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El gobierno de Macri, en pánico por un eventual triunfo de Trump

La sintonía con Obama había permitido acuerdos y temen que todo vuelva a fojas cero
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07 de noviembre de 2016 a las 05:00
El mandato de la corrección política indica que nunca un presidente debe expresar abiertamente preferencia por algún candidato en una elección de otro país. Pero hay veces que la tentación es más fuerte, ya sea porque uno de los candidatos en pugna genera rechazo o porque el resultado es tan cantado que manifestarse a favor del favorito no implica riesgos.

Para Mauricio Macri, esa parecía ser la situación en la campaña estadounidense: no dudó en expresar abiertamente su adhesión a Hillary Clinton, al punto de que en su reciente gira por Nueva York se encontró con el expresidente Bill Clinton y le dijo, en un acto público, que esperaba poder recibirlo en Argentina –cuando se realice la reunión del G20– pero ya en su nuevo rol de "primer caballero" de EEUU.

Antes, en una ocasión en la que Donald Trump había puesto a Argentina como ejemplo negativo sobre el respeto a la división de poderes –dijo que si ganaban los demócratas, EEUU podría transformarse en Argentina–, la canciller Susana Malcorra había respondido con ironía: "Confiemos en que los votantes estadounidenses sepan elegir bien".

Las críticas e ironías parecían justificadas por la actitud del propio Trump, que lo llevaba a ser resistido casi unánimemente a nivel mundial. Pero, sobre todo, las encuestas marcaban una ventaja tan fuerte a favor de Hillary Clinton que "pegarle" al candidato republicano era gratis.

Mientras tanto, Macri había tomado como prioridad de su gobierno un giro en las relaciones internacionales. Lejos del alineamiento kirchnerista con "villanos" del mapa internacional tales como Venezuela, Rusia e Irán, el nuevo gobierno macrista se acercó a Barack Obama.

Macri y el estadounidense transmitieron una fuerte sintonía personal en su encuentro de marzo pasado, cuando Obama hizo su primera visita al país. Para el mandatario argentino, esa reunión no sólo significaba el fin de la tensión que había caracterizado al período kirchnerista sino que, sobre todo, permitía retomar una intensa agenda bilateral con EEUU.

Nuevos socios

Detrás de las sonrisas y gestos afectuosos con Obama, lo que había era un entendimiento para que el país del norte volviera a ocupar un lugar destacado entre los inversores en Argentina. Un rol que, para preocupación de Washington, había empezado a ocupar China, incluyendo áreas sensibles de seguridad internacional como una base de exploración espacial en la Patagonia.

En ese marco de descongelamiento de relaciones, se había avanzado en varias áreas. En la política migratoria, por ejemplo, se inició la negociación para que los argentinos pudieran ingresar sin visado previo. En el ámbito comercial se trazó un ambicioso plan para conformar agencias de promoción en todas las provincias, de manera de incentivar las exportaciones de pequeñas empresas locales y productos regionales a ese mercado.

Incluso, el propio ministro de Producción, Francisco Cabrera, llegó a afirmar que había que avanzar en la firma de un TLC.

Si bien luego negaron que se intentara un acuerdo por fuera del Mercosur, el mensaje dejó en claro la importancia que se le asigna en el gobierno argentino al acceso al mercado estadounidense.

En materia de inversiones –un punto crucial para un país en recesión y muy retrasado en la llegada de capital productivo– se avanzó al punto de que la Agencia de Comercio y Desarrollo estadounidense anunció que reabrirá sus oficinas en la Argentina con el objetivo de incentivar proyectos bilaterales.

Esto ocurrió luego del exitoso foro de negocios conocido como "mini Davos", en el cual cientos de empresarios fueron a conocer in situ las posibilidades de inversión en Argentina y la política market friendly de Macri.

El gobierno argentino tiene cifradas sus esperanzas en la profundización de esa línea. De hecho, según datos oficiales, en Argentina hay 400 empresas de capitales norteamericanos que prácticamente no habían participado en el proceso inversor en los últimos cinco años pero que en estos primeros diez meses de gestión ya comprometieron aportes por US$ 13.000 millones.

Y, acaso el dato más importante en este momento, Obama había dado un fuerte apoyo al blanqueo de capitales lanzado por Argentina. Todos los inversores saben que el éxito de un blanqueo depende de cuánto "miedo" pueda inculcar el gobierno sobre los evasores, y para esto resulta imprescindible que los acuerdos internacionales de información fiscal sean creíbles.

Como EEUU no participa en el acuerdo internacional de transparencia de la OCDE, todavía existía una percepción de que un evasor podía estar a resguardo con su dinero en bancos de aquel país.

¿A fojas cero?

La sintonía bilateral está en su mejor momento. Pero ahora en el horizonte aparece la posibilidad de que gane Trump.

Y para el gobierno de Macri, eso significa lisa y llanamente un retroceso. Ocurre que todos los temas de la agenda están aún en fase de negociación, sin que haya acuerdos cerrados. Con una eventual presidencia Clinton se esperaba la fase de confirmación y entrada en vigencia de los tratados.

Pero ahora, en las reuniones de evaluación que hace la Cancillería se llegó a la conclusión de que, de ganar el postulante republicano, muchos de los acuerdos que estaban en marcha con la administración Obama podrían volver a fojas cero.

El estilo de negociación de Trump implica que si un tratado bilateral en negociación no tiene exactamente el tono que él pretende, la política será dejarlo caer y empezar a negociar todo desde cero. Y el criterio siempre será el de promover acuerdos cuando sea negocio para EEUU, pero dentro de la tónica neo-proteccionista que Trump ha desplegado en la campaña.

Para Argentina, eso implicaría un ritmo más lento de las inversiones estadounidenses, la persistencia de trabas comerciales y, probablemente, un resultado no tan bueno como el previsto para el blanqueo de capitales.

De hecho, la canciller Susana Malcorra ya admitió que se verá obligada a readaptar su política exterior.
Y, lo que todavía es una incógnita, es si habrá sintonía personal entre Macri y Trump, que se conocen desde hace muchos años, cuando ambos estuvieron cara a cara en una mesa de negociación, en su rol de hombres de negocios del sector inmobiliario.

Dos viejos conocidos por negocios en Nueva York

Puede ser que Argentina ocupe un lugar muy lejano en las prioridades de Trump, pero seguro que él tiene muy presente quién es Mauricio Macri. Ambos mantuvieron negociaciones durante los años 80 en torno a un negocio inmobiliario en el "west side" de Nueva York, algo que el magnate estadounidense dejó plasmado con detalle en un capítulo de su libro titulado "El arte de la negociación".

Allí hablaba con afecto de Franco Macri y su entonces joven hijo que lo acompañaba a negociar con el tiburón del real estate neoyorquino. La negociación, como recuerda Trump con satisfacción, terminó con una total victoria para Trump, que se quedó con los terrenos de Macri a lo que él consideró un precio de ganga, unos US$ 100 millones.

El propio Mauricio Macri recordó el episodio al ser entrevistado por la televisión estadounidense cuando participó en el Foro Económico de Davos. Según Macri, Trump se vio favorecido por tener el apoyo de los bancos y la autoridad regulatoria.

El presidente argentino recordó a Trump como "un negociador duro, aunque no tan bueno como él creía".

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