El uruguayo Damián Rzeznikiewiz asiste en la muerte a pacientes en Canadá

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El médico uruguayo que le encontró sentido a su carrera aplicando la eutanasia en Canadá

Damián Rzeznikiewiz es un médico uruguayo de 35 años que desde hace cinco asiste en la muerte a pacientes habilitados por la ley canadiense; lleva cientos de casos
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12 de marzo de 2022 a las 05:00

La primera vez que el doctor Damián Rzeznikiewiz (35) se enfrentó a un paciente que quería morir lloró durante horas. Una experiente colega que estaba cerca de la jubilación, y con quien había hecho cuidados paliativos, lo llevó a la casa de una mujer de 42 años, con insuficiencia renal, un tratamiento de diálisis cuatro veces por semana y sin posibilidad de hacer un trasplante. “No había lo que hacer y optó por recibir asistencia médica para morir”, cuenta el médico uruguayo que vive en Canadá desde los 13 años.

En ese momento la legalización de la eutanasia en el país del norte estaba vigente hacía un año y no había muchos profesionales que hicieran el procedimiento. Rzeznikiewiz acompañó a la doctora, la vio actuar y salieron de la casa. Ella le preguntó cómo había vivido la situación y él no encontraba las palabras. Sabía que había vivido una experiencia muy fuerte, algo que lo tocaba en su ser de forma profunda. “Con mucho significado”, dice ahora en una videoconferencia con El Observador desde Toronto. Pero en ese momento se metió en el auto y se fue para su casa. Al llegar, su esposa lo miró: “¿Y?”. El doctor Rzeznikiewiz lloró durante horas y no sabía por qué.

“Vivís toda tu vida y hacés la carrera pensando que vas a ayudar a la gente y esa ayuda, en general, quiere decir ayudarlos a vivir más: prolongar la vida para hacer cosas que uno debe hacer. Pero hasta que vas y ayudás a morir a alguien no te das cuenta del significado profundo que tiene esa acción”, afirma.

Damián Rzeznikiewiz nació en Montevideo y a una temprana edad emigró junto a su familia. Su vocación de ayudar lo llevó a convertirse en un donador de médula incluso antes de recibirse de médico. Se especializó en medicina familiar con una subespecialización en adicciones, principalmente en drogas como la heroína, fentanilo y metanfetamina. Para optar por ese corredor de la carrera fue determinante su entrenamiento de dos años en el hospital St. Michael, de la Universidad de Toronto, que acoge a muchos pacientes que viven en la calle y tienen adicciones. Eso lo expuso a situaciones que no eran las consultas típicas que suelen recibir los médicos. 

Durante su último año de residencia se aprobó la ley que regula la eutanasia en Parlamento y él se interesó por el asunto. Empezó a atender pacientes con problemas de adicciones, aunque sabía que no podía destinar cada hora de su jornada laboral a esa tarea. Una de las cosas que más había “disfrutado” durante las prácticas había sido los cuidados paliativos y empezó a trabajar en un hospicio junto con su colega que ya estaba cerca del retiro. Pero luego de unos meses se dio cuenta de que no era para él y por eso le preguntó a esa doctora –quien también hacía eutanasia– si la podía acompañar cuando tuviera el próximo paciente para aprender cómo era el procedimiento.

Luego de esa primera experiencia se tomó un mes para pensar si quería hacerlo. Cinco años después integra el reducido grupo de profesionales que practican la eutanasia en Toronto y calcula que ayudó a morir a cientos de pacientes. “Nunca sentí algo tan profundo. No encontré nada que me hubiera dado ese sentimiento en mi carrera y en mi vida. Trabajo en adicciones todos los días, pero lo que más disfruto es mi trabajo en la asistencia médica al morir”, confiesa Rzeznikiewiz.

La “fortuna” de ayudar a quienes no quieren sufrir

El proceso es relativamente sencillo. El paciente que requiere asistencia debe llamar a un número que procesa su solicitud y coordina entrevistas con dos médicos independientes que evalúan si la persona califica para la eutanasia en función de las especificidades de la ley canadiense.  

