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¿Quién fue el primer medio que lo dijo? ¿Quién pegó primero en la carrera por descubrir la nueva obra maestra de la era del streaming? Apenas doce días después de su estreno en la plataforma más popular del mundo, ya no hay forma de encontrar el punto de origen en ese diluvio bíblico de elogios que esta producción inglesa está teniendo. Las medias tintas existen, la mesura también, pero ambas parecen estar silenciadas. Con Adolescencia no hay lugar más que para la hipérbole desaforada, algo que debería dejar de sorprendernos en esta época, pero bueno, ahí está: cada quince días tenemos una nueva mejor serie de la historia frente a nosotros.
Pero Adolescencia no tiene la culpa de esto. Es una buena producción, juega de manera inteligente sus cartas narrativas, explota el plano secuencia con ingenio —y fue ingenioso, a la vez, usarlo para el marketing—, tiene un puñado de grandes actuaciones, se mete con un tema escabroso que tenemos al lado, levanta la vara bajísima que ya es parte del status quo de las series, así que vale la pena destacarla entre la mediocridad de las plataformas, especialmente Netflix. Ahora: ¿es para tanto? Y más importante aún: ¿cómo hacemos para que el entusiasmo exagerado que tiene a su alrededor no termine por sepultarla en el ostracismo en dos semanas? Porque para junio, seguramente, ya nadie se acordará de la mejor serie del año. De esta mejor serie del año.
En el mundo de los consumos culturales, los amores de esta época son fugaces. Y los olvidos, prolongados. Siempre hubo músicos, películas, series y libros inflados, pero hoy da la sensación de que pegar primero en esa cadena de críticas favorables es un valor en sí mismo. Corre para todos los voceros de la cultura, pero los medios somos culpables con una cuota de responsabilidad mayor: en el mundo de la atención atomizada, de los manotazos de ahogados para conquistar el tráfico, en una configuración donde el ritmo de TikTok marca las ventanas de interés y las reduce cada vez más, los títulos se vuelven más hiperbólicos y las recomendaciones se exacerban. Las pruebas están a la vista al comienzo de esta nota.
Así, descubrimos que conceptos como “histórico”, “obra maestra” o “lo mejor del año” empiezan a perder sustancia, que ya no significan lo mismo que antes, y que sirven para describir todo lo que el algoritmo nos revolea por la cabeza. Porque si Adolescencia está siendo vista hasta por los astronautas que orbitan en la Estación Espacial Internacional, es porque Netflix casi que nos suplica que le demos una oportunidad en cuanto pisamos su plataforma. Y donde nos descuidemos, le pone play al primer capítulo sin consentimiento.
Es curioso que ya no sepamos, tampoco, si estamos viendo algo por interés genuino o por tener miedo de quedar por fuera de la conversación. Es curioso y terrible, de paso, que nos resignemos a saber que tarde o temprano miraremos el producto de turno porque, básicamente, está ahí. Este lunes, por ejemplo, abrí una clase de escritura para estudiantes de entre 18 y 20 años con una pregunta sobre Adolescencia. Todos la conocían, solo cuatro la habían visto, todos suponían que la verían en estos días. ¿Y por qué están tan seguros? Las respuestas fueron desde “y porque sí”, hasta “porque me saltó en TikTok”. Algunas horas más tarde, una amiga me trasladó sus dudas respecto a ese involucramiento casi orgánico que se da entre los usuarios del streaming y este tipo de fenómenos puntuales.
"Lo que me parece medio distópico es que aparece una serie nueva en el inicio de Netflix y al día y medio ya la vio todo el mundo. O sea: ¿entran a Netflix todos los días? ¿Miran lo primero que les ofrecen? ¿Cuándo abren Netflix no saben ya lo que quieren mirar? ¿Miran tele todo el día? Todo eso me pregunto", escribió ella.
Las respuestas a esas inquietudes son resbalosas, pero es claro que la presión llega de todas partes. La urgencia por estar consumiendo lo que hay que consumir también. No es nuevo, pero el imperativo es hoy más potente y poderoso. Algoritmos, medios, pares; si todos lo dicen, lo vamos a ver. Y en medio de ese ruido, ¿cómo vamos a entender lo difícil y milagroso que es cruzarse con una obra maestra real? Series como Six Feet Under, Los Soprano, The Wire, Mad Men, Breaking Bad y Succession tardaron años, varias temporadas y unos cuantos premios legitimadores para llegar a la categoría de series ineludibles. Por otro lado, a Bebé Reno, Así nos ven, Beef, Muñeca Rusa, Inconcebible y otros cuantos títulos de ese estilo no demasiado. Todas fueron “las series del año”, todas monopolizaron la conversación. ¿Alguien se acuerda de ellas?
Sobre esto, el escritor Manuel Soriano tuvo palabras certeras en entrevista con Brecha el fin de semana: "Hay un montón de series que son tan entretenidas como olvidables, te meten en una especie de no-tiempo, como hacer un crucigrama; a los dos meses no hay forma de saber si ese evento realmente sucedió."
Tal vez Adolescencia rompa esa tendencia. Tal vez dentro de una década o más sigamos hablando de ella, extasiados por el uso del plano secuencia, puntualizando lo revelador de su relato, esculpiendo las caras de sus creadores en el panteón de la perfección televisiva, quizás veneraremos a su protagonista, Stephen Graham, como veneramos hoy a James Gandolfini por Los Soprano o a Jon Hamm por Mad Men. Pero es poco probable. Y tampoco deberíamos pedirle eso, hacerla jugar en igualdad de condiciones contra los títulos magnos. Adolescencia es una buena serie y se ganó su atención por diversos motivos, pero aún así podríamos hacer el ejercicio de dejar descansar las expresiones enajenadas de entusiasmo, porque seguro terminará siendo mejor para todos: para los espectadores que llegan con el hype al alza y para los pobres guionistas que deben estar sudando a mares en sus escritorios para delinear la nueva joya de la corona que conquiste al universo de las masas. Regulemos la válvula de "lo mejor del año", probemos aguantar la necesidad de gritarlo a los cuatro vientos. O al menos esperemos un poco más, hasta mayo o junio, aunque sea.