No son las decenas de vagabundos que sobreviven como zombis por Montevideo. No son los cientos de niños que nacen en asentamientos y que crecen entre la basura y los chanchos.
Tampoco son los miles de adolescentes que extraviados y desnortados ven la vida pasar en las esquinas de los barrios sin explicarse por qué tras 15 años de gobiernos frenteamplistas su futuro es tan o más oscuro que el de sus padres. No son las decenas de miles de mujeres solas que sobreviven con partidas míseras de asistencialismo criando hijos que nacen con la soga al cuello solo por hacerlo en Uruguay.
No alcanzan las iniciativas privadas o la débil valla de contención que aún representa la maltrecha escuela pública uruguaya. Escuela diseñada para enseñar a leer, escribir, sumar y entender de ciencia, matemáticas, historia y geografía y a la que se le ha cargado toda la responsabilidad de la convivencia social, alimentación, salud y hasta de sustituir la educación básica que antes se recibía en las casas. No alcanza.
Nada de eso alcanza para contener la disgregación social, la falta de perspectiva y la dejadez humana de aquellos que merecen un futuro digno.
Sin embargo, ahí está sobre 18 de julio, frente a la Intendencia Municipal de Montevideo la sede del Mides. Ese ministerio creado con los votos de todos los partidos políticos tras la desgracia del 2002. Ahí está rodeado de un cerco de metal para que los abandonados no pernocten en sus escaleras.
Desde el gobierno advierten sobre una metáfora terrible si llega a ganar la oposición: la motosierra de los planes sociales. Tanto el Mides como la propia candidata del aparato gubernamental, Carolina Cosse, agitan la imagen apocalíptica. Del lado de la oposición se reitera que no se recortarán, pero sí que se realizarán cambios importantes en las políticas públicas para lograr sacar a los más desprotegidos de su condición y no perpetuarlos en ella, como hasta ahora.
Un diálogo de sordos donde unos agitan cucos y otros los ahuyentan. En esa contienda que discute lo superficial y no el fondo aparecieron las palabras del director de Convivencia del Ministerio del Interior, Gustavo Leal.
En una presentación para integrantes del Sindicato de la Bebida, Leal expuso la iniciativa a aplicarse en un próximo gobierno del FA. Sería liderada por Presidencia e implicaría participación de las intendencias, MSP, Mides, Interior y Fiscalía y organizaciones de la sociedad civil. Mientras exponía su visión alternativa subrayó algo al pasar: “Hay enclaves localizados a nivel territorial donde hay una exclusión persistente. Una trama urbana fracturada. Una subcultura criminal que se retroalimenta con infraestructuras urbanas de pésima calidad”.
Cuestionó las políticas sociales del Mides que –según él– sin saberlo, dan asistencia a los criminales que desalojan a punta de pistola a las familias de sus casas. “Es muy fácil repartir, pero en algún momento hay que cortar el chorro y creo que llegó ese momento”, dijo.
La reflexión de Leal no amerita comentario alguno. El Mides subsidia criminales con partidas mensuales. El gobierno lo sabe ya que Leal pertenece al mismo. No hay duda de que hay que cortar el chorro, sea con motosierra o con un tapón gigante de corcho. A esta altura, la metáfora es lo de menos.
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