El poder del perro está disponible en Netflix

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Salvaje y tóxico oeste: El poder del perro es un western formidable que huele a (y quiere) Oscar

La directora Jane Campion regresa al cine con una historia que se puede ver en Netflix y que se ubica entre las mejores propuestas del año
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11 de diciembre de 2021 a las 07:01

Hay películas y películas. Algunas se hacen por amor al arte, a contar historias, amor al cine, a la ficción, a la vorágine del rodaje, a la búsqueda de una obra, de un sentimiento, de transmitir un mensaje. O lo que sea. Pero otras películas se hacen para ganar premios. Para acumular la mayor cantidad de elogios previos al Oscar, para maridar a la perfección con el lobby necesario para obtenerlos y para vapulear a sus contrincantes en la noche dorada. Son películas que quieren romper récords, quedar en una estadística de Wikipedia, generar una posible carrera para sus responsables. O confirmarlas. ¿Y después? Después la gente se olvida. Esas producciones, que se calculan bajo ese criterio triunfalista, suelen ahogarse en las aguas turbias y finitas de la memoria. ¿Alguien se acuerda de Green Book? ¿De 12 años de esclavitud? ¿De El artista? Todas son ganadoras. ¿Alguien se acuerda de Nomadland? Se estrenó hace menos de seis meses. Es buena, pero varios nos comimos la pastilla: no es memorable.

La cuestión, sin embargo, habilita una pregunta: ¿puede una película confeccionada para ganar la mayor cantidad de premios de la Academia tener un espíritu propio, valer la pena por fuera de sus intenciones extracinematográficas? ¿Existe esa posibilidad? ¿Puede la forma resistir a la presión obvia y casi obscena de ese fin ulterior que representa el Oscar a la Mejor película, y que suele teñirlo todo? Parecería que sí. Y lo que llega para marcar eso, que las cosas no son tan blancas o negras, que hay veces que en el cine hay que habilitar las líneas difusas, es El poder del perro, la nueva película de la directora neozelandesa Jane Campion. Acaba de estrenarse en Netflix y está siendo una de las producciones más vistas en la plataforma. 

El poder del perro es el regreso de Campion a la dirección trece años después de su última película. La ganadora de la Palma de Oro en Cannes por La lección de piano se pone al hombro una adaptación de la novela homónima de 1967, escrita por el autor estadounidense Thomas Savage, y tiene un buen puñado de actores destacables para auxiliarla en su empresa: Benedict Cumberbatch, Kirsten Dunst, Jesse Plemons, Kodi Smit-McPhee, Thomasin McKenzie, entre otros. El poder del perro es un wéstern sin tiros y mucho cuero que sigue la historia de dos hermanos arrieros en la Montana de 1925, dos hermanos que trabajan juntos desde hace décadas y que empiezan a distanciarse cuando el menor (Plemons), se casa con Rose (Dunst) y adopta a su hijo (Smith-McPhee). El mayor (Cumberbatch), un tipo bastante insufrible, oscuro y vengativo, toma represalias al sentirse desplazado. Pero esconde cosas. Y en el fondo, la película se enraíza en el peso de la fraternidad, de los celos, en los estallidos de violencia emocional y psicológica, en los paisajes enormes que custodian secretos guardados con miedo.

Benedict Cumberbatch protagoniza la película

Cuando uno se adentra en la propuesta de El poder del perro, automáticamente se da de bruces contra un hecho irrebatible: Campion quiere el Oscar. Y quiere muchos, muchos premios. De hecho, el sitio Indiewire ya lo adelantó el 4 de diciembre, cuando tituló una de sus notas así: Por qué Jane Campion se convertirá en la tercera mujer en ganar el Oscar a Mejor dirección. Campion ya estuvo nominada y quizá no sea del todo consciente, pero acá hay olor a revancha. Y ella no es la única: toda propuesta está impregnada de temas, interpretaciones, giros argumentales e imágenes que, de seguro, activarán las glándulas salivales de los votantes de la Academia. Si logra o no los galardones es otro cantar, pero hay algo que no se puede negar: El poder del perro es Oscar bait de acá a la China. Pero esto, en realidad, importa poco y nada. Porque una vez que se acepta que sí, que El poder del perro posiblemente acumule nominaciones a rolete y que todos sus involucrados saltarán de la emoción cuando suceda, se devela el sustrato real de lo que estamos viendo: entre otras cosas, las capacidades alucinantes de Campion para orquestar una de las películas del año. Es posible que El poder del perro suene fuerte en algunos meses, es cierto, pero se lo tiene merecido porque es una de las propuestas más deslumbrantes del 2021.

