Después de "Envidiosa", Lorena Vega vuelve a Montevideo con la obra que empezó todo: "Lo que me gusta de 'Imprenteros' es que no lo esperaba, y es muy difícil ser así de inocente de nuevo"
La actriz argentina, que pasó de ser una referente del teatro independiente argentino a llegar al público masivo por sus personajes en las series Envidiosa y En el barro, trae a Montevideo la obra con la que todo empezó para ella: Imprenteros
La huella de Lorena Vega en el espectador es difícil de borrar. Quién la haya visto sobre las tablas la recuerda: su despliegue escénico es brutal. La actriz de 50 años es la protagonista de algunas de las obras más aplaudidas del teatro independiente argentino —La vida extraordinaria, Las cautivas o Yo, Encarnación Ezcurra, entre otras— y en todos los casos de adueña de ellas con una fuerza monumental. De nuevo: si la ves, la recordás. Y en buena medida, esas cualidades también trabajaron a su favor en la explosión que llegó luego de su inclusión en la serie de Netflix Envidiosa: su personaje, Fernanda, la psicoanalista de Griselda Siciliani, eyectó su nombre y la convirtió en una figura de masas. Ahora Vega dice que no para de trabajar. Siempre tuvo un calendario abultado y proyectos simultáneos; ahora el respiro entre ellos es inimaginable.
La génesis de todo esto, o más bien en el punto de quiebre de su carrera, sin embargo, sucedió en 2018. Fue allí que Vega estrenó una obra pequeña y autogestionada en la que, junto a sus hermanos no actores y una serie de recursos escénicos puntuales, contó la historia de su familia y el taller gráfico que gestionaban (historia que, para no adelantar nada, podemos decir que no terminó de la mejor manera). Esa obra se llamó Imprenteros y se convirtió en un fenómeno de la escena del off bonaerense, y con los años se expandió todavía más: generó un libro, una exposición y hasta una película, que este verano se estrenó en el Festival de Punta del Este y que tuvo, en estos días, exhibiciones especiales en Cinemateca.
Vega trae nuevamente Imprenteros a Montevideo, lo hace el próximo 29 de noviembre en el Teatro El Galpón a las 21 horas, y sobre eso habló con El Observador. La actriz contó que de a poco se empieza a despedir de esta puesta que significó tanto, y vive en una suerte de duelo feliz: está satisfecha, contenta, conmovida, lista para el adiós. Antes, el público uruguayo tiene la oportunidad de verla en este rol quizás por última vez. Es, por supuesto, como para no dejarlo pasar.
Imprenteros ya tiene casi ocho años desde su estreno. ¿Las diferentes instancias que vinieron luego te ayudaron a procesar que, en algún futuro cercano, la obra tendrá su última función?
Sin duda. Con la película es que llega la sensación de tarea cumplida. Es difícil cerrar, pero estoy tranquila. El libro fue un escalón hacia eso, saber que algo iba a perdurar de todo esto, porque fue una experiencia paradigmática en nuestra vida, incluyo a mis hermanos cuando hablo en plural. Todos fuimos modificando nuestra percepción, nuestra manera de hacer, lo que pensamos de la familia, de los lazos. La película empieza con una pregunta que es "¿qué es una familia?", y llega a una síntesis que es algo que semánticamente se abrió con la obra, continuó en el libro, y que la película plasma con mucha definición. Mi objetivo era que la película exista aunando todas esas capas y, sobre todo, que pudiera mostrar la intimidad de la creación y del trabajo independiente en distintas disciplinas. No quería hacerla para seguir hablando de mí.
Escena tarjeta
¿Cómo fue ese primer movimiento interno que hiciste cuando tomaste la decisión de "rascar la cascarita" de la historia familiar?
No lo tenía claro, no lo asumía. Lo que pasó es que tres años antes del estreno de la obra venía pensando en escribir una película porque quería actuar y no quería esperar a que me llamaran, porque podía no pasar. Esta charla se enmarca en un momento donde hice dos series que la gente conoce y eso...
