La Ronda Uruguay del GATT

Sin la globalización hubiésemos tenido una actividad económica más mediocre y hubiese llevado mucho más tiempo recuperarse de la crisis financiera de 2008.  

Eso no significa que la OMC no necesite cambios. El presidente estadounidense Donald Trump tiene razón en algunas críticas, aunque se equivoca en sus desaires al organismo internacional que dirige el diplomático brasileño Roberto Azevêdo. 

Son atendibles los cuestionamientos a la lentitud en algunos casos que se dirimen en el sistema de solución de diferencias entre Estados, así como una ineficacia institucional para lidiar con el capitalismo de Estado de China que ha sido una distorsión para un desenvolvimiento sano del comercio mundial. Pero Trump se equivoca en achacar a la OMC la pérdida de puestos de trabajo en EEUU, que responde a la productividad de la mano de obra y al avance de la tecnología en la cadena de producción, que están muy vinculados, pero no son lo mismo. 

La productividad, un indicador del grado de eficiencia productiva, se refiere a la cantidad de bienes o servicios que se obtienen en un determinado periodo, en relación a los recursos empleados. Y obviamente, la tecnología juega un rol relevante, pero también inciden las leyes de trabajo y la cultura laboral de los países.

En una conferencia en Montevideo, en el marco de la celebración de los 25 años de la Ronda Uruguay del GATT, organizado por la cancillería el jueves 12, Azevêdo dijo que en el sector manufacturero hasta 8 de cada 10 puestos de trabajo se podrían perder debido al aumento de la productividad derivado de las nuevas tecnologías, pero no por el abaratamiento de las importaciones, como suele argumentar Trump. 

La productividad es un fenómeno muy complejo en la economía global del siglo XXI como muestra el documental American Factory –estrenado recientemente en Netflix– que recoge la historia de la instalación de la compañía china Fujao en una planta fundida de General Motors, en Ohio. Allí se puede ver el choque cultural entre los trabajadores estadounidenses y chinos; los primeros observan asombrados a productivos obreros asiáticos que están dispuestos a trabajar agotadoras jornadas, sin descanso, e incluso sin equipos de protección en una fábrica industrial. Ni que hablar de las diferencias que existen sobre el papel de los sindicatos. No es que esto sea bueno, pero demuestra una actitud ante el trabajo que, con las debidas correcciones, es muy positiva.

El multilateralismo –del que nace la OMC–, y que defendió el canciller Rodolfo Nin Novoa, no es responsable de la pérdida de puestos de trabajo ni de las dinámicas de la productividad.  

Pero, como reconoció el propio Azevêdo, la OMC tiene que reaccionar a los profundos cambios que introdujo la tecnología en la producción de bienes y servicios y cuidar más los problemas que se generan por el cambio de productividades.