Lucas Torreira y su padre Ricardo

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La increíble historia de esfuerzo de Lucas Torreira contada por su padre

Ricardo Torreira, el buscavidas padre de Lucas, contó todas las peripecias que llevaron a su hijo a emerger en el fútbol hasta llegar a la selección
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05 de julio de 2018 a las 18:49
Enviado a Rusia
En las venas de Lucas Torreira corre sangre gallega. Su abuelo escapó en tiempos de la Segunda Guerra Mundial de Santa Comba, La Coruña, y se afincó en Buenos Aires. Un buen día se fue de paseo a Montevideo y no volvió a cruzar el charco. Se enamoró de una oriunda de Mercedes y de esa unión nacieron Ricardo, el padre de la criatura, y Julio.

"En total creo que somos 14 hermanos. Mi madre se casó tres veces. Yo nací en Libertador y Agraciada. Mi madre era limpiadora del IPA pero tras el golpe de estado (1973) nos fuimos a Dolores. A ella le gustaba Paysandú entonces nos íbamos a mudar, pero en el camino paró en Fray Bentos y nos quedamos toda la vida", contó Ricardo a Referí en Nizhny Nóvgorod, donde está siguiendo a su hijo en su debut Mundial.

Ricardo probó suerte con el fútbol. "En 1981 viajé a Montevideo y di una prueba entre 150 jugadores en Miramar Misiones, en la época que estaba Sapuca. Quedé. Pero era una complicación para la familia que me alojaba. Era una boca más para alimentar, había que llevarme y traerme a los entrenamientos. Y tuve que dejar para salir a laburar".

"Fui vendedor de diarios. Vendía en Juncal y Uruguay. Iba a levantar El País a las 5 de la mañana y vendía hasta las 9. Después bajaba unas cuadras y trabajaba de limpiador en una empresa. Salía a las 7 de la tarde, levantaba el Últimas Noticias que recién salía, me quedaba un rato más en Uruguay y Juncal y luego me iba vendiendo diarios en los ómnibus hasta la Curva de Maroñas", recordó.

Pero como su sueño futbolero no cuajó, volvió a Fray Bentos. A los 16 años conoció a Viviana y a los 18 se fue a vivir con ella a la casa de sus suegros.
Así nacieron Ricardo Andrés, Claudio Marcelo, Estefany Soledad, Bryan Martín, Lucas y Ana Laura.

Todos jugaron al fútbol. Claudio pintaba bien y se afincó en Montevideo. "Pero cuando me quise acordar se estaba muriendo de hambre y se tuvo que volver. Cuando le tocó a Lucas me prometí que no le iba a pasar lo mismo".
Un buen día, Lucas dejó el 18 de Julio de Fray Bentos para pasar al capitalino Wanderers, en la Quinta División. Ricardo se jugó los pocos pesos de la familia para financiar y sostener esa movida. "Llevaba 25 años trabajando en la Intendencia donde ganaba dos mangos y me fui a trabajar en el mantenimiento de un hotel donde conocí a Mónica Carminatti, que es un amor". Aparte de la hotelería, los Carminatti son dueños de una empresa de transporte.

"Con ese ingreso, primero conseguí la garantía para un alquiler y sacarlo de un altillo. Estuve dos años sin cobrar ese sueldo porque me lo comía el alquiler. Pero vivía con las cuatro propagandas que tenía en la radio donde ya trabajaba como relator. En realidad, con dos hacía canje para mandarle comida a Lucas a través de la empresa de transporte. Con las otras dos íbamos tirando", reveló.

Pero en el camino de un futbolista siempre hay piedras en el camino. "En 2013, Lucas y Ramiro Cristóbal, que también es de Fray Bentos, quedan eliminados de la selección sub 17 para el Mundial de Dubái 2013. Estábamos jugados que iba a ir porque había ido a la gira de China. Fue un golpe durísimo".

"En aquel momento, Wanderers le daba comida y bonos de pasajes. No teníamos representante. Entonces, un día me llaman a firmar un contrato juvenil: 13 mil pesos. Bárbaro, me daba para pagar el alquiler y me liberaba el sueldo. Al momento de firmar me encuentro con empresarios italianos que iban a llevar a seis chicos del club a probarse a Pescara. Cuatro días más tarde, me llaman para sumar a Lucas. Le dieron un bolso de apuro y lo vestimos en el aeropuerto". El camino comenzaba a despejarse.
Era diciembre de 2013. Lucas fue el único que pasó la primera prueba y después de Navidad retornó para intentar convencer a los italianos de que su estatura no era un impedimento para que lo contrataran.

"Lo meten a jugar en la primavera (la reserva italiana) y ahí juega con el cuchillo entre los dientes. Como diciendo 'de acá no me voy más'. Hizo como seis goles en un mundialito en el que Pescara llega por primera vez a estar entre los cuatro mejores entre 32 equipos, le ganan Roma y pasa a ser el capitán. Al volver dicen que lo quieren contratar".