¿Te abrió el mapa de posibilidades?
Sí, porque con la crisis del audiovisual en Argentina, que es otra muestra de la crisis cultural del país y de todas las áreas, así y todo ahora tengo más propuestas para filmar películas o series que antes. Pero en aquel momento no me llamaba nadie, a excepción de las películas independientes que hacía con mis amigos y las muchas óperas primas en las que actuaba. Que me encantaban, pero era algo aleatorio y como no quería esperar intenté hacer mi propia película. Ahí pensé en escribir un guion cuyo insumo era de algo autobiográfico, pero quería transformarlo en una ficción, no contarlo en primera persona. Eso lo compartí en voz alta en un grupo de amigas y una de ellas era Maruja Bustamante, que es actriz, dramaturga, gestora cultural, una referente de la escena en Argentina. Ella estaba coordinando un ciclo de experimentación en el Centro Cultural Rojas, y el ciclo se llamaba Familias. Ella me insistió casi dos años para que hiciera algo ahí, y yo le decía sistemáticamente que no, hasta que en un momento insistió tanto y me acorraló con buen olfato y mucha intuición, y aflojé. Para mí dirigir siempre fue el resultado de que me convocaran, me estimulen, me inviten o me aprieten.
O sea que si tuvieses que elegir un rol dentro de tu vida artística, ¿es el de actriz?
Sin duda, pero el que me ve de afuera me ve directora. Pasa mucho. Pero sí, soy actriz.
En una reciente entrevista con El País de Madrid, el titulas marcaba que habías participado en más de 70 obras de teatro y 30 películas. ¿Qué te dicen esos números?
Actualmente las obras que estoy haciendo, que están activas, son siete, entre las que dirijo y las que actúo. Algunas son estables, otras más itinerantes, con ciclos más cortos, más esporádicos. Pero son siete obras vivas, que tienen muchos años. Lo de los números es un lindo juego, dice algo y ese algo no es poco, pero entran un montón de cosas ahí: asesoramientos, algunas varietés que por ahí no son piezas artísticas, pero todo vale, todo es ejercicio, oficio, todo es seguir despuntando el trabajo para mejorarlo.
Esos números marcan, para empezar, un andamiaje de trabajo fuerte. Una estructura de obra importante.
De hecho con Imprenteros pasa que esa mirada sobre el trabajo, la importancia que se le da, es central, una columna vertebral, está desplegado en todo su esplendor. Hay una valoración del trabajo y la relación con él. Cuando hicimos una exposición en la Casa del Bicentenario, en Buenos Aires, el texto de la curaduría decía que Imprenteros es una máquina de narrar. Y esa idea de la máquina es tan literal en nuestra familia, es nuestra razón de ser, nuestro pulso, nuestro paradigma, nuestro vector. Quizás hasta yo me pienso como una máquina encendida, ¿viste?
Fue obra, fue libro, fue película, fue exposición. ¿Hoy qué es Imprenteros para vos?
Un salto un salto semántico en la forma de mirarme, de mirar mi trabajo, de habitar el trabajo. Aprendí muchísimo haciendo Imprenteros. Es una experiencia que me reubicó en otro lugar. Es un punto de quiebre artístico. Es una experiencia idílica porque la comparto con mis hermanos; mejoró nuestra relación, la cambió, y no porque estuviese mal, pero nos reconstruyó. Es un oleaje, una constelación en revisión. Creo que pertenezco a una generación que narra a sus padres, y que narra a padres de una época donde no había tanto psicoanálisis, o no al nivel de hoy. Y que el acceso a la salud mental quizás era más de elite, más de gente con otras posibilidades. No digo que eso no siga siendo así, pero está más en tema. Ahí hay también un cambio o una puerta que se abre para mirar los vínculos, las crianzas, las épocas. Siento que pude contar mi propia historia pudiendo transformarnos a todos, pude ser espectadora de mis hermanos, mis hermanos pudieron ser actores, nos reencontramos, hubo asuntos que se fueron saldando. Sin embargo, cuando tengo que escribir una obra nueva digo, ¿y ahora?
