Cristina Sosa, tambera de toda la vida, disfruta vivir entre las vacas.

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El tambo, ese lugar en el que para Cristina Sosa cada 8M es un día como cualquier otro en el año

Cristina Sosa, la mujer que arrancó con cinco terneras, usó un Renault de cuna y apoyada en el compañerismo de su esposo armó una familia “al pie de las vacas”
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08 de marzo de 2021 a las 05:00

Por Juan Samuelle, enviado a San José.

Cada lunes 8 de marzo es un día más para Cristina Sosa. El Día Internacional de la Mujer para ella es un domingo cualquiera, es como un jueves, el día de Navidad, un 1° de Mayo o 1° de Enero. Porque es tambera.

“Acá no hay feriado que valga”, dijo con énfasis a El Observador, en el comedor de su casa, junto a su esposo –Julio Bauza–, atenta a que el único empleado que tiene, responsable del ordeñe, le avise al celular el momento en el que las vacas lleguen al tambo para uno de los dos ordeñes diarios.

Es que el rodeo se ordeña dos veces todos los días y los animales deben comer –pastura, fardo o ración– y tener siempre acceso a agua; hay que vigilar el estado de los cultivos y aunque sea un costo elevado hay que regar si hay seca; y es necesario atender a los terneros, ordenar las franjas de pastoreo con alambrado eléctrico, reparar la maquinaria, atender al camión de Conaprole cuando llega y mil cosas más. Y, claro, atender las cosas de la casa, porque los hijos ya viven en otros lados, pero hay seis nietos y un séptimo en camino y ser abuela se sumó a ser madre, esposa y tambera.

“La verdad, no me quejo, ha sido una vida sacrificada, pero tuve la enorme ayuda de mi esposo, siempre fue muy compañero y sobre todo en aquellos años en los que no había lavarropa y los pañales no eran descartables, por ejemplo”, puntualizó Cristina.

Aprendieron a ser tamberos por herencia, de padres y abuelos. “Ordeñaban a mano, la leche se sacaba en tarro... pero siento que seguimos una tradición. Me crié entre las vacas, me enseñaron de chiquita a andar a caballo para ayudar a pastorearlas, para atajarlas y que no se pasen al campo vecino en una época en la que no había alambrados”, recordó.

Cristina Sosa, productora de leche en San José.

Un viejo Renault que fue cuna

Hubo una época en la que había que debían trabajar en más de un lugar, para que los números cierren. En un momento, Cristina y Julio se las ingeniaron para atender dos tambos, como empleados, moviéndose de uno a otro y ya eran padres de tres chiquitos. Cristina, sonriendo y buscando complicidad en su marido para el cuento, citó una anécdota: “Teníamos un Renault muy viejito, de aquellos que tenían tercera y el motor atrás, desarmamos el asiento trasero para hacer una especie de cama para que duerman los gurises mientras ordeñábamos de madrugada”.

Hoy esos tres hijos, criados en el tambo, trabajan en otros ámbitos: Lorena tiene 33 años y lo hace en un complejo industrial; Matías tiene 30 y es camionero; y Gabriela tiene 29 y trabaja en una quinta. Todos, en su momento, dieron una mano en el tambo familiar.

Aquellos primeros años del matrimonio fueron duros. Cristina tenía un par de vacas, hacía dulce de leche, tenía quinta y hacía dulce de zapallo, tenía gallinas y hacía quesos, cocinaba el pan y todo lo que podía en horno de barro… generaba los alimentos para la familia y para vender, de modo de cubrir los gastos de la casa y que el sueldo de Julio pudiera destinarse a pagar la deuda que habían tomado del capital y las mejoras que había sobre la fracción de campo de Colonización que había pasado de manos del padre de Julio a ellos.

“Pagar fue difícil, tomamos una deuda de unos US$ 30 mil con el dólar a $ 11 y de golpe el dólar estaba en más de $ 30”, recordó. “Fue una época tremenda, hubo crisis financiera, la seca, la crisis de la aftosa… nos pasó de todo, pero salimos adelante”, añadió.

Tras varias experiencias de trabajo en otros establecimientos lecheros y en otras labores, Cristina y Julio armaron el tambo propio, a fines de la década de 1990.

Fue Cristina la que puso una pausa en la charla para algo que entiende fundamental: agradecer. Y pasó lista: “De distinta manera, nos ayudaron mis suegros Julio y María; mis padres Rodolfo y Carmen; vecinos como Gerardo Romaso y Nibia Pastorino, Nelson Britos y Nely Britos y Damián Munsch y Beatríz Ferreira; Víctor Sosa y familia; y quiero mencionar a un patrón, Leonel Mesa, y al doctor Miguel Charlone, nuestro veterinario por 30 años”.

