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Tristán Narvaja en tiempos de coronavirus: más controles pero la aglomeración se mantiene

Los feriantes aseguran que los controles solo están en las ferias “más famosas”
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29 de marzo de 2020 a las 16:13

Un feriante se corre el tapabocas para tomar un mate. Chupa la bombilla, conversa con un posible cliente y se vuelve a cubrir boca y nariz. Unas cuadras más abajo otro intenta vender sus morrones: “tres por 30 pesos, se terminan” y de fondo se escucha: lavable. Reversible. Varios diseños. Las palabras que un domingo cualquiera describirían una prenda de ropa, esta vez acompañan a un tapaboca. 

Es domingo al mediodía y los feriantes de Tristán Narvaja fingen normalidad. Hay mucha gente. Menos que en un domingo de sol antes de que el virus todo lo inundara. La suficiente como para considerar que hay aglomeración. “Y estos controles son porque esta feria es turística, tiene focos. El resto está todo igual”, dice Leandro, parado en la esquina con 18 de Julio y detrás de su puesto de plantas. 

Con “estos controles” se refiere a las disposiciones que la Intendencia de Montevideo (IM) estableció para la feria. De la calle Uruguay hacia la avenida 18 de Julio solo venta de comida y artículos de limpieza. Bastante separación entre cada puesto, carteles que piden mantener las distancias y muchos feriantes con guantes y cubiertos con barbijos. Pero entre Uruguay y La Paz es como si el virus no existiera. 

Las plantas de Leandro no son un artículo de primera necesidad pero le dijeron que si se ponía sobre la principal avenida no tendría problemas. Acomodó sus plantas cerrando la feria, donde muere la calle que le da nombre, de espaldas a 18 de Julio y se instaló a pocos metros de su lugar habitual. Ni en la feria del Cerrito de la Victoria ni en la del Buceo de los miércoles tuvo que tomar medidas especiales. 

Decenas de inspectores de la comuna trillan la feria este domingo. Con sus chalecos negros y la impresión “Inspección General”, se pasean entre los puestos ubicados entre Uruguay y 18 de Julio recolectando los datos de los vendedores. “Eso no tendrá ninguna consecuencia para ellos”, se apura a aclarar Facundo Pérez, gerente de servicio de convivencia del gobierno departamental, consciente de que a algunos los pone nerviosos el relevamiento. 

Desde que se confirmaron los primeros casos de coronavirus, Pérez vive en una contradicción. Tratar de evitar que se generen aglomeraciones pero permitir que los feriantes “hagan el mango”. La discusión sobre suspender las ferias estuvo sobre la mesa y tanto el gobierno como la IM decidieron que no era posible. Sin embargo, el lunes 23, y luego de que el pasado fin de semana circularan fotos de ferias llenas de gente, el presidente, Luis Lacalle, se refirió al tema en conferencia de prensa. 

“Hemos resuelto exhortar más fuertemente con la presencia de patrulleros y de agentes policiales, para desestimular este tipo de prácticas que es totalmente desaconsejable”, dijo sobre las ferias barriales. 

Grupos de cinco o seis policías, muchos con guantes y otros no, custodian todas las esquinas entre de la zona de alimentos y artículos de higiene. Un patrullero se pasea por las calles perpendiculares exhortando a evitar las aglomeraciones e incitando a denunciar la violencia doméstica. O eso parece. Porque para entender el mensaje que sale del altoparlante hay que prestar mucha atención. 

Pero más allá de la numerosa presencia, los agentes son casi espectadores. Un artista que pretendía poner su batería en la zona para artículos de primera necesidad es abordado por tres policías. La explicación, en buenos términos, recibió una respuesta con enojo y resignación. Redoblante, platillos y demás artículos volvieron a los bolsos en los que habían llegado para buscar un lugar al sur de la calle Uruguay. “Tres veces caminé por esa zona y está todo lleno”, explica elevando el tono para justificar su decisión. Y se va. 

“Yo te diría que hay un 20% menos de gente”, dice un hombre mientras mueve su bigote calculando en base a la sabiduría que solo dan los años. Milton, jubilado, remera a rayas blanca y negra por adentro del pantalón, exdueño de la librería Ilion. Con los brazos en jarra, parado en la esquina de Uruguay y Tristán Narvaja, de espaldas al que durante años fue su local, empieza el repaso: “El que vende verduras acá, no vino, el de las antigüedades de allá, tampoco. El otro de las verduras de enfrente, faltó. Hay menos puestos”, concluye. 

Desde esa esquina, la feria hacia La Paz parece un hormiguero. Pero a medida que se camina por la calle la sensación de agobio no es tal. La cantidad de gente es menor a la habitual pero los puestos se amontonan uno al lado del otro. Ropa, libros, antigüedades, alguna verdura. En esa zona de la feria, la primera necesidad es vender algo para tener un ingreso. Tapabocas, algunos artesanales, bufandas que tapan la mitad de la cara, guantes. Las medidas para evitar la propagación del virus son mínimas. 

De ese lado de la feria no hay policías y los inspectores de la Intendencia de Montevideo no llegan. Pérez explica que esa zona se dejó para el funcionamiento habitual de los puestos. Y el gerente de servicio de convivencia de la IMM vuelve sobre lo mismo: “Yo no le puedo prohibir a esta gente que tenga un ingreso”. 

Pero Pérez va un poco más allá y repasa otra parte de su trabajo. “Nosotros también tenemos que controlar las pensiones. Y a muchos los están echando porque no tienen ingresos. Muchos de los que están acá viven en pensiones”, lamenta. "Está claro que esto no se soluciona desde un escritorio", finaliza. 

“Para hacer sopa este es sin duda el mejor”, dice otro feriante mientras le muestra un zapallo a una mujer. “¿Te lo marco?”, insiste. Los feriantes intentan trabajar como si nada pasara.

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