¿Y ahora qué? ¿Cómo se escribe ahora?
Es difícil. Primero hay una cosa muy concreta y es que no tengo tiempo. Tengo el deseo, no tengo el tiempo físico. Mi calendario siempre fue nutrido, pero ahora está exprimido. Después, tengo que considerar el propio peso que tengo, poder pensar que esta experiencia de Imprenteros fue hermosa y tuvo todo lo que tiene que tener, pero vendrán otras y se puede fracasar, que nada va a ser igual y ese es un gran fantasma. Que fracasar también puede ser una experiencia que tengo que atravesar. Qué sé yo. Una amiga siempre me dice "no vas a volver a escribir Imprenteros, agradecé que lo hiciste y pensá que hay gente a la que nunca le pasa". Y sí. Tengo la sensación de que lo que viene después de Imprenteros es de regalo. Por supuesto que siempre existe la oportunidad de que pasen cosas inesperadas. Quizás lo que más me gusta de Imprenteros es que no lo esperaba. Y es muy difícil ser así de inocente de nuevo, ¿viste? Con Envidiosa pasó lo mismo. Yo no esperaba lo que pasó con el personaje. No tenía ninguna expectativa. Pero ese lugar virginal, digamos, iniciático, ya no existe más. Tengo nostalgia de ese momento.
Esa idea virginal está muy vinculada al teatro. A lo que no se repite, a lo que sucede una vez y luego ya no, nunca más. Incluso en esta época, miles de años después, sigue más o menos igual, ¿no?
Sí, conserva su ritual.
Y ese ritual es para todos: actores y espectadores.
Hay una nota que dio Mauricio Kartún en Gelatina donde dice que el teatro es asistir a lo que puede un cuerpo, y eso siempre es muy conmovedor. No hay nada más mágico, más inquietante, más desestabilizante que un cuerpo en situación extracotidiana. Es difícil hacerlo, hay que hacerlo bien. La mayoría de las obras no son buenas hasta que una obra es buena. Pero incluso cuando una obra tiene buena factura, está todo bien hecho y no le podés criticar nada, es muy difícil lograr el despunte, el brillo. Trabajamos mucho para que pase. Cuando pasa te da la sensación de estar ante un milagro. Porque todos sabemos que estamos frente a una convención en la que acordamos determinadas reglas y que todo es mentira, pero al final es más real que cualquier otra cosa. Esa es la belleza que tiene el arte y en particular la ficción en general.
Final
Hablando de cuerpo, tus actuaciones siempre son muy físicas. Pienso en La vida extraordinaria o en Las cautivas, donde el despliegue es particularmente intenso. ¿Cómo lo trabajás? ¿Cómo quedás después?
Quedo muy cansada, eso seguro. Esas dos obras tienen mucho tiempo y que si las tuviera que empezar ahora, que tengo 50 años, no podría hacer lo que lo que estoy haciendo en ellas. Ahora puedo hacer porque tengo el camino tan recorrido, como un hámster que da vueltas en la rueda, que sé por dónde pasar, qué decir, cómo saltar y todo. Si yo tuviese que hacer de cero eso que hago en Las cautivas, por ejemplo, creo que no podría. Pero a la vez concibo la actuación así, con un cuerpo en estado lúdico, en estado de arrojo, el cuerpo como instrumento sobre el que hay que ejecutar el la música.
¿Te acordás de lo que se movió a nivel corporal la primera vez que subiste a un escenario?
