Giuseppe se refugió en Montevideo en los primeros años del siglo XX. Dejó atrás a su pueblo, Baronissi, de la provincia de Salerno en Italia porque la realidad económica que vivía ese país era durísima.
Se apellidaba Iocco, era peluquero y le encantaba la música clásica. Los discos de pasta de Enrico Caruso y otros de ópera, eran su gran pasión.
Se instaló en la zona de la Aduana y se vinculó a Unión Atlética, que se fundó en las calles de la Ciudad Vieja en la década de los años de 1920. Allí había una peluquería y él, a quien todos ya conocían como José, la trabajaba.
Le cortaba el pelo a mucha gente, entre ellos, a Gervasio de Posadas Belgrano, un político descendiente del argentino Manuel Belgrano y quien sería luego el padre de Ignacio de Posadas, ministro de Economía de Luis Alberto Lacalle en 1992.
Con el paso del tiempo conoció a quien sería su esposa, Raquel Carratú, con quien se casó en la iglesia del Reducto.
Alquilaban en la Ciudad Vieja y tuvieron cuatro hijos: Delia, Dante, Julio y Américo.
Su vida no era sencilla. El dinero no abundaba. Más allá de sus problemas económicos, “había dos cosas que no dejaba de pagar: la cuota social de Nacional y el abono del Sodre”, cuenta a Referí Gustavo, su nieto y único hijo de Dante Iocco, quien este lunes 15 de mayo cumpliría 100 años.
Con siete años, su papá lo llevó a la final del Mundial de 1930 que Uruguay le ganó 4-2 a Argentina y obtuvo la primera Copa del Mundo. “¿Ven aquella escalera de la Olímpica contra la Ámsterdam? Ahí lo vimos con papá”, les mostraba orgulloso Dante a su hijo y a sus nietos.
Ese niño que fue creciendo, cantó durante 20 años en el coro de la Parroquia San Francisco de Asís.
No pudo terminar la escuela porque tuvo que ayudar a su papá José. Eran tiempos difíciles para los bolsillos y Dante, con 12 años, comenzó a trabajar. “Para hacer unos pesitos, trabajaba con su papá en el guardarropas de la iglesia del Seminario. También en el Hipódromo de Las Piedras, llevando boletos a los compradores para ganarse algunas propinas”, cuenta su hijo Gustavo con emoción.
Y a los 13 años, Raúl Previtali, uno de los fundadores del club Neptuno y presidente, era el contador general de la Nación, lo conocía del club al que ya comenzó a amar desde niño, y le brindó una ayuda contratándolo como mandadero.
De esos inicios a lo que construyó con su trabajo que perdura aún hoy en su familia, su nieto Dante, quien heredó su nombre, lo resume en pocas palabras: “Era un autodidacta”.
Luego consiguió un trabajo en el Banco San José y permaneció durante 20 años. “Tuvo 180 empleados a su cargo”, cuenta Gustavo.
Con el tiempo, se convirtió en el rematador del banco y en 1949 obtuvo la matrícula que lo llevaría, con los años, a construir una especie de imperio y ser la marca por excelencia en ese rubro que hoy siguen su hijo Gustavo, su nieto Dante y su nieta Micaela. Fue el primer “martillero” como también se llamaba a esa profesión, en aparecer en televisión. Sucedió en enero de 1957 en canal 10, -el cual hacía muy poco que se había inaugurado- y entre sus recuerdos, guardó una carta de agradecimiento de su director, Raúl Fontaina.
Una de sus pasiones era la música y le gustaba la italiana -como a su padre- y mucho el tango.
Pero un día se quiso comprar un acordeón a piano, un instrumento que no es tan tradicional. “Fue a una casa de música y después que lo compró, le preguntó al vendedor si conocía a alguien que le enseñara a tocarlo”, cuentan entre risas Gustavo y Dante. Años después compró un órgano y lo tocaba con placer.
El ídolo de Dante Iocco era Atilio García y lo llegó a conocer: “Me contaba que era un hombre sencillo”, dice Gustavo. Otro jugador que le encantaba era el arquero Aníbal Paz, campeón del mundo en Brasil 1950. Ya en su adolescencia pudo disfrutar al goleador argentino con aquella delantera maravillosa que tuvo Nacional y que ganó el quinquenio: Luis Ernesto Castro, Aníbal Ciocca, Atilio García, Roberto Porta y Bibiano Zapirain.
