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20 de julio 2024 - 5:00hs

A esa situación única se le suman condimentos: la diferencia en el tamaño de los bolsillos de cada una de las partes, que hace que la empresa pueda contratar un pelotón de abogados de estudios de renombre mundial, y el estado tenga que apelar a donaciones para financiar su defensa. Una abogada que se enfrenta a su profesor. Científicos, empresarios, políticos y lobistas de todo pelo y color pasando por el estrado.

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El libro retrata a través de testimonios de participantes en el juicio, de reconstrucciones y trabajo de archivo todo el proceso de arbitraje, incluyendo la aplicación de las leyes antitabaco impulsadas por el expresidente Tabaré Vázquez que marcaron un quiebre para el país, y también el legado del caso. Pero también va más allá, y genera una suerte de historia social y cultural del cigarrillo, pasando por su lugar en el cine, la literatura, la moda, la publicidad y el imaginario colectivo.

Sobre el proceso de trabajo detrás del libro, el impacto del caso y las razones por las que conforma una historia tan tentadora de contar, el autor conversó con El Observador.

¿Cuándo te das cuenta de que este caso ameritaba ser contado en un libro?

Fue conversando con Santiago Pereira Campos, que fue uno de los testigos expertos, que son estos peritos de parte que hay en estos juicos. Santiago escribió el prólogo de mi libro anterior, y un día estábamos charlando sobre esto. El juicio de Uruguay contra Philip Morris estaba ahí, yo lo había vivido, había pasado por los medios, pero no me había detenido en él hasta que Santiago me empezó a contar un poco de qué estaba hecha la historia. Y a partir de ahí empecé a hacer entrevistas, y tomó forma la idea de contar no solo el juicio, sino también hablar del cigarrillo como ese objeto que está por todas partes y que sirve para relatar el crecimiento y la formación de la industria del lobby, de los institutos científicos pagos por empresas multinacionales, de cómo a través de la cultura se mete en el tejido de todas nuestras vidas. Pero el origen es lo mínimo, que son esas conversaciones y darse cuenta que acá había cosas excepcionales para los que participaron y para Uruguay.

¿Había una intención también de rescatar el caso? Fue un tema que se siguió en los medios, se le dio importancia, pero como pasa muchas veces vino otro tema y barrió con él en la conversación.

Ahí también hay una cosa de cómo funcionamos nosotros en los medios, que es esta lógica de la actualidad y la simplificación de los temas. Entonces, Philip Morris contra Uruguay parecía solamente una pelea por un tema de salud, entre los que querían regular tal cosa y una empresa que dice que tocaron sus intereses. Y al final es “¿fumar es bueno o fumar es malo?”, siempre llegamos como a esa síntesis. Y este caso es mucho más que eso, si fumar es bueno o es malo no es el tema de esta historia. Es el tema de la vida de otras personas que son parte de esta historia, pero no era mi tema. Sin embargo queda eso de “están Philip Morris y Uruguay peleándose”, o “hay un juicio en el que Uruguay va a perder mucha plata”. Sobre todo se hablaba de cuanto iba a costar el juicio, porque no se sabía. Pero hay una cuestión que funciona para trabajar en historias como esta, que es que al final asociado a un tema hay un montón de cosas más que pasan. Lo que haces ahí es básicamente extraer material para contar una historia, que es la gracia de esto.

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La portada del libro

La portada del libro

¿En qué lugar te parece que estaba el caso en el imaginario uruguayo?

