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24 de agosto 2025 - 5:00hs

200 años del nacimiento de Uruguay, la provincia que se hizo país estaba yendo a imprenta cuando Gabriel Quirici supo que, además de ser el próximo director nacional de Educación, tendría a su cargo la tarea de coordinar los festejos por el bicentenario del país.

El profesor de historia, de esta forma, asumió entre sus misiones lo que al principio era una conmemoración sin un gran presupuesto a disposición, pero que de poco fue armándose como la celebración de un proceso que comenzó este año y terminará en 2030, con los 200 años de la Jura de la Constitución. En ese marco, Quirici parece tener claro el resultado que quiere alcanzar con esta iniciativa que lidera desde el Ministerio de Educación y Cultura: que la discusión histórica en torno a la construcción de este país y de lo que nos hace uruguayos —y su diferencia con el ser "oriental"— pase a estar en el centro más allá de la fecha puntual, y que el concepto de nación abrace una diversidad que, dice él, es lo que más representa a este Uruguay contemporáneo.

Sobre esto y otras cuestiones que rodean al Bicentenario, es que Quirici habló con El Observador. A continuación, un resumen de esa charla.

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Se cumplen 200 años de la declaratoria de independencia. Tanto en La provincia que se hizo país –tu último libro– como en la comisión que armó el gobierno, se habla de un “proceso” de independencia. ¿Significa un cambio hablar de proceso y no concentrarse tanto en la fecha específica?

Somos una comunidad que ha recorrido con sus ancestros una historia común, y la polémica sobre una sola fecha no es suficiente. No me gusta decir que ha quedado superada, porque es una polémica interesante, pero hoy en día la historiografía ha avanzado muchísimo en los conceptos sobre la construcción política y muestra que la construcción de los estados y nacionalidades son procesos que tienen una dinámica muchas veces contradictoria, lenta, sinuosa, no siempre prevista.

En algún momento, la historia más romántica o nacionalista –no hay que despreciar a aquellos como Francisco Bauzá o Juan Zorrilla de San Martín– estaba tratando de generar un nosotros colectivo desde un relato que, en parte, construía un mito nacional previo, porque el Uruguay iba a nacer, había que encontrarle fecha y en esa discusión de la fecha también se jugaron algunas divisiones. Y hace 100 años, en el centenario, el gran debate fue la fecha, porque además correspondía, si se quiere, 1825 a una tradición más blanca por Juan Antonio Lavalleja, Manuel Oribe, los 33 Orientales, y 1830 a una más colorada con Fructuoso Rivera como presidente y la Constitución.

En la idea de proceso parece haber también algo de traer a la discusión histórica otras fechas como la Convención Preliminar de Paz del 4 de octubre de 1828.

La posibilidad de contar algo solo para el '25 nos parecía incompleta. Tanto Yamandú (Orsi) como José Carlos (Mahía), los dos profesores de historia, plantearon mirarlo con cabeza de ciclo, algo que es muy interesante porque en diferentes localidades del Uruguay hay episodios que vale la pena resaltar y que te muestran una historia más colectiva que solo la historia que se ha narrado con una fecha y un líder o caudillo de batalla militar. La idea fue llegar hasta 1830 con la primera Constitución, que fue muy importante para el país.

El ‘25 se agota rápido —se reinicia la revolución de la independencia, se logra en buena parte del territorio la expulsión del poder brasileño, se hacen las leyes fundamentales—, todavía no era el Uruguay porque lo que se pensaba era ser provincia, que no tenía el significante actual y hoy un poco en broma en las redes sociales es algo menor. Pero la provincia fue la primera forma de gobierno que empezaron a darse las sociedades en el Río de la Plata luego de la caída de la monarquía española.

Gabriel Quirichi

La Convención Preliminar de Paz es una fecha importante. A veces reflexionando más autocríticamente sobre algunas clases que di, una de las críticas –que aparece en algunos manuales– es de carácter nacionalista: que no fue firmada por los uruguayos ni por los orientales. Y es verdad, la firman Argentina y Brasil porque eran los dos estados que estaban en guerra. Inglaterra tampoco la firma, la acepta, pero lejos estamos de la teoría que Inglaterra inventó el Uruguay. No se sostiene en términos historiográficos. Hay un documento muy interesante del cónsul británico en Montevideo, que se llamaba Thomas Samuel Hood, que le avisa a Lord Ponsonby que la gente acá está muy disconforme por cómo venía la guerra. ¡Está preocupado de que se venga una revolución, porque este territorio también había sido muy rebelde! Además está viendo a “los de abajo” (analfabetos, campesinos, gauchos y soldados) que todavía recuerdan al artiguismo. El artiguismo trató de ser borrado por las élites, pero en parte había quedado y cuando apura Inglaterra para que se firme algún tipo de paz, en parte también estuvo la presión latente de los “orientales de más abajo” que habían demostrado que iban a pelear por ser autónomos y poder gobernarse.

