Una mala noticia

La sorpresiva decisión de Merkel no ocurre en cualquier momento, sino en una coyuntura política de apogeo de liderazgos estridentes, con discursos y propuestas populistas y autoritarias que cada vez atraen a más electores pese a la evidencia histórica de final trágico.
Ocurre también en una situación política de incertidumbre en Alemania, la gran locomotora europea por su fortaleza económica, donde pierden pie electoral la Unión Demócrata Cristiana (UDC) de Merkel y los partidos de la coalición de gobierno, a lo que se suma problemas de convivencia entre los socios.

Fiel a su actitud en la política desde que está a la cabeza de su partido y de su país, Merkel toma la decisión fuerte de dar un paso al costado para fomentar nuevos liderazgos. La CDU, argumenta, tiene que “prepararse para cuando (ella) ya no esté”.  
Es muy loable que Merkel, de 64 años, y luego de 18 años de estar al frente de su partido y de 13 como la principal líder de su país, haya definido su salida política, una actitud solo reservada para los estadistas que tienen el horizonte en el largo plazo. Habla bien de su sagacidad política porque con el declive electoral de su partido y la inestabilidad de la coalición de gobierno, es probable que se empezaran a escuchar voces más potentes pidiendo su renuncia, además de que es consciente de que las gestiones muy largas en el tiempo suelen terminar mal. 

Fiel a su actitud en la política desde que está a la cabeza de su partido y de su país, Merkel toma la decisión fuerte de dar un paso al costado para fomentar nuevos liderazgos. La CDU, argumenta, tiene que “prepararse para cuando (ella) ya no esté”.  

Es un retiro con dignidad y no es extraño que lo haga sin echar culpas a nadie, ni mirar hacia los costados y sin añoranzas, como corresponde a una demócrata cabal. 

“Soy responsable de todo, tanto de los éxitos, como de los fracasos”, dijo Merkel al anunciar su retiro. 

Europa pierde a una defensora incondicional del bloque –más allá de quienes la acusan de poner los intereses de Alemania por encima de los del viejo continente– , de un país clave para la marcha de la integración. Una Europa sin una Alemania con un liderazgo fuerte en defensa de la unión  –como representa Merkel– enfrentaría muchos más problemas en un ambiente en el que avanza el brexit y el autoritarismo en países como Hungría y Polonia, y de una Italia desafiante, que por momentos parece estar al borde de la secesión. 

Y Occidente en general deja de tener a una firme luchadora de valores esenciales de la posguerra como el de la globalización y el libre comercio que, pese a los beneficios que ha tenido para el desarrollo, hoy son severamente cuestionados por discursos de la sinrazón como el del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que se embarcó en una guerra comercial con impredecibles consecuencias.

El mundo va a extrañar el liderazgo sensato y valiente de Merkel.