Las sillas vacías son una alarma dentro del sistema educativo.

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Los tres estudios de ANEP que cambiaron la visión del gobierno sobre la repetición

Cuando Lacalle Pou era candidato, se oponía a la flexibilización de la repetición escolar. Ahora la reforma educativa que impulsa su gobierno la promueve
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17 de noviembre de 2022 a las 05:03

“Después vino el pase social, aquello tan cruel: saber que un chiquilín no aprendió lo que tenía que aprender, pero como no es mi hijo le hago una guiñada y lo paso de año para llenar los registros. Obviamente que es traumática una repetición, pero es mejor repetir y aprender que llegar a los 12 o 13 años y darnos cuenta que no tenemos las herramientas básicas aprendidas”. Con estas palabras —que se viralizaron en redes sociales esta semana por aquello de que ‘nadie resiste el archivo’— Luis Lacalle Pou criticaba las intenciones de las anteriores autoridades educativas de flexibilizar la repetición escolar. Ahora, estando él al frente del gobierno, la comandancia de la enseñanza que eligió sigue los mismos pasos que el entonces candidato criticaba. 

Los dichos de Lacalle Pou no fueron palabras sueltas en uno de esos desayunos que organizan las corporaciones antes de cada elección. Era parte de su programa de gobierno en, al menos, las dos últimas campañas. En 2019, el texto programático rezaba que se tomaría la siguiente medida: “Eliminación del ´pase social´ en primaria y de cualquier otro procedimiento formal o informal que tienda a disminuir artificialmente la repetición. En su lugar se instalará un régimen de promoción condicional no acumulable y un sistema de clases remediales en contra-turno para quienes sean promovidos en esas condiciones”.

El consejero del Codicen Juan Gabito, designado políticamente por el Partido Nacional, admitió que aquella era una “visión primitiva” que quedó atrás. “Lo que cambio”, dijo, “fue la constatación de que el estudiante que queda repetidor está condenado a, tarde o temprano, abandonar el sistema educativo”.

Este miércoles, 20 años después del inicio de las primeras investigaciones de seguimiento de las trayectorias educativas, la Administración Nacional de Educación Pública compartió al menos tres estudios que hicieron torcer la visión que tenían algunas autoridades del gobierno. La directora de Políticas Educativas, Adriana Aristimuño, reconoció que esa evidencia científica es clave en los cambios de evaluación propuestos dentro de la transformación educativa: solo se podría repetir al término de segundo, cuarto y sexto de escuela, o bien en octavo y noveno grado de liceo y UTU. Y, a su vez, estos estudios contribuyeron a que se instrumentara un sistema de acompañamiento para que no sea un pase social, explicó la jerarca.

A continuación parte de esa evidencia:

La repetición puede saberse desde la cuna

Un niño que nace prematuro tiene más chances de quedar repetidor que aquel que vio la luz tras un embarazo a término. Quien nació con bajo peso tiene más posibilidades de abandonar la escuela, también aquellos que son hijos de madres con bajos estudios o que se controlaron menos en la gestación. Todos estos factores que van condicionando la infancia —ni que hablar la falta de estímulo en el hogar y la mala alimentación— influyen en las habilidades que desarrollan los niños.

El investigador Santiago Cardozo siguió a aquellos 15.000 niños que en el año 2016 había realizado la Evaluación Temprana, donde se mide su neurodesarrollo y se los clasifica según los colores del semáforo. Una cuarta parte de aquellos niños ya ingresó a Primaria con dificultades. Pero lo más interesante se supo luego…

Entre aquellos estudiantes que tenían descendido su desarrollo en el jardín, al año ya había repetido el 46%. Y al cabo de cinco años, seis de cada diez acumulaban al menos una experiencia de repetición. Tanto es así que aquella evaluación, según Cardozo, “es el mejor predictor de repetición”, porque lo que termina influyendo no es lo que aprende en un año, sino esa historia que carga el estudiante. Eso mismo vale para las notas que consigue, para los resultados en pruebas estandarizadas o cualquier medición.

Con el correr de los años la distancia entre “los verdes” y “los rojos” se agranda, al punto que al término de la escuela la diferencia en competencia lectora equivale a más de dos años de escolarización.

En este sentido, afirmó este miércoles Cardozo, entre aquellos niños más descendidos en su desarrollo y que luego acumulan experiencias de repetición, “sabemos que no van a terminar la educación obligatoria”.

El rezago trae más rezago

Adrián Silveira, coordinador del Departamento de Evaluación de Aprendizajes de la ANEP, siguió a aquellos escolares que cuando estaban en 2013 en sexto de Primaria formaron parte de la prueba Terce (de Unesco). Uno de cada cuatro de aquellos niños terminó la escuela con extraedad (había repetido al menos una vez). Tres años después, de esos exescolares con rezago, más de un tercio (38%) había abandonado la educación. Pero la cosa no queda ahí…

Los investigadores de la ANEP siguieron el curso de esa generación en su pasaje por todo el liceo o UTU. Siete años después de haber hecho la prueba escolar, es decir, a la edad que ya tendrían que estar cursando la universidad, solo el 9% de los estudiantes que repitieron alguna vez en la escuela había logrado acabar la educación obligatoria (graduarse del bachillerato).

De hecho, muestra el estudio, esas experiencias de repetición son más determinantes que provenir de un contexto pobre (21% de la muestra del quintil más desfavorecido consiguió graduarse siete años después de la prueba) y más potente que haber tenido malos desempeños en Lectura (18%).

Entre los estudiantes que acabaron la escuela sin repetición, siete años después casi la mitad había acabado el bachillerato. Y entre los que venían del sector privado lo había logrado el 68%.

El liceo y la UTU son un colador

Antes, cuando la Secundaria era solo el preparatorio para la elite que iría a cursar la universidad, no se hablaba de “inclusión”, de “respetar los tiempos de cada estudiante”, o que “la educación es un derecho”. Pero ahora que eso cambió ya que la ley de Educación fijó la obligatoriedad de la enseñanza hasta el término del bachillerato, las sillas que van quedando vacías en los liceos y UTU son un llamado de atención.

Tania Biramontes y Franco González Mora siguieron los datos administrativos de todos aquellos estudiantes que acabaron la escuela común a partir del año 2013. Lo primero que hallaron fue que seis años después, cuando en teoría debieran estar cursando el último año de bachillerato, entre el 23% y 29% se habían caído del sistema educativo. Ya no estaban matriculados. 

No solo eso, seis años después de haber egresado de Primaria, menos del 38% seguía cursando en tiempo y forma. Es decir: solo algo más de un tercio de la generación estaba en sexto de liceo o UTU como debía estarlo según lo normativo.

Estos datos de pérdidas de alumnos como si estuviesen pasando por un colador (los técnicos le llaman desgranamiento), son usados como justificativo clave de la necesidad de una reforma. Mucho más si se tiene en cuenta el comparativo regional. “Uruguay presenta una situación de elevada desvinculación a nivel de educación media, incluso en relación al contexto latinoamericano”, explicó González Mora. 

El director de la división de Investigación, Evaluación y Estadística de la ANEP, Andrés Peri, concluyó que estos estudios vienen a demostrar que “la mayor variabilidad (de resultados y trayectorias) se encuentra entre alumnos y no entre escuelas. Además, cuando se analiza la varianza que sí obedece a las diferencias entre escuelas, se constata que la mayor diferencia en los resultados de aprendizaje se debe a los efectos composicionales (reclutamiento por origen social de los niños) más que a aquellos aspectos vinculados con las prácticas”.

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