Para empezar, lo es porque Campion le suma un saludable reverso de fragilidad y sensibilidad a un género que durante buena parte de su historia se caracterizó por cantidades ingentes de testosterona. El wéstern en El poder del perro no tiene persecuciones a malones de indígenas, duelos bajo el sol ardiente, escupitajos en la tierra roja; lo que impregna la película son los paisajes abiertos –filmados espectacularmente por la directora de fotografía Ari Wegner–, las colinas sombreadas por un sol amable, la cámara detenida en los músculos tensos de los caballos, en una trenza de cuero fabricada en la madrugada, en las miradas cruzadas entre hombres cautelosos, vulnerables, desdichados y orgullosos.

Kirsten Dunst como Rose en El poder del perro

El elenco principal está formidable. Comencemos con Peter (Smith-McPhee), el larguirucho adolescente amanerado que quiere convertirse en cirujano y que no encaja para nada en el territorio que domina Phil (Cumberbatch), su tío adoptivo. Peter es un personaje fascinante: repele a los hombres que trabajan en la tierra de su padrastro por sus formas, su sensibilidad, y al mismo tiempo los atrae. Es un signo de interrogación que socava la estabilidad del rancho, que mina la certeza patriarcal que hace girar los engranajes de este universo definido.

El interlocutor de Peter será el personaje de Phil. Cumberbatch delinea en él a uno de los mejores personajes de su carrera, tan complejo como el atribulado Patrick Melrose de la serie homónima de 2018. Los rasgos reptiles del inglés encajan a la perfección en el physique du rôle de Phil, un tipo taimado, artero, insoportable, sucio, extremadamente culto, irascible, pedante, vulnerable, que castra toros con una sonrisa, que toca el banjo como un desquiciado y que está estacionado en el recuerdo de un finado mentor que, quizá, fue mucho más que eso. Phil proyecta su personalidad tóxica en Peter, pero también en su cuñada –Kirsten Dunst–, a la que agobia al punto de condenarla a tormentos autoinfligidos. También choca con su hermano –el personaje de Plemons, que siempre, siempre rinde–, pero a medias. Hay límites que no cruza. Porque, además, hay algo que es claro: Phil no es un villano. Es un hombre. Para bien o para mal. Campion no lo condena. Es más: alcanza a exponerlo en toda su humanidad, y eso planta semillas de agradable desconcierto para quienes, como espectadores, siguen esta saga familiar a lo largo de sus más de dos horas.

Jane Campion en pleno rodaje

Con El poder del perro, entonces, Campion encaja un golpe certero. El abrazo al que la historia de Phil y Peter nos somete como espectadores se revela, al final, como un inesperado y efectista golpe al mentón, un desenlace para el recuerdo que impulsa todavía más el combo completo. Las huellas estaban ahí, las explicaciones sobran y los créditos aparecen mientras uno intenta cerrar la boca.  

Hay grandeza en esta película, hay mucho cine, hay una directora con pleno dominio de sus ideas, de los hilos y matices. Es como si nos dijera que incluso en estas planicies donde el cielo es aplastante e inabarcable, ella puede moverse a su antojo mientras lo controla todo, mientras nos lleva de la mano a una historia que parece pequeña y calculada, y que se revela como monumental y alucinante. Alguien con esa habilidad se merece una película como esta. Alguien que hizo lo que hizo Campion en El poder del perro se merece trascender la mediocridad del Oscar, incluso si lo gana, e ir mucho más allá, al lugar donde las grandes películas y sus realizadores van a parar: la memoria.

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