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La izquierda, Bolsonaro y el Mercosur

La popularidad del brasileño llevó a que Uruguay pusiera la atención en él, pero en realidad no es el tema que tendría que preocuparnos
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21 de octubre de 2018 a las 05:01

Bolsonaro aún no ganó la presidencia de Brasil y ya se escuchan lamentos de filas de la izquierda regional y local. Por un lado, se lo compara con Hitler, algo para lo cual no hay fundamento alguno más allá de que rechacemos de plano algunas expresiones homofóbicas, otras demasiado fuertes en procura de seguridad y otras autoritarias que no nos gustan a quienes valoramos la forma republicana de gobierno. Pero son expresiones que dijo el candidato del PSL a lo largo de un cierto período de tiempo y no figuran en su programa de gobierno. Son por tanto una incógnita. Sin embargo, ya reciben un rechazo enérgico por parte de quienes, curiosamente, evitan pronunciarse ante el hecho real de las violaciones a los derechos humanos en Venezuela, y que no son incógnita o posibilidad sino realidad tangible y concreta. Ese doble rasero para medir a dos gobiernos, es claramente inaceptable. El “defendamos la democracia” si estamos frente a Bolsonaro no se compadece con el “Uruguay no se inmiscuye en asuntos internos de otros países” si estamos frente a Maduro. O una cosa o la otra.

Bolsonaro aún no ganó la presidencia de Brasil y ya se escuchan lamentos de filas de la izquierda regional y local.

Pero a la cuestión visceral, política, se agrega ahora otra: la económica, la comercial. Parece que Bolsonaro es repudiable porque promete realizar reformas de ajuste fiscal (más que necesario cuando el déficit es del 10% del PIB y la deuda del 80%), de privatización de ineficientes empresas públicas, de reforma de la seguridad social y, lo que parece más grave, de apertura comercial. Bolsonaro ha señalado que quiere hacer convenios bilaterales de libre comercio con otros países y eso parece haber caído como un jarro de agua fría sobre algunos dirigentes de izquierda que ven al Mercosur como la panacea donde prosperará el Uruguay. 

Todavía no está definida la política comercial de Bolsonaro, aunque es cierto que en su programa ni se menciona el Mercosur (tampoco se lo menciona en el de Haddad). Y si no se lo menciona es porque el Mercosur como unión aduanera ha dejado de existir (si es que existió alguna vez) hace rato, y se convirtió en un club ideológico de amigos que se reunían a tomar café y charlar un par de veces por año. Así fue mientras gobernó el kirchnerismo en Argentina, Lugo en Paraguay, el PT de Lula en Brasil y el FA en Uruguay. No es que antes sirviera para mucho, ya que los socios mayores, hicieron lo que quisieron. Y los pequeños, solo podíamos patalear y dejar que nos calificaran de “enano llorón”. Pero la situación empeoró y el Mercosur no sirvió ni para solucionar el corte de puentes entre Argentina y Uruguay. 

Para peor, un día los cuatro amigos en lugar de café tomaron vodka o tequila y se les ocurrió  invitar a Venezuela, cuya economía no pegaba ni con cola con las nuestras, pero era amigo ideológico y prestaba dinero en las épocas del petróleo caro.
O sea, el Mercosur está en un estado de decrepitud total. A nadie le interesa revitalizarlo y volverlo a sus fines originarios que era la libre circulación de personas, bienes y servicios.

Es probable que las políticas de Bolsonaro apunten a una apertura bilateral de Brasil mediante tratados de libre comercio más que a un intento de revitalización del Mercosur. Máxime con las críticas que recibió desde Uruguay. 
Ahora bien, el gobierno del presidente Vázquez, con el apoyo del ministro Astori y del canciller Nin Novoa y poco más, intentó celebrar acuerdos de libre comercio. Dichos acuerdos son una forma de escapar del corsé del Mercosur pero no encajan en el espíritu inicial. Si hay acuerdo de libre comercio, los debe hacer el Mercosur, cosa en la que ha fracasado por completo.

Llorar por una eventual muerte del Mercosur es llorar sobre algo que ya está en proceso de defunción. Se pierde sí, el club de amigos ideológicos para tomar café, pero nada más. Se recupera libertad para negociar con terceros países como quieren Vázquez y Astori. Ahora, no nos engañemos, la dificultad para hacer TLC está dentro del FA. Hay que ir al Plenario para recibir autorización, algo muy difícil de conseguir. A duras penas se consiguió para hacerlo con Chile. 

Mientras nosotros nos lamentamos de la política comercial de Bolsonaro, la senadora chilena y presidenta de Unión Demócrata Independiente (UDI) Jacqueline Van Rysselberghe encontró tiempo para viajar a Brasil y entrevistarse con el candidato brasileño para hablar de un eventual TLC entre ambos países.
O sea, que mientras acá lloramos porque se extiende la partida de defunción al Mercosur que estaba muerto, en Chile se adelantan y hablan con Brasil realizar acuerdos.

Entonces el problema del comercio exterior de Uruguay no es Bolsonaro sino que somos nosotros. Primero por sentarnos a llorar en lugar de plantearnos cómo actuar en un nuevo escenario. Segundo, por no ver que las trabas al comercio las ponemos nosotros más que los demás. No lloremos, pues, por Bolsonaro. Lloremos por nosotros mismos. 

Mientras nosotros nos lamentamos de la política comercial de Bolsonaro, la senadora chilena y presidenta de Unión Demócrata Independiente (UDI) Jacqueline Van Rysselberghe encontró tiempo para viajar a Brasil y entrevistarse con el candidato brasileño para hablar de un eventual TLC entre ambos países.

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