Si la persona cumple con los requisitos, coordinan con el médico practicante el día y la hora. “Siempre le digo a la persona, esto es de las cosas más complicadas de la vida: primero elegir si querés hacerlo, cuándo, quién va a estar ahí, qué te vas a poner, en qué lugar de la casa querés estar. Decidir todo eso es complicado, cuenta Rzeznikiewiz. “Lo difícil viene antes: decir la despedida, abrazar a la familia. El procedimiento médico es muy sencillo”, agrega.

De principio a fin son de cinco a diez minutos. El médico usa dos vías por si una falla y administra cuatro sustancias en secuencia.  No hay dolor ni sufrimiento. De hecho, ya no hay ningún sufrimiento en la vida de esa persona. Y ese es el elemento fundamental que le genera alivio y paz a este joven doctor uruguayo.

No siempre fue así. Al principio conectaba con la tristeza y aún le cuesta digerir esos casos de madres y padres jóvenes que toman la decisión. Pero esa no es la norma, ya que generalmente asiste a mayores de 60 años. 

Con el tiempo ese sentimiento de tristeza se transformó en la “fortuna” de poder ayudar a alguien que está sufriendo mucho, para el que no hay remedio ni contención familiar que le sede su padecer. “Gente que siente cada día como una semana: que están con dolor, vómitos, inmóviles. Que ya no tienen la dignidad que se necesita para vivir. Entonces vos vas y en el momento previo te miran a la cara y te dan las gracias, a veces con una sonrisa. Y te sentís afortunado de dar ese regalo”. 

Algunos de sus amigos lo cuestionan y le preguntan si está loco. Un colega de convicciones religiosas con el que ha discutido le insiste que no está bien lo que está haciendo. Pero Rzeznikiewiz dice que no está violando su juramento hipocrático porque cree que prolongar la vida de una persona no necesariamente significa ayudarlo y que pone la voluntad de sus pacientes por delante de todo. Allí está su compromiso. “Lo más importante es que la gente sepa que hay una opción, no que la tome. Que la gente sepa que no estás obligado a morirte en una cama esperando que pasen los días mientras los enfermeros vienen a cambiarte el pañal o alimentándote a través de un tubo”.

Para Rzeznikiewiz es importante que la gente sepa que tiene una alternativa y también que se puede arrepentir en el camino ya que, según explica, la iniciación de las consultas no implica el compromiso de seguir hasta el final. De hecho tuvo algunos arrepentimientos, pero en su experiencia siempre fue una mínima expresión. 

“Los cuidados paliativos y la eutanasia pueden convivir de forma armoniosa. La pregunta a la que yo me refiero al final de todo es qué quiere mi paciente: cuál es su objetivo en cuanto a su vida y su muerte. Es notorio que la muerte es un asunto que siempre tratamos de evitar, pero al final de la partida es importante tener esa conversación. Se trata de cómo querés vivir y cómo querés morir”. Eso es particularmente importante para personas que siempre han estado “en control” de su vida. 

Hace una semana el doctor Rzeznikiewiz fue a hacer una asistencia. El paciente era un finlandés, adulto y gerente de una compañía grande. Siempre había tenido la posibilidad de decidir todo en su vida. 

Rzeznikiewiz fue a su casa. “¿No querés que vengan tu familia y amigos?”. Él se negó. Solo quería a su esposa en ese lugar.   

El finlandés tomaba una copa de brandy y de fondo sonaba una música clásica.

“¿Vos estás seguro?”, preguntó el médico, como siempre hace.

Pasaron los minutos y Rzeznikiewiz se fue a otra habitación para que la esposa tuviera su momento a solas. Llenaron los papeles. Le sacó las vías. 

Antes de irse, la esposa, también nórdica, le dio un abrazo y se puso a llorar. “A pesar de que es el día más triste de toda mi vida estoy contenta porque es lo que él quería”, le dijo.

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