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Uruguaya-canadiense-belga-croata: una directora de cine sin fronteras

Katherine Jerkovic nació en Canadá, vivió en Uruguay y Bélgica y tiene orígenes croatas; esta semana presentó su primera película, "Las rutas en febrero", en el Festival de Punta del Este
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22 de febrero de 2019 a las 15:00

Patria. Pertenencia. Arraigo. Nacionalidad. Origen. 

Los cinco conceptos tienen, para muchos de los que habitamos el planeta, un nexo claro y concreto. La patria es una, el origen y la nacionalidad, también. La pertenencia y el arraigo, en cambio, fluctúan al compás de nuestras vivencias, y se moldean en base al inexorable estiramiento de la vida. Pero todo se siente; es un cúmulo de visceralidad que no se puede eludir. Podrá aflorar más o menos, pero está.  Yo pertenezco a Montevideo, Uruguay, a Bogotá, Colombia, o a Beirut, Líbano. Pertenezco. Siento mis raíces metidas en una tierra concreta que puedo pisar. Siento la patria, aunque no me enarbole con su bandera por la calle o exacerbe mi compromiso con ella de manera pública. La siento; todos la sentimos en algún lado: más adentro, más afuera, más al costado, más vinculada con el arraigo a una tierra que ya no nos alberga, más en contacto con los orígenes de nuestros ancestros. Está.

Para Katherine Jerkovic, en cambio, no ha sido tan sencillo de explicar; en su experiencia todo es un poco más rebuscado. En ella, los conceptos se difuminan entre las fronteras, los antepasados, los traslados, las itinerancias y los aeropuertos. En ella confluyen las identidades.

Jerkovic es, para empezar, canadiense. Nació allá, en el gigante del norte, el de las distancias intocables y los inviernos bajo cero. Por su sangre, sin embargo, no corre la hoja del arce; Jerkovic es hija de madre uruguaya y de padre argentino que, a su vez, es hijo de padres croatas. Sin embargo, Europa del Este, Norteamérica y el Río de la Plata no son los únicos territorios que la construyeron como persona, ya que a poco de nacer, se trasladó con su madre a Bélgica, donde vivió hasta los ocho años.

Su historia de vida marca que, tras esa formación francófona en el país de la papa frita y Tintín, Jerkovic volvió a viajar con su madre, pero esta vez a tierras uruguayas, donde pasó su adolescencia. Pero tampoco se quedó allí: a los 18 decidió volver a Canadá a buscar a su padre. Allí se quedó, estudiando cine y moldeando su mirada mestiza.

Esa última palabra es justamente la que pronuncia cuando, ya subida al escenario de la sala Cantegril en el Festival de Cine de Punta del Este, presenta el estreno oficial de su primera película. “Me gusta decir que es una película mestiza, porque está creada con una mirada que sale de mis orígenes”. Más tarde, sentada en una de los tantos balcones con los que Casapueblo amenaza al mar, Jerkovic ahonda más en esa cuestión. “Cada vez que me preguntan de dónde venís, me viene pánico, porque es una pregunta río; tiene una respuesta que puede ser eterna e infinita”.

Más allá del pánico, está claro que las diversas fronteras de su vida la condujeron hasta Las rutas en febrero, una realización que la hace volver a Uruguay para retratar a una adolescente canadiense que llega a visitar a su abuela en un pequeño paraje rural del interior. Es una historia que, de alguna manera, también la vuelve a conectar con su padre.

“Hay gente que regresa y hay gente que se va y corta sus lazos. Papá jamás volvió a Uruguay. Cuando a los 18 años me planteé qué hacer con mi vida, me dieron ganas de ir para Canadá. Supongo que tenía ganas de acercarme un poco a él, porque lo conocía pero no tenía una relación muy cercana. Quería explorar cosas nuevas. Me fui a estudiar, sin tener muy claro si iba a regresar o no. Y me fui quedando. Como toda mi vida me la he pasado yendo a diferentes lugares, me siento bastante a gusto, me adapto. Sin embargo, siempre hay una parte de mí que queda en otro lado. Eso es parte de la película”.

Las rutas en febrero –que está coproducida por Cordón Films y que ya se puede ver en Montevideo en la Sala B del Auditorio Nelly Goitiño y en Life 21– ha puesto a Jerkovic en el mapa del cine independiente: ganó el premio a mejor ópera prima canadiense en el Festival de Toronto y recorrió varias ciudades europeas. La crítica ha acompañado el mensaje y las intenciones de la directora, y además se ha interesado especialmente por la actuación de Gloria Demassi, veterana actriz teatral de la Comedia Nacional que se pone en la piel de la abuela.

Jerkovic ya tiene preparados dos guiones más y comenzará con la recolección de fondos necesarios para llevarlos a la pantalla. Su carrera seguirá en Montreal y muy cerca de Quebec, un lugar especialmente fecundo para la industria cinematográfica canadiense, pero a pesar de la decisión y de las dudas a la hora de definir a dónde pertenece, cuál es su patria y su arraigo, Las rutas en febrero está ahí para recordar que Uruguay sigue muy cerca de lo que Katherine Jerkovic llama, de alguna manera, patria.

