El trabajo de la mujer en el campo no es algo nuevo, pero que las mujeres rurales trabajen agrupadas tampoco es algo de toda la vida. En Canelones, por ejemplo, en 1987 se presentó en la Sociedad de Fomento Rural de Migues un proyecto que tenía la intención de formar grupos de mujeres que trabajaran en el campo. De aquella iniciativa nació una unión, de ella una idea y un emprendimiento que llevó a aquellas agricultoras que plantaban solas y para consumo familiar a vender plantas aromáticas y medicinales en grandes cadenas de supermercados.
Mujeres del noreste de Canelones, que trabajaban en sus chacras junto a sus maridos –muchas de ellas plantando por ejemplo, remolacha azucarera– comenzaron a juntarse cuando surgió la idea de hacer grupos de mujeres rurales.
Primero hicieron talleres sobre agricultura, sobre salud, alimentación, se reunieron para hablar sobre las necesidades de sus zonas productivas, como la energía eléctrica y los caminos. En ese entonces “era otro mundo”, contó a El Observador Alicia González, integrante de aquel grupo.
Todas se conocían, si no eran vecinas se veían en las reuniones escolares, en los clubes vecinales o en los campeonatos de fútbol de la zona, pero hasta el momento no se habían planteado trabajar en equipo.
Primero se formaron tres grupos de mujeres, pero rápidamente uno se disolvió. En aquella época ser mujer rural y reunirse "a cualquier hora" era algo que se criticaba, recordó Alicia. “Nos valió que teníamos el apoyo de nuestras familias, eso nos ayudó a seguir, porque el entorno no era fácil”, sostuvo.
El grupo Pedernal (de Tala) y el Gardel Solís Chico (de Migues) comenzaron a trabajar, primero con plantas de tomate. En Tala, por ejemplo, ocho productoras construyeron el primer invernáculo de la zona en el campo de una de las mujeres, donde todo comenzó.
“Ese invernáculo nos sirvió de muchísimo, porque nos enseñó a trabajar en grupo, a distribuir horas y a conocernos más”, destacó Alicia.
La producción de tomates no les fue muy rentable y una asesora con la que trabajaban, que había viajado a Chile, les planteó la idea de producir hierbas aromáticas, que en ese entonces se usaban mucho en el país andino. En Uruguay ya se conocían esas hierbas, pero no se utilizaban tanto y habían variedades no tan populares, por lo que las productoras se arriesgaron y probaron desarrollarlas.
“Empezamos con muy poquito”, comentó Alicia, y conociendo de a poco las plantas.
Una de las mujeres recibió un paquete de semillas de estragón, “que eran tan diminutas que casi no se veían”. Las sembró sin conocer la planta y una vez comenzaron a crecer, todas las compañeras estuvieron muy atentas, porque sin internet en aquella época no era tan fácil –como hoy– saber cómo debían lucir las hojas.
“Mirábamos figuritas en los libros para ver si realmente era estragón porque ninguna la conocía”, contó Alicia. De esa siembra nacieron 13 plantas cuya producción se vendió, y con ese dinero, aquella agricultora que al inicio no conocía lo que había puesto en la tierra, se compró una máquina picadora.
Así comenzaron los éxitos de aquel grupo. Las plantas se trabajaban, se cosechaban y las hierbas eran llevadas a Montevideo, por una de las mujeres del grupo, que las vendía entre sus conocidos.
“Nos entusiasmamos de a poquito, porque hacíamos lindos pasitos”, destacó.
En 1996 nació la Cooperativa Agraria de responsabilidad limitada, Por un mañana (Calmañana) que comercializaba sus hierbas aromáticas con la marca “Mañanitas”.
De vender puerta a puerta, aquellas productoras a las que luego se les unieron mujeres del Grupo Tapia (de San Jacinto), llegaron con sus cosechas a las grandes superficies. La dueña de un supermercado les planteó vender sus hierbas al costado de las cajas, y así, el camino de venta en esas instalaciones comenzó.
Con el paso del tiempo y mucho trabajo en equipo el emprendimiento fue creciendo y sus integrantes aprendiendo.
Investigaron qué secadores daban mejores resultados, hacían turnos en los invernáculos para controlar la humedad y la temperatura de las plantas y no siempre todo salía bien. “Muchas veces se nos quemaban las hierbas y teníamos que tirar todo. Fue un aprendizaje constante”, sostuvo.
No todo fue viento en popa, también se encontraron con dificultades.
Durante un proyecto de reacondicionamiento de su packaging se encontraron con un problema: su marca no estaba registrada –como pensaban– y una yerba argentina que ya se vendía en Uruguay se llamaba “Mañanita”.
Por una diferencia de una letra las mujeres debieron cambiar el nombre de su marca. Fue así que se asociaron con un distribuidor que tiene una marca paraguas, Campo Claro, (una marca por la que se venden diversos productos, como hierbas, pastas, condimentos y yerba) y lograron mantenerse, e incluso crecer en el mercado.
De aquellas primeras plantas de estragón se sumaron otras como el cilantro o el eneldo, la producción se diversificó y las agricultoras ampliaron su espectro productivo.
Actualmente, además de hierbas aromáticas algunas venden tomates cherry y condimentos para salsas.
Parte de la producción que se remite a la cooperativa está en invernáculos y parte a campo. Y la falta de agua y las altas temperaturas han sido un problema en el último tiempo, algunas de las variedades de hierbas que comercializa la cooperativa no se están pudiendo reponer en el mercado, porque sin agua algunas plantas no crecen y otras se mueren.
La sequía que hoy sufre el campo es la más grande que han enfrentado, aseguró Alicia.
El hecho de que se hayan acumulado tres años de déficit hídrico complicó las cosas para varias de las productoras.
Algunas están llevando agua de pozos comunitarios –como el del club Mangangá– a sus campos, porque sus tajamares están secos. Andrea, hija de Alicia, también agricultora e integrante de Calmañana, es un ejemplo de eso. Su campo fue visitado recientemente por autoridades del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, en el marco de una gira por predios afectados por la falta de agua.
Para las integrantes de Calmañana el recambio generacional es muy importante, en parte porque de aquellas primeras miembros de la cooperativa, muchas hijas ya trabajan con ellas a la par. Como Alicia y Andrea hay varios casos. Niñas que se criaron en medio de la cooperativa –por ejemplo Andrea tenía ocho años cuando se fundó el grupo– hoy son mujeres que trabajan para el emprendimiento.
Actualmente la cooperativa está formada por 21 familias.
Alicia reflexionó: “Creo que nuestro grupo ha durado mucho en el tiempo porque arrancó muy de abajo y todas empezamos de cero. No queremos que se pierda esto que ha dado tanto trabajo lograr, y que jóvenes tengan la oportunidad de trabajar”.
El recambio generacional es muy importante para las integrantes de la cooperativa.
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