Opinión > ANÁLISIS

Manini: lo que está claro, y lo que está en duda

Un caso excepcional de un militar de carrera que pasa de comandante a candidato y logra alta adhesión política con partido nuevo
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10 de agosto de 2019 a las 05:04

Pocos militares de carrera han tenido incidencia política real en el Uruguay moderno; y menos, sometiéndose a las urnas.

Latorre, Santos y Tajes presidieron el Uruguay en tiempos de libertades restringidas; Baldomir ganó las elecciones posteriores a la dictadura de Terra; Gestido emergió de las urnas en medio de reclamo popular de mano firme frente a la guerrilla revolucionaria.
Seregni encabezó la unificación de la izquierda junto a otros camaradas castrenses y lideró la izquierda durante dos décadas.
Aguerrondo fundó y lideró una logia militar, pero tuvo poco éxito en su aventura de candidato presidencial.

El “Goyo” Álvarez se abrió espacio en una dictadura colegiadista, fue presidente de facto y concentró poder como pocos.
Medina fue el general de la transición, ministro de la democracia, pero sin espacio político propio.
Guido Manini Ríos se convierte en un caso inédito.

Es un militar con herencia política familiar, pero que no estaba en los cálculos de nadie como potencial líder de un movimiento propio e independiente. Su figura había crecido dentro del ámbito castrense, con seguidores que lo validaban, pero también con adversarios internos.

Fue desde ahí que construyó un liderazgo que irrumpió en escena partidaria, sin despertar suspicacias de los políticos. Pero ese liderazgo era reservado a “la familia militar”.

El general de apellido riverista pero con raíces de ambos partidos fundacionales, estaba en la consideración política por posturas polémicas, y algunos dirigentes blancos y rebeldes, como el intendente de Cerro Largo, vieron en Manini otro ladrillo del muro anti-Frente Amplio. Por eso reaccionó él y otros, en la defensa del Comandante, cuando el jefe de Estado le impuso un sanción de arresto.

Pero era el mismo general que había sido ascendido por “Pepe” Mujica y llevado a la Comandancia por el fundador ideólogo del MLN-Tupamaros, Fernández Huidobro.

Es un combo particular: colorado por parte de abuelo y padre, blanco por parte de raíz materna, casado con una herrerista, y vinculado a un ministro tupamaro, con quien coincidía en una visión nacionalista de la geopolítica y la aversión a centros de poder mundial.

Todo eso en un contexto que combinó varios factores.

La seguridad es el principal problema que identifican los uruguayos, y por eso reclaman mano firme ante el delito.

Las Fuerzas Armadas, mal vistas a la salida de la dictadura, venían de desplazar del primer lugar de valoración positiva popular a otras instituciones.

La desilusión de votantes frenteamplistas dispersaba electores, y muchos de esos ya se habían sentido defraudados con blancos y colorados.

El “voto bronca” comenzó a circular entre opciones, en la búsqueda de un espacio para canalizar ese sentimiento.

Y Manini hablaba de valores de la sociedad que se habían perdido, como el respeto, la disposición a trabajar, a cumplir, a educarse…

No se le veía venir, pero él sí creía en su potencial.

Manini Ríos llega a marzo, con la suspicacia de que pudiera jugar un rol político pero no como protagonista sino como actor de reparto, y eso lo mantenía a resguardo de las ásperas batallas mediáticas. No parecía con chance de ser gravitante.

Su propio suegro, veterano herrerista del norte del país, coincidía con la visión generalizada de que no era posible lograr incidencia relevante desde un partido creado en el otoño de un año electoral.

Y es que Uruguay tiene una estructura partidaria fuerte, establece, con un sistema que no es permeable a aventuras espontáneas por fuera de los circuitos establecidos. 

Pero lo de Manini ya no es un fenómeno de redes sociales ni de encuestas; su Movimiento Social Artiguista -reformulado a la fuerza en Cabildo Abierto por restricciones de la Corte Electoral- ya se probó en las urnas con éxito, pese a ser una jornada de voto voluntario, sin competencia interna ni publicidad televisiva ni masiva. Consiguió adhesiones para llenar un Centenario.

¿Y ahora qué pasa? Su caudal electoral es una incógnita porque Manini tiene buen indicador de simpatía pero también alto nivel de antipatía, y porque una elección polarizada puede afectarle. Pero pasada la interna, el viento a favor del excomandantte sigue creciendo.

Visto como un paracaidista, Manini cae a romper el paquete armado entre partidos de oposición, porque mientras blancos, colorados y dirigentes del Partido Independiente muestran que están para un acuerdo programático como base de coalición, Cabildo reivindica su independencia.

Y como le resta votos a todos, pero en su amplia mayoría a los opositores, su presencia incomoda.

Excepto Lacalle Pou, que comprendió la magnitud de Manini, y que hace tiempo se mueve en política con la responsabilidad del abanderado de la alternativa al Frente, otros opositores lo cuestionan o quieren dejarlo de lado.

¿Qué piensa Manini? ¿Para quién juega?

El general tiene definida su opción  por el cambio; aspira a meterse en el balotaje, pero no tiene dudas de que si queda fuera de esa instancia, votará por el postulante desafiante al Frente Amplio.

No es esperable un “dragoneo” para buscar acuerdos: irá con blancos y colorados; con el PI y con el partido de Novick, si es necesario. Pero no con el Frente Amplio.

Pero mientras tanto, no regala nada y levanta la bandera artiguista para llegar lo más “gordo” de votos al 27 de octubre.

Ya es un fenómeno político, pero eso no signfica que esté en carrera por el premio mayor, porque en Uruguay para la definición presidencial, siguen pesando las tres estructuras partidarias tradicionales. Pese a eso, si Manini confirma en las urnas la alta adhesión del 30 de junio y convierte en sufragio la intención de voto actual, se constituirá en un caso excepcional de un hombre del Ejército que en un santiamén pasó de comandante a candidato.

No está claro cuántos votos tendrá, pero está claro de qué lado está. 

 

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