La película dialoga con la vuelta a las raíces, a los orígenes. ¿Cómo fue su vuelta a filmarla?

No lo sentí como volver, lo sentí como un pasaje que tenía que vivir. Cuando vine, me dio la impresión de que me estaba dando un tiempo aquí como adulta para revisar con qué me encontraba y si yo me hallaba. Era como una transición de la que no sabía si como resultado me iba a quedar o qué. Para venir renuncié a un trabajo muy lindo en Montreal donde me apreciaban y donde me dieron la chance de venirme un año y mantenerme el puesto, pero les dije que no. Sentí que tenía que venir sin ataduras. Dejé mi apartamento y mi trabajo. Necesitaba venir sin saber a dónde iba, y eso me ayudó mucho, porque cuando finalmente decidí que Montreal era el mejor lugar para mí, entendí que había ido hasta el extremo del proceso, hasta el fondo de lo que tenía que explorar. Si bien es un duelo para mí arraigarme a Canadá, porque me van a faltar cosas de Uruguay, del Río de la Plata, acepto y opto por esta falta y no otra. Desde mi nacimiento vivo en este estado fronterizo porque había sido impuesto por la historia de mis padres, no había sido mi opción. Ahora asumo algo nuevo y sus consecuencias. 

¿Su interés en el cine es producto uruguayo, canadiense o belga?

Viene de mi infancia. Siempre me gustó mucho el cine. Pero creo que vino bastante de Uruguay. Fui socia de Cinemateca, miré mucho cine durante mi adolescencia. Me gusta el cine porque acumula varios lenguajes; la imagen, la luz, el sonido, la música, la palabra, el dialogo. Sentí que era muy completo.

Y que era un lenguaje que podía servir de nexo entre sus tantos lenguajes.

Exacto. Por eso empecé a hacer videoarte, que era más universal. A la ficción y los diálogos llegué más tarde. Primero exploré el lenguaje sonoro, el visual. Estaba metida en algo mucho más contemplativo. Después fui tomando confianza y entrando en la ficción.

La ópera prima tiende a ser muchas veces autobiográfica, dijo que no era su intención pero aún así sucedió. ¿Le conforma que haya pasado así?

Me incomoda un poco, porque soy una persona muy púdica. Por ejemplo, escribo muchos personajes masculinos porque es una forma de esconderme detrás de ellos. Pero lo tengo que asumir, y la película es lo que es; asumo la parte autobiográfica que tiene y acepto hablar de ello. Espontáneamente no es mi estilo, pero es lo que tenía para decir en ese momento y para que las cosas tengan autenticidad se tienen que seguir esos instintos. 

¿Cómo se generó ese retrato rural de la película en su cabeza y cómo fue plasmarlo en la pantalla después?

Cuando era chica iba mucho a visitar a mi abuela, que vivía en un pueblo chico en la provincia de Córdoba, pero que no es típicamente cordobés y que podría ser tranquilamente un pueblo uruguayo. Iba seguido a verla y era tan tranquilo y tan aburrido entre comillas, porque me sacaba de mi cotidiano urbano, que en realidad mis estadías eran para observar, sentir y absorber. Cuando empecé a escribir tenía la idea de convidar eso al espectador. Por eso escribí algo muy descriptivo, daba bastante detalles sobre lo que se veía en ese pueblo en el que transcurre. Cuando buscábamos locaciones encontramos un lugar muy parecido a lo que estaba escrito, así que el resultado está muy cerca de lo que quería hacer. 

Hace poco Lucía Garibaldi ganó en Sundance. Usted ganó en Toronto. ¿Este éxito de mujeres directoras uruguayas responde a una mayor apertura a sus visiones en el cine?

Me parece genial que pase, es muy importante. Creo que es una visión que necesitamos. Es algo muy incipiente y hay que ir mucho más lejos. Todavía en Uruguay es difícil. No conozco mucho, pero creo que no hay tantas mujeres dirigiendo largos. Cuesta más. Todavía está la idea de que hay cosas que no podemos hacer. Obviamente yo voy a defender toda medida que favorezca a las mujeres, pero creo que esto no debería llevar tanto a una discusión sobre hombres y mujeres, sino de lo femenino y lo masculino. Porque todos tenemos un lado femenino y otro masculino, y cuando estas reprimiendo a las mujeres, tampoco es bueno para los hombres. El movimiento feminista fue liberador para muchos hombres, porque no todos los hombres quieren seguir los prototipos. La visión de las mujeres es una visión femenina que toca a todos los varones, a los niños que crecen siguiendo los modelos. Y por eso creo que más visiones femeninas van a liberar también a hombres que tienen otra sensibilidad que la que se les adjudica. Es algo benéfico para todos.
 

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