¿Hay que empezar a bajarle un poco la incidencia al mito del “Estado tapón” inglés, entonces?

Los contra-mitos muchas veces surgieron como una respuesta comprensible a ciertas inconsistencias del relato romántico-nacionalista. Es cierto, no nacimos de un día para el otro, ni el 25 fue la fecha de independencia del Uruguay, pero eso no quiere decir que Inglaterra vino y creó todo. Era una potencia muy importante, no tenía rivales, y lo que quería acá era tener libre navegación de los ríos e incidencia diplomática, financiera y comercial. Pero esa autonomía no fue una idea solo británica, sino que era parte de lo que estaban reclamando acá, luchando. Y también fue parte de la impericia y la guerra interna que hubo entre las provincias argentinas, que el Brasil no pudo seguir dominando. Hubo un conjunto de factores, y la intervención británica fue importante pero no decisiva.

¿Podemos empezar a sentirnos más orgullosos de nuestro proceso independentista? ¿Lo estamos?

El orgullo es un sentimiento lindo, pero hay que cuidarlo. Lo que creo es que debemos mirar con dignidad y comprensión nuestro pasado. Nos permite reencontrarnos de una manera afectiva e intelectual digna, porque no en vano tenemos dos siglos de vida en común.

El independiente podía ser un proyecto débil, pero la Constitución de 1830 después perduró casi 100 años y la comunidad que vivió acá fue integrando gente, empezó a funcionar y hoy en día –a diferencia de lo que ocurrió en el primer centenario, donde primó una perspectiva un poco europeizada porque estaba el proyecto de la Suiza de América– nos reencontramos con una historia que tiene puntos muy lindos sobre los cuales sentirse integrado.

Son varias composiciones que interactúan (hispanos, portugueses, católicos, guaraníes, misioneros, afros y atlánticos), es una comunidad de fronteras que tuvo un grado diferente de igualitarismo en el acceso a la tierra. Si bien había diferencias sociales y no hay que negarlas, nuestro pueblo oriental tendió a tener una composición más igualitaria de las relaciones económicas y sociales, aquello del artiguismo, que en parte quedó. Por supuesto que el Uruguay no era el proyecto de Artigas, pero el pueblo oriental, incluso en el nombre que se elige –oriental–, es una reminiscencia de la época del jefe de los orientales. Sin ser tan extrovertidos ni efusivos con nacionalismos exagerados, tenemos uno callado y seguro, no tan estridente.

En la declaratoria de independencia no aparece el nombre de Uruguay, y Lavalleja hablaba de argentinos orientales. ¿Cuándo dejamos de ser orientales y cuándo aparece la palabra uruguayos?

Oriental se empieza a definir como gentilicio a partir de la jefatura de Artigas. El pueblo oriental no existió siempre, empezamos a ser orientales con la revolución, y el término se asoció a República, a federación, a igualdad de derechos. Cuando se crea el nombre del país y se cierra, entre comillas, este ciclo, hubo una discusión. En la Asamblea Constituyente se propusieron casi cuarenta nombres, y se terminó definiendo República del Uruguay, pero Miguel Barreiro propone agregar “Oriental” porque era lo más sentido por los que habían participado en la gesta de la lucha por la independencia, sobre todo en campaña. Hay que recordar que la población era mayoritariamente rural, con un grado alto de capacidad de agencia política y que se sentían orientales. El significante implicó, siendo parte de una cultura común del Río de la Plata, ser distintos a lo argentino. Creo que el episodio que marcó el distanciamiento común y popular con lo oriental que fue el uso autoritario que le dio la dictadura a el Año de la Orientalidad, en 1975. La imposición de un festejo, y más aún por un régimen autoritario, tiene efectos muy nocivos, porque creo que la concepción oriental es hermosa; somos uruguayos y orientales. Hay diversidad, aceptémosla. Y también tenemos que reconocer que lo uruguayo se empieza a consolidar con la recuperación de la Democracia, con los éxitos deportivos del último tramo del siglo XX y comienzos del XXI. Y luego, cuando empezó el proceso de la nueva Constitución con el balotaje y llegó la primera disputa electoral entre Jorge Batlle y Tabaré Vázquez, el primero utilizó la bandera uruguaya y la frase "llegó la hora de votar juntos". Enraizaba con una tradición histórica de que al Uruguay lo habían construido los blancos y colorados, pero esa historia se fue agotando y el gran líder de los triunfos de la izquierda, Tabaré Vázquez, decía "festejen uruguayos". En la izquierda siempre hubo cierta dificultad para asumir el nacionalismo como parte, porque tiene componentes internacionalistas, y también la nación uruguaya era más de blancos y colorados. Pero con el cambio de generaciones y también con esa ruptura con lo oriental, en el siglo XXI la concepción de uruguayos nos salpica sanamente a todos.