Cuando sucede, está el impacto en sí mismo. La cadena de Tabaré Vázquez diciendo “el Estado Uruguayo le ganó a Philip Morris” en su momento tuvo peso político, peso en los medios, ni que hablar en los que habían sido protagonistas de la historia. Pero después como casi todas las cosas que pasan, me da la impresión de que por la abundancia de información y lo abrumados que estamos, hay una cuestión de ponderación y de jerarquía que todo el tiempo se nos escapa. Hoy estamos discutiendo como si fuera el tema central una cosa, y la semana que viene estamos discutiendo como si fuera algo central otra, y eso que sucedió hace una semana parece que pasó hace un año. Lo que sí era para mí un desafío era eso de la historia de David contra Goliat, que siempre nos queda cómoda. No quería caer en ese lugar, pero también contamos las historias desde las narrativas que tenemos, y es una narrativa que está. La tabacalera eligió justo a Uruguay para llevarlo a juicio y este país tiene esas historias que nos contamos mil veces, donde está nuestra identidad, el fútbol y el Maracaná y está todo construido sobre esta cosa del chiquito, la épica y la victoria imposible que finalmente la logramos. Sin embargo, cuando eso me sucedió en este caso específico, dije, “bueno, ¿cómo dimensiono esto? ¿Por qué estoy pensando en esto?”. Sí, era la primera vez que una multinacional, una tabacalera además, llevaba a un estado a un tribunal. Tenían tres estudios de abogados gigantes, en comparación con el estudio que Uruguay podía pagar. Después aparece Michael Bloomberg pagándole los abogados Uruguay, porque Uruguay no puede pagar, mientras ellos llevan 50 tipos a las audiencias; las tabacaleras, preparadas y con experiencia en disputas con los estados, con una estructura de abogados, y Uruguay teniendo que armarse para una pelea, sumado a la idea de los arbitrajes, que es un fenómeno bastante actual. La referencia de David y Goliat sirve para quienes quieran pensarlo de esa manera, pero esta historia no es solo esa, hay otras cosas alrededor. Si no estás contando lo mismo con el cliché y sin los componentes particulares que tiene esta historia y no otras.

¿Fue también una dificultad no plantearlo en una dicotomía de buenos y malos?

Eso es importante para cualquier cosa que contemos, porque esta es una historia de las contradicciones, las individuales, las que tenemos con respecto a algo que está laudado que hace daño a la salud, y sin embargo cuando entrevisté a Mujica él me hablaba de cómo ganaron el juicio fumando un tabaco. Que también tiene su contradicción, porque no es lo mismo fumar tabaco que lo que representa el cigarrillo, como objeto producido en serie, y la estructura de una empresa de ese porte para colocar ese objeto en la cultura y en todos los ámbitos posibles y defenderlo además, como lo hizo durante todo el siglo XX. Tampoco se trató de dar vuelta todo para llegar a decir que en un momento la lucha fue simétrica, porque no lo era, pero eso no quiere decir que unos sean los buenos y otros los malos.

Hay dos personas a las que les agradecés al comienzo del libro: la escritora y guionista Inés Bortagaray, que editó el libro, y al periodista argentino Martín Caparrós, con quien trabajaste el proyecto en un taller de la Fundación Gabo. ¿Qué tanto cambió el proyecto a lo largo del camino y de tu colaboración con ellos?

El libro iba a ser al principio solamente del juicio. El taller me ayudó a entender que esta historia hay que contarla casi de cero para gente que no la conoce, porque no tiene ni idea de qué pasó, no solo acá, sino también en el exterior, donde el caso no se conoce a pesar de lo que significó. Después me ayudó también para saber cómo contar esa historia y cómo hacerla entretenida, incluso en cómo estructurar el proyecto. Por otro lado, la presencia de Inés como editora me aportó una mirada de alguien que no viene del periodismo, pero que también se encarga de contar historias. Ahí entraba una conversación interesante, la de ficción y realidad. Lo que hay es un pacto: yo te cuento una historia que surge de cosas de la realidad. Entonces la mirada de Inés me sirvió para intercambiar y tener referencias. La escritura es solitaria, pero uno en el camino se nutre de un montón de personas y de cosas que te comentan, de libros, películas que te sirven para resolver como contar algo.

