raúl Sendic, que se había hecho un lugar en la fórmula del oficialismo tras una campaña con una gran inversión publicitaria que había concretado mientras estaba al frente de la empresa estatal. Las denuncias –el título universitario inexistente primero, los gastos con tarjeta corporativa después– lo dejaron entre la espada y la pared y el Frente Amplio, que en un principio lo defendió en bloque, se vio obligado por la vía de los hechos a soltarle la mano. 

Con varios flancos abiertos, el FA basó su campaña en la idea de un nuevo impulso que limpiara los vicios, tomara lo bueno, y lo hiciera mejor. La dirigencia oficialista buscó transmitir la idea de que un cuarto gobierno estaría signado por la renovación y la modernización. Martínez se jactó de hacer una campaña centrada en las propuestas y reprochó no encontrar lo mismo del otro lado del espectro político. Pese a los obstáculos, los frenteamplistas encontraban varias razones para mantener la esperanza de una victoria. Bastaba, decían, con recordar el país previo al histórico triunfo de 2004, y poner arriba de la mesa los 15 años de mayor crecimiento económico de la historia del país, el aumento sostenido del poder de compra de los uruguayos, la caída de la pobreza de 40% a 8%, el combate a la desigualdad, la multiplicación de la asistencia en salud pública y los cuidados. 

A pesar de las cocardas, y de un sprint final que alimentó los pronósticos triunfalistas, la ciudadanía entendió que la izquierda se había quedado sin crédito. En un balotaje entre continuidad o cambio, Uruguay optó por nuevos actores y le puso fin a la primera experiencia del Frente Amplio en el gobierno.

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