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1 de diciembre 2023 - 5:03hs

Hace poco menos de 20 años el rock argentino se autodestruyó. El rock barrial, el rock chabón. Eran épocas de masas y pocos controles, banderas y pogo afiebrado, cerveza caliente y zapatillas desatadas que se tropezaban con los restos del menemismo y una crisis económica angustiante. La marea se movía al compás del descontento social, gritaba por una bocanada de aire, y Cromañón se llevó puesto todo. El local bailable ubicado en el barrio porteño de Once se prendió fuego en 2004, mató a 194 personas, destapó una olla podrida de corrupción y esparció las cenizas del trauma en generaciones enteras. Pero debajo de la capa gris, en los intersticios un género quebrado que casi que dejó espacio únicamente para las bandas más grandes, consolidadas, y dinamitó el término medio y el semillero, empezó a crecer algo más.

En La Plata, un año antes, un grupo de veinteañeros bautizaban a su incipiente grupito de rock con el diálogo de una película de mala muerte, un exploitation que cruzaba Robocop y Mad Max, y en la que en un momento un personaje decía: “this old boy just killed a motorcycle cop”.

Y entonces fueron El mató a un policía motorizado.

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En ese caldo de cultivo, en las postrimerías de la debacle económica, de la sombra del neoliberalismo, de la tragedia de Cromañon, Santiago Barrionuevo —que luego pasaría a adoptar el nombre artístico de Santiago Motorizado— lideró esos comienzos de la banda, en los que además de hacer la música que querían apuntaron a generar un circuito independiente más puro. La idea era retomar la senda de aquellos artistas que los músicos habían admirado por sus canciones, pero también su forma de encarar el vínculo con la industria musical. Querían una libertad que rastreaban en The Velvet Underground, Pavement, Yo La Tengo, Nirvana, y en su propia tierra también, encarnado sobre todo por la reina indie, Rosario Bléfari, y sus múltiples proyectos, de Suárez en adelante.

“Creo firmemente en la independencia como ese espacio libre donde el arte puede irse para cualquier lado, más en Latinoamérica. En un continente en crisis constante, el que decide meterse a experimentar con su arte y su libertad, realmente está metiéndose en un lugar a contramano de todo”, dice Santiago Motorizado en un episodio que el podcast El Sonido le dedica a la banda, y que se titula lógicamente El día de la independencia.

Hoy, con cinco discos encima, con un Grammy Latino al Mejor álbum de Rock por Unas vacaciones rarasla banda de sonido de la recuperación de la serie Okupas —, con una mochila cargada de hits donde las guitarras cósmicas suenan fuerte y la épica se dispara, El mató a un policía motorizado sigue aferrado a esa idea de libertad e independencia y alcanza un público que se acerca cada vez más a la masividad. Sus veinte años se cierran con un gran disco, Súper Terror, y una gira que comenzó con dos llenísimas presentaciones en el Luna Park, que los paseará por Europa, y que antes tiene dos paradas en Montevideo.

La primera es hoy en la Sala del Museo y se agotó. La segunda fecha, mañana sábado, todavía tiene espacio y lugar para la celebración del fuego con la que los platenses parecen querer demostrar que están listos para pasar a ocupar los primeros espacios del rock alternativo latinoamericano. 

Bailar en la oscuridad

Lo más probable es que El mató traiga a sus shows de Montevideo el mismo, o al menos muy parecido, repertorio que desplegó en el Luna Park, un espectáculo que los medios argentinos catalogaron como “contundente” y que incluyó 26 canciones que de alguna manera recorren la historia musical de la banda.

Así, los ecos de la trilogía de EP con los que debutaron, el estallido post-punk de La Dinastía Scorpio y ese summum musical que es La Síntesis O’konor estarán presentes, aunque el grueso será su último trabajo, Súper Terror, que se publicó en julio de este año.

El disco saca al grupo del sonido acostumbrado —hay más presencia de teclados y sintetizadores, aunque los ecos de las guitarras que se expanden como un mantra tras la voz del vocalista se mantienen— y se aferra a algunos himnos bailables en tonos claroscuros. En buena parte de sus canciones, las letras de Santiago Motorizado se decanta por un dejo amargo que, a la vista de la situación política argentina, se tornó casi profético. Pero sigue teniendo esa fuerza cercana, esa idea de épica de entrecasa que se volvió un sello de su banda y la distinguió de las demás.

Ejemplos, todos del último disco, todos parte de algunas de las mejores canciones de Súper Terror:

Quiero saber a dónde ir / Quiero saber a quién seguir / Todo lo que me importa no existe más / Quiero saber por quién morir (Segundo plan)

Soñamos con un mundo mejor / Hasta que el líder dijo: "Me voy a rendir" / Contando todo lo que sobró / Nunca vas a ser millonaria, millonaria / Entiendo que no vas a aceptar / Que todo lo que viene es peor (Medalla de oro)

No es difícil de entender / Todo esto se va a perder / Tantas cosas buenas / Derrumbándose a la vez / No es difícil de explicar / Si todo esto siempre pasa igual (Tantas cosas buenas)

Ese verano en que llegaste, nada era muy bueno / El sol quemaba el cemento gris de este pueblo gigante / Todos pasan el tiempo mirando / Tramando algo / Escapando de algo (El profeta del fuego)

Hay solo una excepción en el disco, un destello de euforia que, ¿responde al furor mundialista después de la tercera copa? Nicolás Tabárez, usual encargado de las coberturas musicales de esta sección, asegura que sí:

Renacer y despertar / Coronar al rey del lugar / Tu imagen está enfrente de mi / Me hace subir, me hace subir / Me hace pensar / Que esto no está tan mal (Coronado)

Es curioso pensar que todas estas letras pesimistas (las anteriores) o melancólicas están envueltas en capas y capas de música que, contrario a lo que se podría pensar, catalizan la voz rasposa de Motorizado y acercan la propuesta de El mató a una suerte de euforia efervescente, una hipnosis musical que se construye en colectivo y es agridulce, que se apropia de las pequeñas victorias, pero también de las derrotas que duelen y dejan marca. Lógico, para una banda que nació entre los despojos y las ganas de ser y lograrlo.

Instagram: El mató a un policía motorizado (@@charlieriobueno)

Súper Terror es el pico musical de El mató a un policía motorizado. Quizás no tenga canciones tan desbordantes como El tesoro, Fuego o Las luces, todas bellísimas y parte de La Síntesis O’konor, o la crudeza de ese rock todavía no tan pulido y los gritos callejeros que guardan Yoni B o Chica de oro, pero es la prueba de que la banda ya juega en ligas superiores. Todavía parecen ser los guardianes ideales de la manera alternativa, todavía entienden que la libertad corre por los carriles que ellos transitan, y en ese camino han encontrado un sonido propio identificable, público fiel y éxito de crítica. Y de paso, están generando un legado que, sin ir más lejos, se rastrea hasta bandas locales como Niña Lobo, cuyas integrantes han mencionado varias veces la influencia directa —de hecho, Santiago Motorizado y Niña Lobo tienen una de las mejores canciones diciembreras de los últimos años: Fin de año —.

"Hay una luz que arrasa con todo", dice Motorizado en Medalla de oro, una de las canciones que sonarán esta noche, y bien podría ser el reflejo del presente de El mató a un policía motorizado. Se transformaron en referentes de una forma de estar en la música y levantaron una antorcha que no estaba apagada, pero parpadeaba. Y todo eso ya es muy loable, pero encima suenan endiabladamente bien. Con entradas agotadas, esta noche lo vuelven a demostrar en una Montevideo en la que ya son locales.

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