Hace mucho tiempo que no escribo una carta. No un mail, no un mensaje de Whatsapp: una carta. El acto de desplegar una hoja de papel y escribir sobre ella a mano, con tinta, con la intención de que viaje físicamente a través del espacio y sea leída y tocada por alguien más. Hace mucho tiempo que no lo hago y probablemente no lo voy a volver a hacer en el futuro cercano. O lejano.
Pienso en la última carta que escribí. Es fácil porque tampoco fueron muchas: fue una carta de amor. O algo así. Una carta de enamoramiento, mejor dicho. Supongo que eso no era amor. ¿O era otro tipo de amor? Eran hormonas adolescentes. En fin. En ese momento tenía 16 o 17 y empezaba mi primera relación larga. Ella me dio una carta en donde decía todo lo que supuestamente sentía y me sentí en la obligación de responder con otra en la que decía todo lo que supuestamente yo sentía. En realidad no sé qué decía la que ella me dio, y tampoco la mía. Sé, sí, que era una hoja de cuadernola Papiros mal arrancada que llené con garabatos de lapicera, metí en un sobre de papel Manila y entregué con desconfianza.
Es un misterio para mí qué habrá sido de esa carta. Capaz la tiró enseguida. No creo. Seguramente la tiró después. Yo lo hice. En realidad, al cabo de unos años esa relación se terminó, como era previsible, y otro tiempo después, más adelante, en una visita de invierno a mi casa en Paysandú, encontré las cartas de esa chica —hubo más— y las quemé en la estufa. Mi madre me miró de lejos y no dijo nada. A mi me dio vergüenza e hice como que tampoco tenía nada para decir.
La diatriba personal aparece para sustentar la idea de que escribir una carta es un acto mucho más significativo y simbólico que otras formas de comunicación. Deja marcas. El mensaje inmediato, en algún sentido, rompió con esa intencionalidad a la hora de sentarse a escribir para alguien, rompió con esa materialidad inherente, con la perpetuidad de las cosas escritas en tinta y papel. Que yo haya quemado esas estúpidas cartas adolescentes tiene sentido: borrar algo así, por más hormonal que fuera lo que ahí había escrito, necesita más que un click en el ícono de la papelera. Necesita fuego.
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