Los espíritus de la isla está en cines uruguayos

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Los espíritus de la isla: la consagración de Colin Farrell, el fin de una amistad y una de las grandes películas del verano

La película de Martin McDonagh tiene nueve nominaciones a los Oscar y es una de las favoritas; está en cines
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08 de febrero de 2023 a las 05:04

Martin McDonagh defiende las películas tristes y está bien. Él dijo en 2022, en el camino de promoción de Los espíritus de la isla, un par de cosas y entre ellas estaba lo siguiente: que cree que su nueva historia es “una película muy linda, con actuaciones brillantes”, y también que “es graciosa…pero triste”. Y según él ya nadie intenta hacer películas tristes.

Algo de eso es cierto. Para empezar, su película sí es "linda", pero también excelente. Y sí: la tristeza escasea en buena parte del cine, pero no se puede decir que ya no existe. Ahí está, por poner un único y reciente ejemplo, la bella Aftersun. ¿De qué otra forma se puede describir esa sensación que deja, esa presión que acompaña y anida en el pecho durante varios días? 

Los espíritus de la isla, que está en cartelera en cines uruguayos desde la semana pasada y que aspira a nueve Oscar —y que tiene serias chances de llevarse el premio mayor— también es una de esas películas. En parte lo es porque esta historia, la de una amistad que se quiebra por la inexplicable y sola voluntad de una de las partes, evoca paisajes amplios y desolados, rasguña miserias familiares escondida, planta a sus personajes frente a la falta de sentido, al cáustico paso del tiempo y la inevitabilidad de la muerte, y además tiene algunos momentos tristes de verdad. Nada de esto, de todos modos, hace del viaje que propone la película de McDonagh un martirio. Todo lo contrario. Es probable que nadie derrame lágrimas y sí, más bien, alguna risa incómoda. Porque en esta historia sencilla y pequeña en una aislada isla irlandesa en la década de 1920 la tristeza se tamiza con el humor negro.

Los espíritus de la isla es triste, sí, pero también es la grotesca propuesta de un artista especializado en encontrarle el punto más ácido a la comedia, en fustigar al espectador con diálogos lacerantes, con pintar un universo encapsulado que juega bajo sus propias reglas y pinta, al mismo tiempo, el universo entero.

Ánimas irlandesas

En Los espíritus de la isla Colin Farrell es Pádraic y Brendan Gleeson es Colm. Son amigos desde hace años y lo único que hacen es existir, tomar una pinta juntos al mediodía y otra pinta juntos al anochecer. Viven en una isla remota que se llama Inisherin, en la que todavía se cuentan historias de criaturas mitológicas —como las banshees, espíritus femeninos que anuncian la muerte—, pero sobre todo cuentan explosiones: del otro lado del mar, en la isla principal, los ecos de la guerra civil irlandesa llegan cada tarde a las tranquilas costas de Inisherin y sacuden la modorra de sus habitantes. Aunque no del todo. El tedio y la rutina tiene los pies bien plantados en el paisaje verde e infinito de este lugar de ánimas, pintas y ovejas.

Colin Farrell y Barry Keoghan

Un día Colm decide evitar para siempre a Pádraic. Prefiere dedicar los años que le quedan a perfeccionarse en el violín, una pasión que, vaya a saber porqué en esa isla donde nadie trabaja, todavía no pudo desarrollar. Y que el vínculo con Pádraic le obstaculiza. El otro, claro, no lo soporta. Más allá de que evidentemente sus procesos cognitivos son un poco más lentos que los del resto —no cae, sin embargo, en el lugar del idiota del pueblo: ese está reservado para el atormentado Dominic, interpretado por un Barry Keoghan en su mejor momento—, no puede concebir su vida sin las charlas con Colm, sin las cervezas diarias, sin la idea de que Inisherin es, además de un páramo frío y lleno de corderos, el lugar desde donde ellos dos enfrentan al mundo. 

El disparador, entonces, es muy sencillo y todo lo que sigue también lo es. Pádraic insistirá y Colm le pedirá que no lo haga más o se empezará a cortar los dedos de la mano hasta que el otro entienda. En ese ida y vuelta, McDonagh encuentra la cancha para desplegar su talento para como escritor y la experiencia cosechada en el teatro —es uno de los grandes dramaturgos ingleses contemporáneos— y en películas fabulosas como Escondidos en brujas o Tres anuncios por un crimen, cóctel que decanta en una historia que carga su fuerza principal en el texto, en las intervenciones de los personajes secundarios y sus historias laterales —además de Keoghan, Kerry Condon está impecable como Shiobhán, la hermana descorazonada de Pádraic—, y por supuesto en el magistral dueto que componen Farrell y Gleeson. El primero, especialmente, debería llevarse el Oscar a mejor actor. Los espíritus de la isla le permite dar un salto: entre la vulnerabilidad absoluta, la falta de determinación y una esperanza vaga pero firme en la raíz de su amistad, Farrell encuentra en Pádraic un personaje consagratorio. McDonagh siempre logró llevarlo a grandes lugares, pero en este caso lo perfecciona. 

Brendan Gleeson y Colin Farrell en Los espíritus de la isla

La película, al margen de sus obvias líneas paralelas al conflicto independentista irlandés —uno que, de tan de fondo que está, la gente de Inisherin no termina de entender por qué pelean o quiénes son “los buenos”—, se propone casi como un experimento ascético de texto e interpretación. McDonagh deja poco lugar a la opulencia visual de la locación en la que rodó y prefiere algo más clásico, una idea de plano/contraplano que se extienda durante la narración y se quede en los rostros, en los pequeños gestos, en los rincones de las almas en pena de Inisherin. Tampoco se luce especialmente la música de Carter Burwell, usual colaborador del director, pero hay premeditación en esa tonada calma que corre a ras del piso, casi un nivel subterráneo. Porque al final, en Los espíritus de la isla, McDonagh dirige la atención a lo que a él más le importa, y eso es el dúo de Pádraic y Colm, el extraño vínculo al que arribamos en sus estertores y las emociones, esas que sienten los atolondrados y atormentados personajes del relato. Y las nuestras, por supuesto, que en la sala somos testigos de esta melancólica, existencial pero a fin de cuentas deliciosa comedia humana que quedará entre lo destacado del 2023.

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