El 59% de los internos admite en encuesta haber sido víctima de violencia.

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La convivencia en las cárceles uruguayas es más oscura de lo que se dice: esto demuestra un estudio

Estudio en la cárcel de Santiago Vázquez concluye que fueron reportados solo el 15% de los hechos violentos que ocurrieron
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05 de enero de 2023 a las 05:02

Cuatro reclusos toman por la espalda a Andy, lo llevan a prepo hasta una sala, lo amenazan con un corte carcelario, le pegan en la cara y, mientras la sangre le resbala por el labio inferior, le piden —le obligan— a que se dé vuelta. La escena dura menos de dos minutos. La chica mala de la prisión de Cruz del Sur le prohíbe el ingreso a la celda a la recién llegada Macarena. “Con este mierda que violó a su hija, ¿qué hacemos?”, se pregunta Guillermo cuando señala a un viejito que, instantes después, violará con un cuchillo apretado entre los dientes.

Son escenas de la película estadounidense The Shawshank Redemption, de la serie española Vis a vis o de la telenovela argentina Tumberos.

Las cárceles —las cárceles narradas desde las ficciones— son lugares oscuros y llenos de terrores. La realidad —la realidad estudiada por dos académicos en una prisión uruguaya— no dista demasiado de eso. Al contrario.

Los criminólogos Olga Sánchez de Ribera y Nicolás Trajtenberg investigaron los hechos violentos en uno de los módulos de la cárcel de Santiago Vázquez y descubrieron que los incidentes reportados oficialmente fueron solo el 15% de los eventos que, según encuestas y entrevistas, realmente ocurrieron.

Después de analizar los datos oficiales, encontraron que en dos meses habían sido informados 12 hechos de violencia. Sin embargo, la investigación en profundidad —con el cruce de distintos métodos cuantitativos y cualitativos— encontró 81 incidentes: 16 por incumplimiento de normas, 10 robos, 7 agresiones indirectas, 19 agresiones directas no físicas, 28 agresiones físicas, y un intento de fuga.

El novedoso uso de la metodología científica —la misma que les permitió concluir que en ese módulo el 59% había sido víctima de un hecho violento, cuando solo el 22% lo había reportado oficialmente— hizo que la investigación de Trajtenberg y Sánchez de Ribera formara parte de The Crime Data Handbook, un manual internacional sobre metodología para el estudio del crimen.

Una de las innovaciones de este método es que, al combinar datos administrativos con encuestas anónimas, con entrevistas en profundidad y con la observación diaria de la convivencia en el módulo durante varias horas, los académicos pudieron acercarse a las escenas que a veces se cuentan en las ficciones. “Hoy en la mañana pasó algo en este módulo”, les empezó contando uno de los reclusos. “Apuñalaron a alguien, le hicieron dos tajos y le rompieron la cabeza… le dieron un golpazo en la frente”.

La violencia dentro de las cárceles suele ser —en todo el mundo— más prevalente que en el resto de la comunidad. Así lo señala la literatura científica y se justifica en que “hay dos explicaciones  sobre por qué hay tanta violencia dentro de las cárceles: el paradigma de que el encierro reproduce aquello que acontece también afuera y la alternativa de pensar que la violencia es el resultado de las condiciones de prisión y la lucha por la supervivencia”, explica el criminólogo Trajtenberg.

El proyecto de investigación uruguayo —que va más allá del capítulo del manual internacional— da cuenta que podría haber un poco de cada paradigma. “Hay quienes por su psicología, por sus rasgos de personalidad, consumo de drogas, falta de límites o vínculos delictivos reproducen dentro de la cárcel el mismo comportamiento que tienen fuera, una especie de violencia que importan. Pero también hay quienes la violencia es la forma de adaptación a la cárcel, la manera de canalizar el estrés, el hacinamiento”, dice el criminólogo.

Como ejemplo de esto último, cuenta, “la falta de respeto es una señal pública muy fuerte dentro de una prisión: si aquel señalado no reacciona, termina demostrando debilidad y es peligroso para su propia supervivencia en el módulo”.

Códigos son códigos

“No, no... no vi quien me lastimó, no sé [...] es el código que tenemos dentro de la cárcel. ¿Nunca viste la figura de los monitos? ¿Esa que a uno las manos le cubre los oídos, a otro los ojos y al tercero la boca? Bueno, acá en la cárcel tenés que ser como un pequeño monito: no viste, no escuchaste, no hablaste”.

Esta explicación que uno de los reclusos del módulo les da a los investigadores es la razón principal por la cual los hechos reportados oficialmente son tantos menos que los verdaderamente ocurridos.

En los códigos carcelarios, quien denuncia es un “alcahuete” o un “buchón”. Y en los códigos carcelarios, ese soplón paga con paliza. “Por eso muchos presos sacan cuentas y no les sirve denunciar: los datos muestran que es muy alto el precio de denunciar, hay muchas chances de que se sepa quién fue el que habló (el que ‘cantó”, como le dicen en la jerga), hay bajas posibilidades de que sea castigado el victimario del hecho violento… entonces, ¿para qué denunciar?”, explica Trajtenberg.

Esa misma lógica, según el estudio, aplica para los guardias: “muchos optan por el no te metás, qué se maten entre ellos”. Eso se agrava cuando los guardias están cansados, desmotivados, cuando “tienen que estar apagando incendios todo el día y no cuentan con los recursos para estar registrando en una computadora cada hecho violento” como ocurre en las cárceles uruguayas, demuestra el estudio.

El desborde del sistema podría ser incluso mayor a cuando los investigadores realizaron el trabajo de campo, dado que el centro de derivación reconoció este año que, por semana, ingresaban unas 100 personas nuevas a prisión.

Tan instalada está la violencia que uno de los guardias entrevistados para el estudio reconoció que “cuando el ambiente está tranquilo es porque algo anormal está pasando, algo se está planeando”.

Según Trajtenberg, la violencia dentro de las cárceles es un síntoma de mal funcionamiento del sistema. En la teoría se supone que un espacio de encierro, vigilado, con controles de qué entra y qué no, debería estar lo más librado posible de hechos violentos. Pero, al mismo tiempo, “la dinámica carcelaria en América Latina demuestra que el clima de aparente paz también puede ser síntoma de un problema: en aquellos módulos en que gobiernan las mafias, muchas veces se está tranquilo, pero por ausencia del Estado”.

“Estando preso, muchas veces me metí en peleas a piñas y nunca fui sancionado”, admitió un recluso entrevistado para el estudio. Y otro, agregó: “Tuve sanciones por alguna pelea, me dejaron sin visitas. Pero no me afectó porque nunca me visitaba nadie”.

Los resultados de la encuesta anónima realizada en el módulo apuntan a lo mismo: el 46% estuvo involucrado en conductas violentas en los últimos dos meses. Solo el 2% de esos victimarios recibieron sanciones. Y solo una persona fue sancionada con un castigo severo.
 

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