Gabriel Quirichi

¿Podemos decir que el Uruguay nació antes que los uruguayos?

Esa conclusión, lejos de ser un problema, tiene que ser un elemento para comprender mejor cómo es que se crean las naciones y los nacionalismos. Porque es importante sentirnos parte de una comunidad, conocerla, y también ver sus contradicciones y virtudes. Tener una comprensión del proceso por el cual se construye evita los fanatismos nacionalistas, que son lo opuesto a una convivencia republicana y abierta. Un país que se cierra y que se considera tan distinto a los demás, ¿cómo puede convivir en términos democráticos con otras expresiones? Por eso creo que una de las virtudes de este ciclo es poder conversar de que sí, es cierto, los uruguayos fuimos creados, y nuestra creación es fruto de una interacción que la mayoría de las veces fue virtuosa entre componentes democráticos, migratorios, diferentes culturas que se han ido integrando y que da lugar a que en el futuro haya más uruguayos y uruguayas que vengan de distintas partes.

Una de las características de los festejos por el bicentenario fue la difusión de videos creados con IA para recordar y revivir fechas claves del proceso. ¿Es un intento de quebrar con la lógica estática de las conmemoraciones, de ir a buscar nuevas formas de acercarse a nuestra historia?

Hay una parte pragmática en esa decisión. Al asumir teníamos pocos recursos porque no había prevista ninguna acción para los 200 años a nivel nacional. Con el equipo de Presidencia y del ministerio decidimos hacer algo que fuera un llamador a nivel social para conversar sobre la historia. A su vez nos parecía interesante probar en redes algunas de estas innovaciones que suponían contar en dos minutos el acontecimiento puntual. Vimos que existía la chance, con recursos acotados, de generar imágenes, de darle vida a los cuadros de Blanes, y proponer una narrativa histórica basada en los documentos. Podíamos generar el pequeño impacto de que el día del feriado se hable de lo que causó ese feriado. Y en paralelo hicimos un documental con historiadores hablando de los episodios. Quien quiera profundizar en el tema no tiene que quedarse con el videíto de la IA, sino que están Ana Frega, Carlos Demasi, Ana Ribeiro contando en un grado científico y detallado. Con la IA logramos conversar pública y animadamente con rigor histórico sobre un hecho que, quizás, al abordarlo desde un discurso, un monumento o la clásica ritualización de la efeméride no llama la atención. La herramienta además nos permitió hacer cosas que serían muy costosas de otra forma. Es un mix de animaciones, imágenes en movimiento, mapas, hay trabajo de producción uruguaya. Y queremos hacer representaciones artísticas escénicas para recrear aquel pasado con un sentido: si lo podés ver, si lo podés actuar, podés conectar con el rigor histórico, el dinamismo y al mismo tiempo con ese fondo democrático para que les llegue a todos esa historia.

¿Hay también una intención de poner en el centro la discusión histórica? Eso parece diferente de otros períodos.

Nos pareció importante pensar cómo podíamos generar un aporte con respecto a los feriados. Que la historia, que quizás es vista como algo tradicional, ritual y aburrida, pudiera ser un momento de atracción, de conversación pública dinámica con las últimas tecnologías de la comunicación. Se hizo con cuidado, no hicimos macaquitos de Minecraft combatiendo en Las Piedras. Desde este rol de gobierno de la educación podíamos aportar a que lo histórico sea masivo pero no por imponer una reiteración, sino porque llega a toda la gente y hace pensar en la importancia de estas fechas. La herramienta no es el foco, sino un disparador. La historia, más que ponerla en primer lugar, te habilita a entretejer mejores conexiones democráticas entre los que vivimos acá. Cuando la historia es usada con criterios científicos y de divulgación tiene un papel integrador, pero no homogeneizante. No te obliga a ser de una manera. Podemos vivir en diversidad, pero reconociéndonos. Y hacerlo con una herramienta moderna es una característica del Uruguay.

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