Rachel Sennott en Shiva baby

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La claustrofóbica comedia Shiva baby es una de esas películas que no hay que dejar pasar en 2021

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03 de julio de 2021 a las 05:04

Ser simple es fácil. Ser simple y hacerlo bien, no. ¿Y ser simple, hacerlo bien y que suceda todo en un debut, en ese primer atisbo inédito de talento y posibilidades? Menos todavía. Si pasa, es como para destacar y aplaudir. Y eso se merece, entonces, Shiva baby, de la canadiense Emma Seligman: aplausos. Muchos aplausos. Porque es simple, es una primera película, y lo hace bien. ¿Solo bien? No: estupendamente bien. En este alicaído 2021, es una de esas historias que no hay que dejar pasar. Sus breves —pero acertados— 78 minutos son oro, en este contexto de “sequía” cinematográfica y en cualquier otro también.

La película de Seligman, que se estrenó oficialmente en el último festival de Toronto, puede verse actualmente en Mubi, la plataforma de origen inglés que, a cada semana que pasa, se vuelve más y más interesante, sobre todo para aquellos consumidores que estén buscando un costado más cinéfilo a la cuestión del streaming. Hasta ahora Mubi ha compaginado su catálogo —al que refiere orgullosamente como “seleccionado a mano”—con ciclos de directores renombrados —en este momento tiene dos en ejecución sobre el alemán Christian Petzold (ver abajo) y el iraní Abbas Kiarostami—, clásicos del cine, destaques independientes de todo el mundo y una serie de películas que, por pandemia o por sus propias dimensiones, han optado por la plataforma como vía masiva de distribución. Shiva baby es una de esas producciones.

La simpleza referida en el principio está en el argumento: Danielle, una universitaria, tiene una relación de sugar baby/sugar daddy con un hombre casado. Esto es, a grandes rasgos, un acuerdo en el que un adulto “colabora económicamente” con una persona mucho más joven a cambio de sexo, afecto y más. Se ha discutido mucho acerca de si esta situación entra en la categoría de prostitución o no —en general la relación es más compleja, cercana y duradera que el de la trabjadora sexual y su cliente—, pero en esta película eso no importa. Lo que importa es que Danielle está metida en eso, que su familia la lleva a rastras a un shiva —una celebración judía posterior a un funeral en donde los deudos del difunto pasan a comer algo y dar el pésame— y que en ese entorno claustrofóbico, lleno de desconocidos, indagaciones sobre sus estudios en feminismo, ruido y otras tantas cosas más, aparecen dos personas: Maya, una ex con la que tiene un vínculo amor/odio, y el señor sugar daddy en cuestión. Sí, con esposa y bebé rabioso incluido. En cuanto las piezas se colocan en el tablero, para Danielle el shiva se transforma en el infierno en la Tierra. Bienvenida la incomodidad permanente. Y las ganas de salir corriendo.

Shiva baby se desprende de un corto de Seligman del mismo nombre y que tiene la misma trama y a la misma actriz en el papel de Danielle. Hay que agradecerle a su directora, entonces, que haya tenido el impulso de transformar esos pocos minutos en esta película; Shiva baby no necesita más que una locación, una buena idea y una actriz en estado de gracia —la comediante Rachel Sennott— para enroscar al espectador en una hora y veinte de intranquilidad, vergüenza ajena, risas incómodas, enredos amorosos, discusiones a toda velocidad y, encima, un discurso absolutamente contemporáneo. Pero evitemos malentendidos: nada de lo que sucede en pantalla está diseñado o planteado para generar debate en torno a los temas que subyacen en la historia de Danielle —su bisexualidad, el choque entre generaciones, el género fluido, la tecnología vinculada al sexo y la moral—, sino que son motores casi inconscientes que hacen funcionar el engranaje interno de la historia. Es por eso, y a partir de eso, que Shiva baby alcanza su primer triunfo: no quiere ser una película que hable de los temas de hoy, simplemente lo es. Los vive. Es una historia que nace a partir de ellos.

