Gabriel Pereyra

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Un Nicolás Maduro presidente de los uruguayos

El país cae y cae en un pozo que tiene fondo
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26 de septiembre de 2016 a las 10:48

Es un acto recurrente en los humanos y en las sociedades que lo urgente postergue lo importante, y seguramente muchas veces esto es necesario. Pero cuando lo urgente no se resuelve a tiempo, se termina convirtiendo en importante. Y si sigue sin resolverse se convierte en preocupante.

Estamos empezando a perder memoria de cuándo la educación empezó a ser un tema urgente. ¿En la década de 1960? Seguramente hay un consenso generalizado en que en esa época Uruguay era un país culto.

Uno supone que la educación y la cultura, que sirven a la gente y a las sociedades para tantas cosas, deberían contribuir a la tolerancia.

Sin embargo, en aquel Uruguay presuntamente culto de la década del 60 el país se sumió en una guerra civil. La fractura social que despertó la ira armada tuvo algunas particularidades si se tiene en cuenta la educación de los contendientes. Los que decían defender a las clases populares y para eso ponían bombas, robaban bancos y mataban policías (y si estabas en el medio te llevabas una bala), eran grupos integrados en general por personas de clase media o acomodada y con educación, incluso terciaria. En el campo de batalla se enfrentaban a quienes a su juicio representaban a la oligarquía, pobres agentes de policía y soldados, gente de las clases populares, muchos de ellos con escasa formación académica.

La fractura social que hoy afecta a Uruguay y que se ha llevado muchas más vidas que aquella guerra civil, es más democrática: son pobres que la mayoría de las veces roban y matan a gente trabajadora. Antes los uruguayos en armas iban contra la propiedad privada en nombre de la revolución, hoy se apropian de lo privado en nombre propio. ¡Viva la revolución! ¡Arriba los pibes chorros!

No siempre es fácil levantar la mira por encima de los asuntos urgentes y menos aún de los importantes. Algunos atisban que esta crisis en la educación y la cultura ya está afectando asuntos que tienen que ver con la riqueza material: falta de mano de obra para tareas cada vez más simples, un freno para el desarrollo. No es para menos con gobiernos que no se juegan toda la ropa, gremios cavernarios, docentes mal formados y mal pagos, legiones de muchachos que no terminan la secundaria. Incluso cuando ponemos la atención sobre los datos negativos y obviamos los presuntamente positivos, como por ejemplo los estudiantes que sí terminan la secundaria, estamos olvidándonos que los supuestamente mejores entran a la universidad sin saber interpretar un texto, como lo consignan informes de diversas facultades. Estamos hace rato en el horno.

El país culto de los 60 no atinó a ver que las democracias caían como castillos de naipes a su alrededor y pensaba que aquí no ocurriría porque, ya sabemos, Uruguay está al margen del mundo. Y así nos fue. Ahora estamos rodeados de países donde las crisis económicas están alentadas porque los gobernantes robaron ante los ojos de la ciudadanía tanta plata que no saben ni dónde ponerla. O de naciones petroleras donde no hay ni papel higiénico y el populismo lleva de las narices a las hordas sumidas en la barbarie. Si más allá de lo urgente y lo importante levantamos bien la vista, veremos que aquí y ahora lo que está en juego es nada más ni nada menos que la libertad.

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