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La cara oculta de Quiroga

S. Fragoso Lima reúne seis novelas breves que el escritor uruguayo Horacio Quiroga publicó bajo seudónimo y en forma de folletín en dos revistas argentinas
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28 de octubre de 2019 a las 05:00

De Alejandro Dumas a Fiódor Dostoievski, pasando por Emilio Salgari, Charles Dickens, Eugéne Sue o Víctor Hugo, son innumerables los autores que, como Horacio Quiroga, recurrieron a los diarios y revistas de su época para dar a conocer sus creaciones. El folletín, como se denominó a la publicación por entregas de textos, tuvo sus más y sus menos ya que, así como un buen día aparecía una maravilla literaria, al otro se podía leer una historia sin pies ni cabeza, escrita vaya a saber por quién. Algunos escritores firmaban sus piezas con su nombre y otros, como el uruguayo, bajo seudónimo (S. Fragoso Lima), pero ninguno ignoraba la trascendencia de llegar a un público mayor gracias a la gran tirada de las publicaciones que elegían. 

Quiroga, como revelan los editores Martín Bentancor y Alejandro Ferrari en el prólogo de esta hermosa edición dividida en seis pequeños libros ilustrados más uno de estudios, nunca admitió la paternidad de las novelas, consiente, quizás, de que no estaban a la altura de lo que él podía dar, pero que vistas ahora resultan narraciones amenas y muy coloridas, que no distan tanto del universo creativo del autor, por más de que no se puedan comparar con sus obras mayores que aún hoy siguen resultando ejemplares. 

Las novelas breves que ahora se reúnen son: Las fieras cómplices (1908), El mono que asesinó (1909), El hombre artificial (1910), El devorador de hombres (1911), El remate del Imperio Romano (1912) y La cacería humana en África (1913).

De todas ellas la mejor es la primera, que se desarrolla en la selva brasilera y narra la amistad entre un hombre blanco y un indio, que deben enfrentase a un patrón esclavista famoso por su crueldad. A pesar de alguna licencia notable, el relato resulta vívido y es una clara defensa de los más humildes. 

El mono que asesinó, por su parte, recuerda a Edgar Allan Poe en cada párrafo. La fantástica trasmutación entre un hombre y un simio está muy bien contada y tiene ese tono de pesadilla del maestro estadounidense que se cuela en todas partes. La desesperación del protagonista y su progresiva caída en la locura, mantienen la atención del lector hasta el final.

El hombre artificial, es una fantasía de laboratorio donde tres científicos de distintos países están abocados a crear un ser humano de la nada. Se puede leer como una reescritura de Frankenstein o como una diminuta pieza de teatro absurdo. Tiene, además, un capítulo donde se tortura a un inocente, que resulta brutal hasta para Quiroga.

El devorador de hombres está narrado por un tigre de Bengala que recuerda su vida y la de su familia, mientras en paralelo se cuenta la de los hombres que forman parte de su existencia. La descripción de la cacería del padre del protagonista resulta espeluznante y conmovedora por donde se la mire.

El remate del imperio romano, por su parte, juega con la historia para mostrar los ríos de sangre y las conspiraciones que más temprano que tarde llevarían a Roma al desastre. Tiene su gracia, pero es algo confuso y retorcido en su planteamiento.

La cacería humana en África denuncia el colonialismo sin pelos en la lengua, pero tiene ese tono paternal del hombre blanco bueno para con el desgraciado chico negro, que rechina un poco y traba la lectura. 

Pero en cada relato hay rastros del mejor Quiroga. Están los animales en toda su ferocidad y la naturaleza pintada como un enemigo atroz e imbatible; está la frase justa, precisa y reveladora que siempre lo caracterizó; está esa lucha entre el bien y el mal; está la ausencia de dios y las manos manchadas de sangre de los hombres. Curiosos, originales y amenos, estos relatos demuestran una vez más que Horacio Quiroga, aunque fuera con otro nombre, siempre tenía algo interesante que decir. 

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