Antes, pero no muchas décadas atrás, descubrir una infidelidad no era una tarea fácil. La gente se cuidaba mucho y para llegar a tener la certeza había que ir reuniendo pistas, indicios: un arañazo en un lugar inexplicable, un perfume impregnado en la ropa, cambios sutiles en la intimidad de la pareja, regalos fuera de fecha, demoras inexplicables. Había quienes incluso lograban mantener dos familias paralelas sin que se descubriera nada hasta que el protagonista pasaba a mejor vida. A veces también se contrataba a un detective privado para recabar las pruebas necesarias.
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