A mediados de 2014 empieza oficialmente su camino en el fútbol italiano. Primero en la reserva y luego metiéndose en el equipo titular nada menos que en los playoffs para el ascenso.

"Al segundo partido que juega, el entrenador Massimo Oddo lo llama y le dice que tiene que cambiar de puesto. Él le dijo 'yo estoy para quedarme, lo que usted diga está bien'". Y así dejó de ser mediapunta o delantero para convertirse en el volante central que es ahora.

"Perdieron la final del ascenso con Bologna donde enfrentó al Ruso Pérez que le regaló la camiseta", reveló el padre que recién pudo ir a verlo cuando el Pescara le regaló un pasaje.

"Mientras jugó en los juveniles, Lucas no cobraba un mango y cuando lo promueven al primer equipo pasa a ganar € 1.250, era el jugador peor pago del mundo. Aparte, como ya había cumplido los 18 años tuvo que dejar la casona del club y alquilaba un apartamento por € 800. Le prometieron pagar los tickets de la comida y ahí andaba juntando tickets por todos lados".

Moverse en Italia y hasta comer eran cuestiones básicas complicadas. "Lucas no tenía auto para andar, pero me quería llevar a las prácticas. Entonces empezaba a llamar a los jugadores de las juveniles que lo querían mucho. Los del equipo mayor te llevaban una vez, dos, pero a la tercera te decían que no. Al final de la práctica me ponía en la salida como un boludo a ver si alguno nos reconocía y nos llevaba".

"Lucas se hizo amigo de un peluquero que le ofreció cortarle el pelo gratis si le conseguía a varios jugadores del plantel. El peluquero y su esposa lo empezaron a apadrinar. Un día le comento lo complicado que se nos hacía ir y venir de las prácticas. Y justo el día que Lucas cumple 19 años (11 de febrero de 2015), a las 7.30 nos despierta una bocina de auto. Era el peluquero en el medio de la calle gritándonos. Bajamos y se para en el medio de la calle, le da llave y le dice: 'Lucas este es tu regalo'. Un Mini Cooper, chiquito. 'Te lo regalo, me lo tenés que pagar porque sino mi mujer me mata, págamelo aunque sea de a un euro, este auto lo adora pero yo lo odio porque somos grandes y no entramos. Es para vos'. Quedamos los tres parados sin saber qué hacer. No teníamos plata para la nafta, pero nos había dejado el tanque lleno. El único que tenía libreta era Axel Muller, el que ahora juega en Nacional. Le pusimos los parlantes a tope y salimos a la práctica. Cuando nos vieron llegar quedaron todos con los ojos abiertos como si nos hubiéramos robado el auto. Todavía no sé si lo terminó de pagar", contó a las risas.

"A la siguiente temporada pasó a cobrar € 10.000. ¡Pah! Éramos dios Momo, comíamos lo que queríamos. Por mucho tiempo lo único que comíamos era kebab de una casa de comida hindú que estaba frente al apartamento porque nos salía € 1,5.

Después llegó la Sampdoria, la selección y ahora se vendrá Arsenal. El orgullo de Ricardo se le sale del pecho. Pero de las raíces imposible olvidarse, ni siquiera porque ahora ande en una camioneta cuando hace un par de años tenía una moto a la que no le funcionaba el arranque.

Lucas le compró una carnicería. La 34. Y también puso a funcionar un cine en Fray Bentos junto a dos socios. Y sí... Cuando la peleás tanto, la vida siempre te recompensa.

Ricardo, el relator

El relato deportivo fue un modo de vida para mí. Empecé haciendo locución en el básquetbol en las primeras Ligas Nacionales. Un amigo, Luis Alberto Di Pascua, el técnico más laureado del interior con 48 títulos, trabajaba en una radio y yo en otra y me empezó a empujar porque les manoteábamos mucha audiencia relatando la B. Un día me llamó para hacer mi primer partido. Y de un día para el otro me largó a la cancha. Para mí era otra changa: podía durar un partido o un año. Empecé un sábado a la tarde, jugaban Figurita-Las Margaritas en cancha de Figurita. Era un día de invierno y no había nadie en la cancha. Estaban los jugadores y cuatro chiquilines en las tribunas, sentados justo delante de nosotros. Entro a relatar y se ve que arranqué mal porque los cuatro chiquilines se dieron vuelta enseguida. No sabía si dejar el micrófono o irme. En el segundo tiempo se largó una lluvia torrencial y tuvimos que hacer el segundo tiempo desde un lugar donde hacían tortas fritas. No se veía nada, los jugadores estaban todos embarrados. Fue un suplicio. Si me preguntás, no me acuerdo ni cómo salieron".

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