El martes de la semana pasada, en una entrevista radial, dije lo que me parece obvio: “La probabilidad de que el Frente Amplio gane el balotaje tiende a cero”. Creo tener muy buenos argumentos para sostener esa interpretación. Si mi lectura del resultado del 27 de octubre es correcta, existe una clara mayoría en Uruguay a favor de la alternancia. Desde luego, puedo estar equivocado. No sería la primera vez. Lo asombroso y alarmante del asunto es la reacción destemplada de una parte del público frenteamplista. En lugar de reflexionar, de preguntarse por qué el partido de gobierno votó tan por debajo de sus propias expectativas, demasiada gente se dedicó a insultarme a través de las redes sociales. El episodio no sería relevante si no fuera una nueva señal del deterioro de nuestra cultura cívica. Existe una clara frontera entre el bloque frenteamplista y el opositor. La frontera no es un problema. Por el contrario: es saludable que exista. El peligro que corremos es que la frontera se convierta en grieta. Y la grieta, en precipicio.
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