Julio Bauza y Cristina Sosa, delante de parte del rodeo lechero del tambo.

En la Colonia Mac Meekan

La leche se remite a Conaprole. En un predio de 90 hectáreas, en la Colonia Mac Meekan (San José, próximo a Libertad), hay unas 70 vacas en ordeñe, un rodeo con base Holando y cruzas con genética Jersey, Normando y Angus.

Para la reproducción se usa un toro propio. Las terneras se mantienen para abastecer al rodeo lechero y los terneros se venden.

La producción promedio anual es 22 litros diarios por vaca, con buenos índices de sólidos, para un precio promedio de $ 13 por litros. Eso, comentó Cristina, con suerte cubre los costos “para empatar”.

Para bajar costos, hacemos casi todo nosotros, hay un matrimonio que está acá y se ocupa de ordeñar, pero nosotros producimos la comida, manejamos las vacas, nos juntamos con un buen vecino que está armando su tambo para hacer labores con herramientas, por ejemplo fardos y silos”, contó.

Sobre por qué sigue siendo tambera, con tanto sacrificio y poca recompensa, dijo que “es lo que una sabe hacer, nos gusta vivir en el campo, hay como un orgullo en decir que uno es tambero, pese a que no hay día de descanso y se vive con muchas incertidumbres como cuando hay seca o acá se inunda todo porque hay tres arroyos que cruzan el campo”.

A veces Cristina prepara todo para hacer algo para ella misma –a eso le llama disponer de un par de horas libres–, “pero salgo, veo algo para arreglar, siempre pasa algo y entro a casa, me cambio y de vuelta al campo”.

Cristina Sosa, productora de leche en San José.

¿Vacaciones? Hace al menos 10 años que no se puede. “Hicimos varios paseos, excursiones con vecinos y amigos a Florianópolis, El Calafate, Ushuaia, Mendoza, Córdoba… antes salíamos más, pero desde que los costos empezaron a subir nos quedamos acá y solo hay un paseo anual a Lascano, Rocha, en marzo para el cumpleaños de mi padrino, pero el año pasado no fuimos por lo del covid-19, eso y alguna vez vamos al balneario Kiyú a llevar a los nietos”.

Igual, no baja los brazos: no bien la pandemia ceda y haya más seguridad, con su esposo ya jubilado aprovechará para “conocer lugares de Uruguay que son muy lindo y nunca fuimos”.

En el repaso que hizo durante un par de horas que duró la visita de El Observador a su tambo, Cristina recordó que en cierto momento fue “ciudadana”, vivió en San José, lejos del campo y tuvo que dedicarse a algo y fue tejedora: “Lo de la máquina de tejer fue por pura necesidad, algo tenía que hacer, pero no lo extraño, lo mío son las vacas, vivir en el campo… estar enfardando cuando es época desde las 6 de la mañana a la medianoche y volver a casa muerta de cansada y durmiéndote mientras caminas no es fácil, pero… ¿sabes qué?, si me dicen que haciendo otra cosa gano lo mismo… igual no cambio ni loca. Las vacas nunca están de mal humor, no te discuten nada, ha sido un placer vivir con la familia en el campo y entre las vacas”.

Cristina Sosa, productora de leche en San José.

El toro que terminó viviendo lo del patito feo

El arranque en el tambo propio fue cuesta arriba. Cristina y Julio empezaron con apenas cinco terneras. Tenían un Ford Cordel que vendieron para comprar una vieja Mehari, ocho terneras y cuatro novillitos. Después fueron comprando alguna vaca más, en cuotas, y un buen día llegó el toro propio.

Cristina dijo que en el año 2000 fue a un remate ganadero, en el km 72 de la ruta 1, con su esposo, quien estaba poco de acuerdo en comprar un toro. Es más, hoy riendo ella recuerda que compró el toro sin que él se diera cuenta, por una cifra ahora considerada extremadamente baja para hacerse con un buen reproductor: US$ 100.

Era un toro Jersey, puro de raza, pero era muy feo, entraba a la pista del remate y pasaba y nadie lo compraba. Bien feo era, flaco, más que flaco era, se le veían los huesos y los pelos. Yo nunca había comprado nada en un remate, pero lo compré, era espantoso pero lo compré a ver qué pasaba, para probar… y resulta que el toro lo que tenía era que no comía bien, vino a casa donde había mucha comida, se puso en forma, quedó precioso y terminó siendo flor de padre, hasta nos dio una vacas estupendas”, narró.

También dijo que “era un toro con carácter, pero a la vez era claro que era un toro de cabaña, lo ibas a buscar, le ponías una piola en el pescuezo y lo llevabas para todos lados sin problema”.

Cristina Sosa, productora de leche en San José.

 

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