Nacional

La historia de la maestra que prepara a sus alumnos para la peor noticia

Una docente de una escuela rural busca atenuar el golpe de la inminente muerte de un compañero
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01 de septiembre de 2019 a las 05:00

Esta es una historia de amor, en su sentido más verdadero y puro. La protagoniza Federica, una anónima heroína que no necesita aplausos ni medallas, pues su única recompensa es sentir que cada día da lo mejor por sus niños. 

Federica es una vocacional maestra de una escuela rural. Lleva casi dos décadas frente al pizarrón, pero este año está atravesando el momento más difícil desde que comenzó a batallar contras las injusticias con una tiza en la mano como su única arma. Su sueño es que esos niños de túnicas blancas y rodillas sucias que nacieron en una zona rural tengan las mismas oportunidades que quienes lo hicieron en los barrios más acomodados de Montevideo. 

Esta también es una historia muy triste, de esas que provocan calambres en el alma. Alejo es uno de sus alumnos. Hace tres años, los médicos le diagnosticaron un cáncer muy agresivo. Perdió un año escolar debido al tratamiento oncológico, pero pudo regresar a la escuela.

En 2018, las maestras observaban emocionadas cómo ese niño parecía haber ganado la pulseada. Corría y sonreía a la par de sus compañeros durante los recreos.

Pero a comienzos de este año, Alejo recurrió a la Fundación Pérez Scremini –que trabaja por la cura del cáncer infantil en Uruguay– a realizarse un control y los estudios trajeron malas noticias. La enfermedad había regresado con más fuerza. Hace pocas semanas, Federica escuchó la peor frase. Ya no había nada para hacer. Alejo va a morir a causa de ese cáncer. Está en su casa, junto a su mamá. No va a la escuela desde mayo. Recibe a diario una visita de un médico y un psicólogo. 

La injusticia es tan grande que cuesta escribirla. Federica ha dormido muy poco desde que se enteró del último diagnóstico. Descuidó a sus hijos y a su marido. Lloró a mares, se abrazó a sus compañeras y buscó apoyo. En medio de tanta tristeza, esta maestra decidió que debe estar más fuerte que nunca para ayudar a los compañeros de Alejo en este momento tan difícil. 

“Pedí auxilio por todos lados”, contó Federica a El Observador. Habló con un psicólogo para consultar cómo tratar el asunto con los niños, porque está convencida que lo peor es callar. A su vez, recurrió a una librería del pueblo más cercano a la escuela en busca de lecturas para compartir con sus alumnos cuando pase lo que nadie quiere que pase, pero que va a pasar. Ella lo dice así, porque ya ni siquiera hay esperanzas para un milagro. 

Hace unos días, los padres de todos los compañeros de Alejo llegaron a la escuela rural. El equipo de docentes había preparado una jornada para compartir la mañana. Una vez finalizada, mientras los niños corrían por el arbolado patio de la escuela, los padres fueron invitados a pasar al salón. Allí, Federica informó sobre la situación y explicó la necesidad de que cada familia hablara del asunto en la intimidad del hogar. “Hay que prepararlos para lo que va a pasar”, les dijo. 

Si hablar con los adultos fue difícil, es inimaginable lo duro que debe haber sido explicar a los niños lo que está sucediendo. Con el temple que solo una maestra puede tener, Federica les dijo a sus alumnos que el compañero no está bien porque el tratamiento no tuvo el resultado que todos esperaban. Hubo un silencio total y los pequeños bajaron la cabeza. 

“Me costó mucho lograr volver a concentrarme luego de esa charla”, dijo Federica a El Observador. No importa qué escuela es, ni tampoco qué tipo de cáncer padece Alejo. De hecho, los nombres publicados son ficticios. Esos detalles son insignificantes al lado de la vocación con la que esta maestra intentará que el dolor no paralice a sus alumnos. Federica sabe en su fuero más íntimo que está dando todo lo que tiene y más, pero aún así se pregunta si será suficiente. 

La librera a la que consultó sugirió algunos títulos para ayudar a los niños. La estrella de Lisa, de la belga Claude K. Dubois, fue uno de ellos. Se trata de la historia de una niña que pierde la batalla contra el cáncer, aunque el texto también habla del valor de la amistad. El otro libro que le recomendó es Vacío, de la catalana Anna Llenas. “La vida está llena de encuentros, y también de pérdidas. Vacío es un libro que nos habla de la resiliencia, o la capacidad de sobreponerse a la adversidad y encontrarle un sentido”, dice en la contratapa. 

Federica le hizo llegar a Alejo un regalo por el Día del Niño. Era algo muy especial para él. A su vez, los compañeros le escribieron cartas que llegaron junto al obsequio. “Cuando nos enteramos que le había gustado el regalo fue un mimo para el alma. Tanto para mí como para mis compañeros fue una mezcla de sensaciones”, dijo la maestra. 

Federica repitió varias veces durante la charla que ella no cree estar haciendo nada heroico, sino simplemente lo que corresponde. Dijo estar convencida de que está repleto de maestras vocacionales a lo largo y ancho del país que cada mañana, con mil sacrificios, dan lo mejor de sí por el futuro de los niños. No quiere reconocimientos ni elogios, pero llora de rabia cuando escucha críticas a las maestras de parte de quienes desconocen la dedicación de la mayoría. 

Las escuelas uruguayas son escenario de muchas historias, algunas desgarradoras, como esta. Pero también son un espacio donde algunos profesionales se desviven por el bienestar de los niños. 

 

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