Mundo > Análisis / Susana Mangana

El saldo que dejó la primera gira de Trump a Medio Oriente

El viaje demostró que la política de EEUU vuelve a estar marcada por el realismo puro
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11 de junio de 2017 a las 05:00
Es evidente que la medida adoptada por Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Egipto, entre otros, por cortar todo vínculo diplomático y comercial con el Estado de Catar en el Golfo Pérsico, está directamente relacionada con la reciente visita del presidente Donald Trump a Riad, la capital saudita.

La crisis desatada entre los países integrantes del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) se suma así a otros conflictos que perpetúan la inestabilidad en una región volátil del planeta que habida cuenta de su riqueza energética concita el interés mundial.

¿Qué otras sorpresas deparará la visita de Trump a la cuna de las religiones abrahámicas? Lo sucedido con Catar no es buen augurio.

El objetivo declarado por Trump de combatir el terrorismo significó en los hechos la autorización para que Arabia Saudita avanzara sin tapujos con las presiones a su vecino y hermano menor Catar.

Si la crisis intraárabe no se encauza, amenaza con desatar una ola de consecuencias impredecibles, cuando todavía persisten otros conflictos enquistados: Siria, Yemen o Irak.

La gira de Trump por Medio Oriente y el Vaticano sirvió, si acaso, para demostrar hasta qué punto la política exterior de EEUU vuelve a estar marcada por el realismo puro. Y es que los negocios están antes que la amistad y la democracia.

Trump habló el pasado 21 de mayo ante una cincuentena de líderes musulmanes en Riad, pero no mencionó ni los derechos humanos ni los valores compartidos.

El foco de su discurso estuvo en el combate al enemigo común, o sea el terrorismo de base islamista. Apeló a una vieja frase: "El bien vencerá al mal". Resulta inevitable la comparación con el discurso que brindó su antecesor Obama en la Universidad de Al Azhar en El Cairo en 2009.

Lo que importaba entonces era dar un mensaje esperanzador, de reconciliación con el mundo musulmán, que pusiera la democracia en el centro del debate público en Medio Oriente y buena parte de África. Hoy sabemos que Trump no exigirá liberalización política ni democratización a los líderes musulmanes, solo que expulsen a los radicales y que se comprometan con el combate a los terroristas, y si es con armas estadounidenses, tanto mejor.

Tras meses de cargar las tintas contra los musulmanes, ordenar incluso un veto migratorio y otras prohibiciones, el presidente estadounidense despliega ahora esfuerzos para recomponer la amistad con la casa real saudita, líder indiscutible de las monarquías árabes petroleras y ello en detrimento de Irán. Egipto y otros aliados tradicionales de EEUU vuelven a tener un interlocutor en la Casa Blanca.

El recientemente reelecto presidente Rouhaní, de Irán, deberá calibrar su estrategia en política exterior para sobrellevar presiones dentro y fuera de casa.

Contener a Irán parece ser la premisa común entre EEUU y sus socios árabes del Golfo. Esta es una de las razones por las que Arabia Saudita y EAU han penalizado a Catar, por su política supuestamente afín a las autoridades iraníes.

Trump es antes que nada un empresario pragmático. Por ello, quizá debamos acostumbrarnos a sus repentinos cambios de criterio y opinión.

Eso mismo sucedió en Israel, donde no dijo ni palabra del tan prometido traslado de la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén, un hecho que levantaría ampollas entre árabes y musulmanes. Trump se ofrece como facilitador entre israelíes y palestinos pero no revela qué estrategia va a seguir.

Lo mismo podemos decir respecto de su posición en la guerra de Siria, un conflicto que ya se considera de baja intensidad y para el que, se sabe, no hay solución militar.

El régimen sirio ha recuperado el control en el oeste del país en Alepo y en Damasco, pero no en la provincia de Idlib. Los kurdos controlan el área de Al Hasaki en el norte y preparan una jugada maestra con la que sacar réditos de su lucha contra Estado Islámico, de parte de países y gobernantes que hasta hace pocos años ignoraron sus demandas.

Entretanto, nadie sabe realmente lo que sucede en el este del país. Existe una guerra mediática sin cuartel en la que medios que responden a distintos intereses regionales y globales construyen un relato que nos aleja de la realidad.

Internet no se queda atrás. Allí se difunden videos y noticias que desinforman y tergiversan los hechos; ni siquiera sabemos ya cuándo son veraces las imágenes lacerantes que nos muestran.

Al Asad solo recuperará el control de todo el territorio nacional si Rusia e Irán están de acuerdo con ello.

A pesar de existir dos procesos de negociación en curso: Ginebra –liderado por la ONU y su delegado Staffan de Mistura– y Astana –capitaneado por Rusia con un formato tripartito: Rusia, Irán y Turquía–, lo único que se negocian son soluciones limitadas.

No se trabaja sobre un aspecto fundamental: qué hacer con el régimen de los Asad. Entretanto, es vox populi que el proceso de Ginebra está muerto.

El liderazgo de Obama supuso un esfuerzo consciente para que EEUU se desenganchara de Medio Oriente. El tan mentado viraje hacia Asia Pacífico. La prioridad de Obama era concretar un acuerdo nuclear con Irán y no estuvo dispuesto a involucrarse en Siria, al menos no para derrocar al régimen. Así fue como Obama subcontrató la solución con los rusos.

La visión de Trump sigue enfocada en Estado Islámico. Su secretario de Estado, Rex Tillerson, ya lo confirmó: remover a Al Asad del poder en Siria no es una prioridad para Estados Unidos.

Trump desea mejorar la relación con los aliados de EEUU en Medio Oriente. Israel y Arabia Saudita son los primeros en la fila. Pero también ha dado muestras de querer recuperar su vínculo con Egipto.

De nuevo y según Tillerson, la posición de EEUU en la crisis que enfrenta a las monarquías árabes del Golfo es de apoyo a una negociación pero acusó a Catar por su supuesta financiación al terrorismo, secundando así el discurso oficial saudita: Irán y Catar son el origen del mal en la región.

Rusia no se opondrá a Irán en Siria porque son los iraníes los que han desplegado militares en el terreno. Entretanto, la prioridad de Irán es consolidarse en algunos países, como Líbano y Yemen, a través de sus protegidos, Hezbollah y Houthis . Equivocadamente, Occidente piensa en Irán en clave religiosa cuando en realidad se trata de un poder nacionalista fortísimo.

Putin dejó claro con su intervención en Siria que Rusia no sería desplazada del orden internacional por un EEUU cuyas últimas intervenciones militares desembocaron en rotundo fracaso. Libia, Irak o Kosovo así lo atestiguan.

Putin quiso transmitir a Obama que no permitiría que Siria siguiera por el mismo camino que Libia y le recordó el desastre ocasionado en el país magrebí tras forzar la caída del coronel Gadafi en 2011.

La intervención rusa en Siria se explica sobre todo por el ansia de poder de Putin, que capitalizó el proceso de desconexión estadounidense de Medio Oriente y es una oportunidad única para reubicar a Rusia en el centro del debate en la escena internacional.

Además de concretar ventas de armas por US$ 110.000 millones a Arabia Saudita, consolidar el carácter de liderazgo del país árabe sunita, visitar lugares históricos del monoteísmo y una reunión insustancial con el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás, Trump volvió a sorprender, incluso a los escépticos, al dejar claro que la religión juega un papel preponderante en la geopolítica mundial.

Coordinadora del Programa de Política Internacional, responsable de la Cátedra Permanente de Islam, Universidad Católica del Uruguay. @SusanaMangana

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