Inés Guimaraens
José Tejero y Mateo Méndez en entrevista con El Observador
Tejero llevaba dos años viviendo en el barrio Plácido Ellauri con Rubén Alonso, el 'padre Cacho', que a fines de la década anterior se había instalado en un rancho de madera y lata para hacer la misma vida que los vecinos.
"Tejerito", como se lo conoce en el ambiente, recuerda que cuando los salesianos consiguieron el terreno en el barrio Lavalleja, a orillas de las zonas más complicadas sobre el arroyo Miguelete, camino abajo por Aparicio Saravia, "al padre Cacho no le gustó mucho".
"Para él tenía que haber habido más integración. Pero la idea era que estuviera un poquito alejado del foco mismo, y tiene sus pro y su contra. Los chiquilines decían: 'Venimos a una isla de libertad', porque en el barrio están los caciques. Los primeros años venían botijas de varios barrios y el tema era quién mandaba. El deporte ayudó".
Un camino largo
José Tejero se remonta a los 60' y 70' para hablar de cómo mantiene el empuje a cinco décadas de hacer su camino en la vida religiosa.
–Te acordás en las épocas aquellas de los tupas, cuando cerca de 5 mil jóvenes casi pasaron a la clandestinidad. (...) Tenés que tener una mística para dar ese paso y soñar un Uruguay igualitario, todo ese sueño de la utopía marxista. ¿Qué tenés que tener? Convencimiento. ¿Decís que hoy los católicos lo tenemos? No. ¿Qué nos falta? Primero en el hogar, pero también el vivenciar hechos y personas concretas. Yo estuve dos años con el padre Cacho (del 1986 a 1988), de vivir permanentemente la gracia del amor. Permanentemente. En lo más sencillo de la vida, porque no es que anduviera con mucho rezo, pero tenía una gratuidad para el don, tan genuina, en cada abrazo con los vecinos. Es el Espíritu Santo, esa sobreabundancia de haber vivido algo muy lindo.
Inés Guimaraens
José Tejero, sacerdote salesiano
Al 'padre Cacho' lo conoció en los 50' en la casa de formación en Manga, donde hoy están Zonamérica y Jacksonville. Tejero dejó su casa de adolescente para vivir con los salesianos y de esa vida ya nunca se alejó.
Oriundo de Villa Rodríguez (San José), la familia de siete hermanos se vino a Montevideo cuando el padre cerró el negocio para que los mayores cursen la universidad y él tuviera la experiencia de un colegio salesiano: Talleres Don Bosco. En el pueblo tenía la imagen de un Dios "todopoderoso, inmenso", y la figura del párroco se le "plantaba de una manera muy linda", contó en 2016 al Boletín Salesiano.
"¡Yo!", exclamó a los ocho años cuando una religiosa preguntó a la familia que salía de paseo quién de todos sería sacerdote. Al gusto por la política, le ganó la pulseada la vocación por "salvar almas, al estilo de Don Bosco".
Los últimos tres años del noviciado los cumplió en un recién estrenado colegio salesiano en Melo, y ya despuntaba su talento por el fútbol. "Me querían comprar para jugar en el Club de Melo, contra un cuadro brasilero. Yo con sotana, por supuesto", relata. "Tres años inolvidables", concluye.
70 años después sigue calzándose los botines para jugar, aún hoy en las canchas de Tacurú.
Cedida a El Observador
Archivo de 2016. José Tejero durante una visita en Etiopía al misionero uruguayo Ignacio Laventure, con quien posa para la foto
Los cuatro años de Teología los hizo en Santiago de Chile y tras su ordenación estudió dos años en Roma. La vida religiosa lo llevaría por el Colegio Pío de Villa Colón, los primeros pasos de la comunidad de Tacurú, Juan Lacaze –donde lo deslumbró "el pueblo de la capital de la solidaridad"– y "más de abuelito" siguió acercándose mediante el deporte a los jóvenes del Instituto Paiva, una residencia rural de los salesianos en Sarandí del Yi.
La trayectoria de Mateo Méndez ha sido más pública. La murga Falta y Resto le cantó en 2002 la retirada al "milagro del padre Mateo" y los parodistas Aristóphanes llevaron a las tablas su historia en Tacurú.
El 'padre Mateo' fue el decimoprimero de doce hermanos que compartían "una pobreza digna" en San Gregorio de Polanco, Tacuarembó.
El obispo de Canelones, Orestes Nuti, plantó la primera semilla cuando le preguntó en una Fiesta Patronal de San Jacinto si no quería ser cura. Méndez recién se bautizó a los 18 años y no entraría al Seminario hasta los 23. "Ya a esa edad más o menos sabés lo que querés. Y cuando ponés la mano en el arado, como dice el Evangelio, no mirás para atrás. Si mirás para atrás, andate".
Méndez comenzó la formación a cinco años del Concilio Vaticano II convocado por el Papa Juan XXIII para reescribir la relación entre la Iglesia Católica y la época. "Era imparable, un tsunami que le pasó a la humanidad. La iglesia siempre estuvo presente, desde el inicio la preocupación de Jesús era por los más pobres. A mí me toca vivir el período de la dictadura".
