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La admirable alarma

Columna de análisis de Pablo Carrasco en El Observador Agropecuario
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26 de enero de 2018 a las 05:00
Por Pablo Carrasco, especial para El Observador

En pleno mes de enero, con el sol torrando las pupilas, y en un lugar al que solo se va si es menester, muchas personas acudieron a dar su grito de Asencio más de 200 años después. ¿Cuántos eran? Preguntan los Francisco Javier de Elío desde sus oficinas del Palacio Legislativo. Los conducidos por Venancio Benavidez y Perico el bailarín unos 300, los de Durazno un poco más, para satisfacción de los enviados de la corona que ajustan el aire acondicionado a 21 grados ya que la tarde es insoportable.

De todas maneras, son gente peligrosa. Siempre es peligroso alguien que no tiene nada más que perder. Se debe siempre evitar que los condenados a muerte se conozcan porque pueden desordenar la tranquilidad de los doctores. ¿Pero, cómo llegamos hasta aquí?

Durante la década de oro en la que los productos agropecuarios valieron como nunca, el dinero recibido por los productores como por el gobierno uruguayo aumentó a niveles desconocidos. Y "¿qué hicieron con la plata?" se han preguntado con buena y mala mirada amigos y enemigos de la actividad de la tierra. Pues los productores pasaron de diez mil hectáreas de soja en 2001 a un millón trescientos mil hectáreas en el año 2017. Eso hicieron con la plata, y con eso permitieron que los buenos precios se desparramaran sobre toda la sociedad.

El gobierno en cambio contrató miles de empleados que no necesitaba, despilfarró en las empresas públicas monopólicas, se embarcó en aventuras irresponsables y terminó gastando en exceso el equivalente a todo lo que le ingresa por turismo cada año. Es sabido que los gobiernos que gastan de más producen inflación y la inflación es un costo electoral demasiado caro. Por eso la inundación de pesos de nuestro marinero borracho se debía sacar de circulación. El plan A podría haber sido gastar menos, pero de nuevo no sería gratis electoralmente. El plan B entonces parece mucho mejor: premiar con tasas de interés indecentes a cualquier inversor que le traiga al Banco Central pesos uruguayos. El Uruguay entonces se inunda de dólares que nadie quiere comprar y todos quieren vender haciendo que el precio sea el mismo desde hace 14 años.

La inflación permanece en niveles altos de cualquier manera y así los precios de las cosas en Uruguay suben más de 70% en esos 14 años y la víctima son los exportadores, entre ellos los productores agropecuarios que por vender sus productos al mundo reciben su remuneración en dólares, pero al almacenero le pagan en pesos uruguayos.

Así, mientras los asalariados uruguayos han tenido un aumento de su poder de compra del 50% durante el gobierno frenteamplista, los productores han visto como el suyo se cayó a la mitad. Así el que vivía de 200 hectáreas hoy necesita 600 para sobrevivir y no es casualidad que en estos años hayamos perdido 12.000 productores de los cuales 11.000 son pequeños y medianos.

Cuántos eran no es la pregunta correcta. En todo caso el gobierno debe preguntarse si los que no estuvieron allí respaldan a aquellos que se hicieron presentes o se trata de "carneros". Todos sabemos la respuesta. Se trata de una indignación unánime de aquellos que generan riqueza con aquellos que la destruyen. Del otro lado de la descalificación está la producción agropecuaria y no un puñado de autoconvocados.

Así llegó el contingente de revolucionarios comandados por José Pedro Viera a Durazno. Con todo para hacer arder la pradera. Con motivos de sobra para agredir tanto ninguneo, con la mente nublada del condenado a muerte cuya inocencia es proverbial.

Llegó el momento de leer la proclama. Enorme expectativa y la sorpresa. La proclama resultó una joya que engalana la mejor historia uruguaya: los condenados a muerte le pidieron a Francisco Javier de Elio más decencia que dinero.

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