Uno de los recuerdos más lindos que tenía de aquella época fue haber estado en el Estadio Centenario el 14 de diciembre de 1941, cuando Nacional le ganó el clásico a Peñarol 6-0, y en la Reserva, 4-0. “Siempre recordaba con la alegría que había vivido aquellos dos partidos en una misma jornada”, recuerda Gustavo.
Dante jugó al fútbol, aunque dice su hijo que según él contaba “era medio pata dura”.
Pero su amor por Neptuno lo llevó a amar a la natación y en particular, al water polo. Cuenta Gustavo: “Se tiraba en la Escollera Sarandí. Le encantaba nadar. Pero, además, para entrenarlos, el club los llevaba en una chalana hasta el Cerro de Montevideo, y desde allí, iban nadando hasta el club, cuando integraba el equipo de Neptuno”.
Una noche jugando un partido en la piscina de Trouville, el encuentro se tornó áspero y hubo muchos expulsados. Quedaron dos jugadores por equipo más el golero. Toda una piscina para tan pocos jugadores, era un desgaste enorme.
Por Neptuno quedaron jugando Horacio Castells -quien luego también fue un reconocido rematador- y Dante Iocco. “Cuando terminó el partido, ninguno de los que había quedado en la piscina tenía fuerza para salir de la misma. Estaban muertos de cansancio. Tuvieron que ayudarlos a salir de la misma”, añade el hijo de Dante.
En 1948, tomó parte de la delegación uruguaya que concurrió a los Juegos Olímpicos de Londres.
Su hijo Gustavo recuerda que, en uno de los partidos de preparación previa en Inglaterra, viajaron a una localidad cercana a Londres para enfrentar al rival. “Papá contaba que, en lo previo, no tenían el Himno uruguayo y entonces tocaron el tango La Cumparsita”.
Un año después se coronó campeón del Sudamericano que se llevó a cabo en la piscina de Trouville.
El torneo fue un triangular a dos ruedas con Argentina y Brasil. En los brasileños, jugaba como defensa, -mismo puesto que Iocco-, Joao Havelange, quien en 1974 fue elegido el primer y único hasta ahora, presidente sudamericano de FIFA. Allí se conocieron y con los años, entablaron una gran amistad.
Gustavo recuerda que Havelange, años después, ya titular de la FIFA, “estuvo en casa para saludar a mis padres”.
Uruguay derrotó 3-1 a Brasil en el debut con Iocco en el equipo y Leonel Gabriel, quien, en el futuro, sería dirigente de Nacional. Al otro día, vencieron 2-0 a Argentina y el punto alto celeste fue la defensa. Según consigna El Diario de la época “Iocco fue una garantía en su sector y Mariño y Álvarez (golero), completaron un trío que actuó sin una falla”.
Pero más allá de su afición al deporte, también le encantaba el teatro y no solo llegó a actuar, sino también a dirigir obras.
Fue justamente gracias al teatro que cuando se fue a anotar para actuar, conoció a Atlántida Dalmedo en el Círculo Balear del Uruguay. Los dos se anotaron y desde allí, permanecieron juntos toda su vida.
“Siempre contaba que estar encima de una tarima para rematar, no dejaba de ser una obra de teatro, y por eso también siempre le estuvo agradecido”, apunta Gustavo.
En 1943, el destino quiso que actuaran con quien entonces era su novia, en una obra llamada “Pulmonía doble” en una zona muy especial. ¿Por qué? Porque según sus propios apuntes -que Gustavo conserva como tesoros- lo hizo en un escenario “levantado en la Chacra Los Aromos, Cno. Maldonado km. 23, en esa época, propiedad del reverendo padre José Defunchio”. Allí, dos años después, Peñarol, el eterno rival de Nacional, adquirió esos terrenos para construir lo que hoy es su concentración.
Se casó en 1950 y se mudó de la Ciudad Vieja para un apartamento en la calle Médanos (hoy Barrios Amorín) e Isla de Flores.
Gustavo es su único hijo y recuerda con emoción y orgullo también a su mamá: “Papá tuvo el privilegio de contar con una mujer a su lado que era una fenómena. No solo lo apoyaba, sino que también lo acompañaba. ¡Cómo cocinaba! Hasta hoy la extraño a ella y a sus comidas. Me crió libre”.