Inés Guimaraens
Mateo Méndez con un retrato de Don Bosco a sus espaldas
El cura de 78 años no olvida una requisa a cargo de los militares en la casa de Manga. "Todo eso te iba diciendo: 'Cuando salga de aquí, esa problemática la voy a tener todos los días'. ¿De qué lado voy a estar? ¿Con ellos o los otros? ¿Y cuáles son los otros y cuáles los ellos? (...) ¿Qué decís el domingo en la predicación? ¿Va a gustar o no? Nunca me preocupó. ¿Qué hubieran hecho Jesús o Don Bosco? Y... ponerse del lado del más débil".
El desarrollo de Tacurú como obra social, con el camino allanado por los seminaristas salesianos que habían hecho los primeros acercamientos con los jóvenes que "requechaban" en la calle o vendían caramelos en los ómnibus, fue "la etapa más desafiante". Primero con una fábrica de plásticos y luego con la administración de Tabaré Vázquez en la Intendencia de Montevideo, el movimiento fue creciendo con los convenios laborales.
El 'padre Mateo' llegó a recibir un tiro en un asalto y no todas las recepciones a la obra fueron amigables desde un principio. "Claro que hubo (momentos complicados). Bien lindos", sonríe. Tampoco faltaron las manos amigas.
El sacerdocio también lo llevó por el barrio Caqueiro de Rivera y más tarde por el proyecto Minga, con los adolescentes que paraban por las calles en las noches pedrenses.
En el medio, Tabaré Vázquez le pidió en su primer gobierno que encabezara el Instituto Técnico de Rehabilitación Juvenil (Interj), hoy Inisa, con adolescentes en conflicto con la ley. Méndez duró solo seis meses y se fue enfrentado con el sistema, al que tildó de "perverso", con "mucho de enfermo" y de "corrupción".
La crítica a la "institución"
15 años después, el 'padre Mateo' se mantiene crítico con la política institucional. "Si no ponemos en el centro a los gurises, esto no cambia. Al final me interesa lo que puedo tener a mi favor y el gurí es el pretexto de mi trabajo", cuestiona.
A tal punto que el Minga en Las Piedras, que trabaja con unos 150 jóvenes, sigue sin convenios con el Estado o la intendencia, sosteniéndose enteramente por donaciones y aportes privados.
"La congregación salesiana tiene muchísimos convenios con la institución. Nunca hablé en contra de ellos y no lo voy a hacer. Pero hay un modelo para conveniar y nosotros decimos que tenemos otro modelo, que va a hacer mucho bien si lo aprueban y aceptan que los 13 años de trabajo que llevamos en Las Piedras sean válidos para que el INAU, que defiende tanto a los niños y adolescentes del país, diga: 'Esta experiencia está buena, aunque difiera de algunas cuestiones que tenemos como principio'".
Méndez cuestiona una "presencia fiscalizadora". "Está comprobado que hay logros interesantísimos y si hace 13 años que está, ¡por favor! ¿Qué más quieren?". "Y agrego: somos más baratos que lo que la institución pueda estar pagando en otras realidades propias de ellos".
"Se han perdido códigos"
El cura Tejero cree que "hoy la sociedad de consumo no vive con mucha utopía".
"Han decaído los grupos juveniles y las primeras comuniones. Vas al baby fútbol y está lleno, hay muchos sueños detrás de ese hijo o nieto... Te decía de la otra época, el marxismo, la utopía, la liberación, había mucho que no era el yo, sino el nosotros. Volver al nosotros, que no quiere decir al marxismo, es la clave de un cambio cultural", opina el veterano salesiano.
Con el paso de las décadas, los sacerdotes observan la penetración de la droga y el narcotráfico en los barrios.
Inés Guimaraens
José Tejero y Mateo Méndez en entrevista con El Observador
"Era impensable a lo que veíamos. Capaz ya se iba gestando, había algo fermentando dentro de la sociedad esta. Nosotros estamos hace 40 años, y los del rancherío capaz que ya hace 20 años estaban ahí", reflexiona Mateo Méndez. "¿Por qué no cambió? (...) Hay poblaciones que se han empobrecido más. Siempre hay un problema con ellos, mientras no hay recortes de los sueldos de los que administran las políticas. No interesa porque no son ellos, son los otros que están en la miseria".
Para el cura "se han perdido códigos de convivencia" y eso hace impensable una experiencia como la del 'padre Cacho' en Plácido Ellauri en los '80. "Antes se decía: 'En el barrio no se roba, hay que ir afuera, que son los que tienen'. Se respetaba a las mujeres, a los niños. Hoy día, por favor".
Tejero, que convivió con 'Cacho", recuerda que "miedo no se tenía".
"Y después, vos fijate: 'Cacho' allá era un testimonio brutal. Pero Tacurú, que tiene más de mil chiquilines, la eficacia transformadora que te da una institu.ción, que multiplica los esfuerzos", opina. "Ahora, puede estar aislada del barrio o muy porosa con sus necesidades. Capaz que tendríamos que acelerar una ósmosis entre barrio e institución".