La vida al borde de la página

Había nacido en Pocitos, en la esquina de Ellauri y bulevar España, en 1940, y la pasión por la lectura lo ganó desde niño. Egresó del IPA a finales de la década de 1950, y después de muchos años fue inspector de Secundaria. Se había formado con la camada más brillante de docentes que ha dado Uruguay: Carlos Real de Azúa, Emir Rodríguez Monegal, José Pedro Díaz, y sobre todo bajo la tutela de Domingo Bordoli. En un homenaje a Heber Raviolo, otro de sus grandes amigos, recordó las peñas nocturnas en lo de Bordoli, con el grupo que publicaba la revista Asir, regadas con alcohol hasta el amanecer o bien entrada la mañana, y la significación que aquellos diálogos tuvieron en sus criterios críticos. 

Su talento y la calidad de su pluma lo hicieron saltar a los medios. Durante buena parte de la década de 1960 escribió una columna literaria en el diario El Día, y sus derroteros periodísticos lo llevaron también a revistas como Graffiti y al semanario Brecha. En uno de sus primeros libros de crítica, El rumor de las hojas, de 1966, tuvo la osadía y el criterio de reunir textos sobre Shakespeare, Dante, Víctor Hugo, Machado, Zorrilla de San Martín y Líber Falco. 

Se formó con la camada más brillante de docentes que ha dado Uruguay

En una entrevista de 1994, antes de entrar a dar clase, confesó su interés por la poesía de la década de 1920 y 1930 en Uruguay, su intento de rescate de autores despreciados y olvidados, como Vicente Basso Maglio, Emilio Oribe, Pedro Leandro Ipuche, Pedro Piccato y Carlos Sabat Ercasty. Fue autor, además, de diversos manuales de literatura. 

Enamorado de Cervantes, se convirtió en uno de los mayores expertos en su obra en América y España y su obra Leyendo el Quijote, de 1986, debería ser un clásico de lectura obligatoria como guía de estudio. También fue habitante de balnearios, como Jaureguiberry, donde pasó durante la dictadura varios inviernos crudos en una solitaria cabaña, o Piriápolis, donde vivió bastantes años, tuvo un mítico taller literario y publicó la revista Marejada, que rescató la figura del gran poeta de Pan de Azúcar Álvaro Figueredo. 

La obra crítica de Albistur es abundante y se ramifica desde los autores nacionales hacia la literatura universal. Su arco de análisis fue muy extenso y el tamaño del abanico, digno de resaltar, desde Tolstói y Chéjov a  Mérimée, de las gestas medievales a las crónicas del descubrimiento de América, de Bécquer al arcipreste de Hita u Octavio Paz. Para Banda Oriental escribió infinidad de prólogos y estudios preliminares de diferentes libros. (Un buen modo de homenajear a Albistur sería la publicación de una antología de estos textos). 

A lo largo de su vida, participó en centenares de charlas, tertulias, conversatorios y mesas redondas, derramó palabras justas y juicios inteligentes sobre cada autor analizado. En los últimos años, también a través de Banda Oriental, publicó algunos ensayos valiosos, tanto a nivel literario como filosófico, como El hombre en el fin de la historia, publicado en 2009 por la Biblioteca Nacional, o En tiempos de incertidumbre, de 2015, en el que aborda con lucidez y explícita duda el inicio del siglo XXI. La mejor forma de recordarlo es leyéndolo.