Su otra gran pasión era Nacional. “Llegó al club de carambola”, dice su hijo Gustavo. Y añade: “Su gran amigo, Enrique Gomensoro, quien, además, también era rematador, le pidió si no lo acompañaba como suplente suyo en una lista, porque quería competir contra Miguel Restuccia. Papá le dijo que sí y Gomensoro entró finalmente en la directiva. Pero al poco tiempo se fue y mi padre ocupó su lugar”.
Formó parte de la directiva que trajo a Luis Artime al club y colaboró cuando hubo que colaborar. Allí conoció, entre otros tantos, a Juan Martín Mugica, a quien en 1980 lo llevaría como técnico.
Por algunas discrepancias con Restuccia, renunció al club, aunque en 1974, Nacional reconoció la importancia de Dante, quien pasó a integrar el llamado entonces “Consejo Ejecutivo de Oro” de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF), junto con Héctor Del Campo, Matías Vázquez, José Fernández Caiazzo y José Pedro Laffitte, siendo su vicepresidente.
Allí hubo un cambio radical en la política de la AUF y, además, fueron los que tuvieron la idea de cambiar la vieja sede de la Avenida 18 de Julio y construir la actual.
En 1980, Nacional atravesaba un muy mal momento económico y deportivo. Lo fueron a buscar para ver si aceptaba ser presidente y ganó las elecciones con 2.987 votos.
Lo que vino después fue una revolución. Contrató a la dupla Mugica-Gesto como técnico y preparador físico, y fueron campeones uruguayos, de la Copa Libertadores y de la Copa Intercontinental.
En 1991, participó de la Comisión del Decanato de Nacional, que muestra la posición del club respecto a la pugna que existe con los aurinegros.
Años después y en otro momento pésimo del club, lo fueron a buscar nuevamente. Peñarol venía de ganar su segundo quinquenio y apostaba todo al sexenio, algo nunca logrado en el fútbol uruguayo.
Dante aceptó el reto y el viernes 5 de diciembre de 1997, ganó nuevamente las elecciones con el lema “Retorno a la gloria”, esta vez, metiendo a los 11 dirigentes que lo acompañaban en su lista. “No vamos a dejar morir a Nacional”, dijo entonces. Y cumplió. De entrada, se remodeló totalmente la concentración de Los Céspedes, y además, contrató a la dupla técnica formada por Hugo De León y nuevamente Esteban Gesto.
Al término del año, se cumplió la meta de cortarle el sexenio al eterno rival y ser campeones uruguayos. Y no solo eso: Nacional cortó una racha que databa desde 1943, sí aquel año en el que Dante actuó en la Chacra de Los Aromos: ganarle en las dos ruedas el clásico a Peñarol.
Al año siguiente, organizó el cumpleaños por el centenario de Nacional, siendo parte de la Comisión de los Festejos.
“Para el partido de los 100 años de Nacional, hizo traer especialmente a (Rinaldo) Martino -brillante futbolista argentino, campeón uruguayo en 1950 y 1952- desde Buenos Aires para que estuviera presente”, recuerda Gustavo.
Tenía adoración por Víctor Espárrago, para él era como otro hijo. Hasta el día de hoy, el excampeón de América y del mundo dos veces con Nacional, tiene contacto con la familia de Dante.
“Artime es un caballero. Lo fue a ver a papá en la última etapa de su enfermedad, y también recuerdo que fue acompañado por Espárrago y (Alcides) Cacho Silveira”.
El Salón de Cristal de Nacional, un emblema de la sede, hoy lleva su nombre. Gustavo define así su sentimiento: “Es una emoción tan grande que no me dejó expresar el día que se llevó a cabo el acto, porque no paraba de llorar. Estoy muy agradecido con la comisión directiva de aquel momento y en especial, al presidente Ricardo Alarcón”.
Pero, además, Iocco tuvo la idea de que al Estadio Centenario la FIFA lo denominara Monumento al Fútbol Mundial en 1983. “Habló con Havelange, le envió una carta y él como presidente de FIFA lo aceptó y vino al acto”. Se trata del único estadio en el mundo que tiene ese reconocimiento por parte del ente rector del fútbol mundial.
Iocco, a su vez, fue veedor de la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) y miembro de la Comisión Técnica de la FIFA.
Dante se metió en la historia. Su vida pasó por Nacional, en donde es ícono. Pero también disfrutó otra vida con su familia, de penurias y bonanzas, de alegrías y tristezas, de la que seguramente Giuseppe y Raquel, están orgullosos, como hoy también lo están su hijo Gustavo y sus nietos, Dante y Micaela.
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