Shiva baby

Por otro lado, con su primer trabajo Seligman ya se muestra como una brutal diseñadora de atmósferas. El shiva al que Danielle y su familia asisten es agobiante. Todo colabora para que el ambiente se acerque más al de una película de terror que al de la comedia negra judía que, cartas a la vista, es: los rostros arrugados que se multiplican, las preguntas insistentes, los encuentros fugaces con la ex y el sugar daddy, los choques abrasivos con la esposa modélica de su amante, la comida en abundancia, la eventual revelación de ciertos mensajes furtivos, una madre pesadísima, un padre bochornoso, un bebé que no para de llorar, las paredes que se angostan, que se cierran, que hacen todo más insoportable, que se vuelven imbancables. Todos estuvimos alguna vez en una situación como esa. Quizás no en un shiva, pero todos fuimos alguna vez Danielle. También quisimos salir corriendo. Y, como ella, no pudimos.

Así definió Seligman, para Página/12, su predilección por esta claustrofobia que, aunque salpicada por destellos de un humor bastante corrosivo, atraviesa el relato y es azuzada por una banda sonora estridente: “La tensión y la ansiedad eran elementos que debían estar presentes, como ocurre en otras películas que transcurren en un único espacio durante un tiempo definido. Pero también es cierto que durante el resto del proceso –la elección de planos durante el rodaje, la edición, la inclusión de la música– se fueron agregando capas que, por momentos, se acercan a esa idea de horror”.

Por eso mismo, que Shiva baby sea una comedia responde en buena medida al enorme talento de su protagonista, Rachel Sennott. Salida de los circuitos del stand-up, esta actriz de 25 años es un hallazgo, un nombre a seguir. Seligman parece advertirlo y la hace brillar entre los tonos apagados, negros, grises y marrones de su película, en los latigazos de sus diálogos, en los gestos que le pide. Bajo la luz difusa del entuerto en el que está metida Danielle, Sennott le imprime un espíritu desenfadado a un personaje que siempre está al borde del colapso y la angustia. No hay paz en medio de la comedia humana que Shiva baby despliega, y por eso su personaje recién logra respirar en esa fantástica toma que cierra la película y que si usted, lector, la vio, entenderá bien de qué se trata. 

Y si no es así, si no tiene idea y se encuentra del otro lado, ¿por qué no corre verla y utiliza sus propios medios para comprobar que Shiva baby es de lo mejor que nos tocó en este 2021 hasta el momento? 

Para después

Enseguida que la película finaliza y sin tener que hacer nada más que esperar sentados, Mubi pone en pantalla una breve entrevista con la directora Emma Seligman que vale la pena ver para entender algunos de los antecedentes de la historia, saber más sobre su infancia y adolescencia en una comunidad judía ashkenazí de Toronto y algunas anécdotas jugosas sobre el rodaje junto a Sennott, que además oficia como productora del filme. 

Doble función: Phoenix

Phoenix (2014)
El alemán Christian Petzold es un director que mira al cine europeo desde un asiento de privilegio. Pero este nombre, favorito de festivales y críticos, lo logró a fuerza de una carrera destacadísima, que une y mezcla géneros a destajo y que ofrece, casi siempre, una mirada novedosa sobre las problemáticas de su país en la historia reciente. Phoenix (2014) es una de las películas que forman parte del ciclo de Mubi Los fantasmas de Christian Petzold, y que puede funcionar como un doble programa alternativo a Shiva baby. La película sigue a Nelly, una mujer judía que sobrevive a los campos de concentración y regresa a Berlín, pero paga un precio alto: su rostro queda desfigurado, a tal punto que luego de que se lo reconstruyen prácticamente se convierte en otra persona. Con ese panorama, casi que con una nueva identidad, Nelly trilla las calles destruidas de su ciudad en busca de su marido perdido y de aquellos traidores que la entregaron a los nazis. Sin prisa, con un diseño de producción alucinante y una interpretación estupenda de Nina Hoss, Phoenix desenvuelve un juego de identidades, secretos y reconstrucciones que funciona como un drama histórico, una película de intriga y hasta un espejo de la Alemania de posguerra, en un cúmulo de elementos cohesivos que dan pie a un final para pararse y aplaudir. 

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