Verdún, Ypres, Somme, las tres todavía suenan, aunque cada vez más distantes. Los testimonios, a esta altura de la vida, están todos callados, porque están todos muertos. La tierra de nadie, en tanto, sigue dividida por los cráteres y las trincheras, pero solo como parte de una construcción que permanece únicamente en las fotografías de los libros de historia. Aquel disparo en Serbia, la posterior convulsión europea, la masacre absurda; todo quedó sepultado y eclipsado cuando la humanidad mostró su naturaleza más autodestructiva veinte años después, cuando todo fue más global, masivo, terrorífico y catastrófico. Bajo el peso de su hermana mayor, la primera guerra mundial –la Gran Guerra– quedó sumida en una especie de limbo entre el olvido y la memoria. Cada vez más lejana, perdió pie.
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