Cada vez que puede, el senador Luis Lacalle Pou le tira alguna flecha al presidente Tabaré Vázquez, en una especie de duelo personal iniciado en la campaña electoral, cuando desafió a su entonces contrincante a realizar la acrobacia de la bandera con el cuerpo horizontal en un caño. A partir de allí sucedieron los cortocircuitos entre ambos –Vázquez tildó sus propuestas "pompitas de jabón" y lo consideró un jugador sub 17'- y esos deliciosos chisporroteos agregan a la política toda la sal que el gobierno sugiere eliminar de la mesa familiar.
Con ellos ha ganado más el líder de la mayoría blanca, quien por un lado demuestra valentía al enfrentar al primer mandatario y, por otro, que merece su atención. Ahora aprovechó una extensa visita de Vázquez por España e Italia para anunciar que al canciller le pedirá cuentas de sus logros en esa "gira artística". El mandatario se reunió con la plana mayor del gobierno español, el Papa Francisco y mantuvo reuniones con inversores con el objetivo de atraerlos hacia Uruguay, cosa que han hecho todos los presidentes.
Es posible que las manifestaciones más significativas de su gira estuvieran relacionadas con la seguridad en el fútbol, un ámbito donde anunció mano firme contra los violentos. Pero con arte o sin arte, es seguro que Lacalle Pou se siente más representado en el exterior con Vázquez que con Mujica, quien entre otras cosas fue el artífice de la suspensión de Paraguay del Mercosur y la entrada por la ventana de Venezuela, por donde ahora va a salir.
No ha sido la única joyita que le dejó Mujica a Vázquez. Hay otros diamantes caso de las pérdidas de Ancap y, sobre todo, aquellas que brillan por su ausencia caso de las reformas en la educación e infraestructura. El gasto desmedido y el déficit que obligó a romper la promesa electoral de no agregar impuestos también están al tope del legado. Todo este combo a Mujica lo afecta poco –vende libros y carisma en estadios llenos- pero a Vázquez complica y condiciona mucho. No hay plata y, encima, diseñó una estrategia de elaboración bianual del presupuesto que le asegura conflictos satánicos el año próximo por el reparto de la torta.
Además, desde el inicio Vázquez arrancó sin una agenda atractiva. El sistema nacional de cuidados no fue lo que el plan de emergencia, la creación del Mides, la búsqueda de los desaparecidos o el plan Ceibal de su primer gobierno. Ahora está al golpe del balde. Le tocó el fin del viento que empujó la economía una década y está obligado a lidiar con el Uruguay de siempre, de la estrechez, ahora con acuciantes problemas que el capital privado demora –en el mejor de los casos- en resolver. Además, el presidente ha visto desafiado su liderazgo con incesantes cuestionamientos desde los sectores radicales de la bancada oficialista. Las decisiones de impedir la investigación parlamentaria de los negocios con Venezuela y la licitación por la regasificadora promovieron la ruptura del diputado Gonzalo Mujica, dueño del voto 50 y la consiguiente mayoría.
De todos modos todavía es posible que, al final, el gobierno evite la barranca abajo a pesar de que le espera un 2017 amargo.
La consigna es surfear la coyuntura y tratar de mejorar los factores de mal humor: los indicadores económicos y la seguridad, las carreteras y algo la educación.
Aunque parezca mentira el terreno más difícil para Vázquez es el de la política, donde su ausencia de futuro le vuelve presa fácil de sus propios compañeros del Frente Amplio.
Lidiar con esa interna sí que es un arte.
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