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El libro también repasa el lugar cultural y mediático de los cigarrillos a lo largo de la historia

El libro también repasa el lugar cultural y mediático de los cigarrillos a lo largo de la historia

Incluso leyendo se siente por momentos como un thriller legal, como el guion de una película de abogados. ¿Te aparecían esas referencias mientras lo escribías?

Eso es parte de lo que resulta encantador de la historia. Por ejemplo, que en el juicio una abogada se enfrenta a su profesor, que era la referencia en Uruguay de estos temas. Las personalidades que Philip Morris y Uruguay eligen como árbitros, los abogados y funcionarios del Ministerio de Salud Pública y del otro lado de un grupo de abogados millonarios, un montón de lugares comunes. Estamos tan acostumbrados a esas narrativas que funcionan, pero en este caso lo extraordinario es que además pasó de verdad. Eso lo hace atrapante. No es una película, no es la historia que viste mil veces, sino que además pasó de verdad. Pero en ese momento para quienes lo vivieron era una cuestión muy complicada.

¿Por qué?

Fue muy raro que Uruguay haya seguido hasta el final con el juicio. Hay una decisión firme de Vázquez de ir hasta el final que hasta puede ser discutida en su astucia. Mujica, que tenía la intención de negociar un acuerdo, tenía un punto: la política antitabaco estaba aplicada, la población era consciente del fenómeno, ¿por qué vamos a ir a este pleito? No tenemos experiencia, podemos perder, nos va a salir carísimo. Y al final no era caro, porque el monto no era tan grande como el juicio que vino después con Aratirí, por ejemplo. Pero era la batalla de la vida de Vázquez. Entonces el tipo dijo, bueno, podía haber arrastrado a una derrota a todo el país, pero él tiene este lugar en la historia porque arriesgó a eso, y se puso en ese lugar. Pudo haber sido el tipo que perdió, pero salió bien para él. Está bien pensar en lo razonable que era lo que él planteaba. Se vuelve razonable a partir de lo que sucede. Pero los otros no estaban ni tan asustados ni a favor de la tabacalera por no ir hasta el final, ni Vázquez era el tipo con la visión más clara de que esto se iba a ganar sí o sí. Fue una cosa más personal, donde él tenía sus argumentos. Además de que la medida que aplica Uruguay, de la presentación única, era algo que solo se hacía acá, iba más allá de lo que se estaba haciendo y hoy se hace en el mundo. La tabacalera quiso pararlo, dar una señal, pero les salió mal, porque está esta cuestión de que Uruguay se para diciendo que está haciendo una defensa de la vida, y ellos defienden intereses comerciales. La causa estuvo bien armada y visto el resultado, funcionó bien para su defensa.

Ahora que repasaste su historia, incluso con algunos testimonios que hay en el libro de cómo se convirtió en un caso de estudio, ¿qué influencia y legado percibís que tuvo el caso?

Se escribió un montón sobre esto, pero en un ambiente cerrado, que es el académico. Pero se usa como referencia, se presenta además como la historia de David contra Goliat, porque si sacás los nombres, es una discusión de fuerzas desiguales entre una empresa de gran porte y un estado, en un debate sobre soberanía, que en definitiva es lo que está detrás, y es el gran tema de este tiempo. Entonces se estudia en la academia y es una referencia para hablar de esas cuestiones, sobre todo por el resultado, porque en la mitad de estos casos ganan las empresas. No pasa lo mismo a nivel público. Pero ahí hay una astucia del gobierno uruguayo de salir a pegar primero, de dejar grabado un mensaje para salir enseguida, porque las empresas tienen una estrategia de comunicación, que mandan un comunicado a todos los países donde tienen presencia y tratan de presentar el resultado como un empate, no como una derrota, construyen una realidad paralela a lo sucedido en los tribunales. Es muy obvio pero a veces no lo pensamos, hay una realidad que es la que se construye a nivel judicial, y otra es la que se comunica y se construye desde los medios de comunicación, la publicidad, desde todos los lugares desde los que se puede permear la consciencia de las personas.

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