Juan Manuel Santos. AFP<br>

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El posacuerdo colombiano

El listón de la ciudadanía acerca del impacto del Acuerdo de Paz se ubicó muy alto
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03 de diciembre de 2017 a las 05:00
Desde mucho antes de la firma del Acuerdo de Paz en Colombia, entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las FARC, hubo una palabra que caló hondo en el sistema político: posconflicto.

El posconflicto no figura en el diccionario de idioma español, pero tiene un significado específico:

"Período de tiempo que sigue a la superación total o parcial de los conflictos armados.

Puede entenderse como un concepto de un único atributo: la reducción del número de homicidios relacionados con el conflicto por debajo de un umbral determinado, que le otorga o le niega el estatus de conflicto activo", según explica la Universidad del Rosario en un trabajo acerca de la reconciliación política en el país.

Los medios de comunicación hicieron suyo el "posconflicto" y el listón de la ciudadanía acerca del impacto del Acuerdo de Paz se ubicó muy alto, muy por encima de las probabilidades reales en el corto y mediano plazo de materializar un documento que tuvo el apoyo mayoritario del Congreso, pero no así de una consulta popular.

A un año de la firma del acuerdo, se hace evidente que las metas y compromisos son muy ambiciosos para un país con un Estado enclenque, de una consolidada desaceleración económica, de impactantes casos de corrupción y de unos líderes políticos que empiezan a mover las primeras fichas del juego de la campaña electoral que ha perjudicado la aprobación rápida de proyectos claves para la ejecución del acuerdo.

A ese complejo cuadro –que explica un sentimiento de zozobra en general de la opinión pública– se suma una imagen débil del presidente Santos que en el tramo final de su segundo mandato, saca una buena nota en el extranjero, pero no en su propia casa.

Santos dijo esta semana que el vaso de la implementación del acuerdo "está medio lleno", lo que es incuestionable.

Las FARC entregaron sus armas y se transformaron en un partido político; ha avanzado el desminado; se empiezan a ver obras de infraestructura junto a estrategias de desarrollo en regiones históricamente abandonadas por el Estado; mayor presencia de la fuerza pública y de la Justicia en algunos territorios que estaban en manos de la guerrilla...

Pero la percepción es que la sociedad –azuzada por una crispada campaña electoral– está viendo el vaso medio vacío: guerrilleros que abandonan los centros de reincorporación –algunos de ellos para volver a tomar las armas-; asesinatos a 25 ex sediciosos y a más de 90 líderes sociales; la demora en la puesta en marcha de la Justicia Especial para la Paz y de todo el procedimiento de verdad y reparación a las víctimas del conflicto –mientras Timochenko lanza su candidatura presidencial–; fallas del Estado en zonas que estaban en poder de las FARC y que ahora están en manos de bandas criminales o de otros grupos insurgentes como el ELN; un crecimiento histórico de los cultivos de coca; aumento de la minería ilegal...

La realidad y el aire que se respira en general en Colombia, a un año de la firma del Acuerdo de Paz, no parecen ser los de un estado de posconflicto.

Es que la pintura del posconflicto, de un país en guerra interna por 52 años y de graves problemas estructurales, es una obra compleja que lleva tiempo, mucho tiempo...

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