En la primera clase de teatro ya lo sentí. O sea: estaba transformada. Después, la primera vez que actué, también. No sé si lo hice bien o no, pero sé que estaba dentro de mi personaje. Y la verdad que de las cosas que hice, de todas tengo esa sensación, siempre con distintos procesos para encontrar el personaje. Para mí uno muy complejo fue el de Parias, la obra que dirigió Guillermo Cacace, que era una versión de Platónov, de Chejov. Era difícil, y eso lo hizo hermoso. Es una de las obras más bellas que hice y duró poco. Pero, justamente, me costó tanto que aprecio y valoro todo ese proceso, dónde estaba y a dónde llegué.
¿Y la primera función de Imprenteros? ¿Cómo fue?
Tengo el recuerdo claro. Arme la obra pensando en la materialidad, que es como entiendo las obras. Para mí la actuación siempre es central en todo, pero hay piezas en las que las matrices son diferentes. La materialidad acá era el archivo, y yo estaba muy concentrada en los distintos archivo: el fotográfico, el sonoro, el audiovisual, los orales, los testigos, los relatos, las entrevistas. Y no pensaba demasiado ni problematizaba que iba a contar algo personal. Pero cuando llegó el día en que lo tenía que hacer frente al público, todos los preceptos formativos se me fueron a la mierda y tenía un cagazo enorme de hablar en primera persona de mi propia historia, sabiendo que estaba la sala llena, que ahí estaba mi mamá, nuestros amigos de toda la vida, familiares.
Fue uno de los mayores momentos de vulnerabilidad de tu carrera, supongo.
Sí. Tenía ganas de vomitar. Eso es algo que en los estrenos me puede pasar.
¿Todavía?
En los últimos no, pero me pasaba. Y me pasó en Imprenteros, tenía el estómago retorcido. Pero cuando empezó, sentí que fluía, casi como quien se tira en una pileta cálida. Y cuando terminó, la gente ovacionó, se abrazaron, lloraban, mi mamá lloraba. Yo tenía una alegría como de haber ganado un mundial, pero no por el triunfo, sino por la felicidad genuina.
Me quedo con esa palabra: triunfo. ¿Qué tanto te importa? ¿Qué tanto te sobrevuela? ¿Y qué significa para vos?
Es muy paradojal. Si bien siempre tuve una ética artística y laboral, no estaba exenta de querer tener reconocimiento y que en la época de auge de la ficción en la televisión en Argentina pudiera actuar y que la gente lo reconociera, como me pasó ahora con Envidiosa. Tenía ese deseo. No obstante, me mantenía en lo que creía que era lo mejor, que era hacer buenas obras de teatro. Nunca me reconocí queriendo ser famosa, pero siempre me interesó el prestigio. Porque me gusta el prestigio en otros, porque John Cassavetes y Gena Rowlands tienen un prestigio increíble y es porque hicieron algo que los apasionaba. En ese sentido me refiero al prestigio: conseguirlo haciendo lo que te apasiona de la mejor manera. Si hay gente que te interesa y lo pone en valor es una satisfacción, es divino. Pero eso era antes; ahora, en este momento, la verdad no estaba en mis planes. En el momento en el que finalmente pasó, no estaba en el plan. Pero de aquel momento pasaron 30 años, pasó mucho tiempo, pasó esta experiencia de Imprenteros en el medio. Cualquiera de las obras que hice son materiales que me identifican, me representan, me dan orgullo. Fueron procesos de orfebre. Es como cuando cocinás en tu casa, trajiste los mejores ingredientes, le pusiste tiempo, cabeza, todo, y después cuando el otro lo prueba, ni no le gusta, hay una pizca de dolor. Vos, igual, sabés que lo diste todo y estás tranquila. Yo estaba tranquila, satisfecha y contenta con lo que estaba haciendo, y no estaba dependiendo tanto de esa idea como antes. Pero valoro el reconocimiento, me gusta darlo, me gusta hacerlo sentir a otra persona, y yo lo recibo con gratitud.