Reem Al-Hajajreh se crio en un campo de refugiados cerca de Belén, en Cisjordania. Es palestina, de religión musulmana, y ha tenido que acostumbrarse a vivir apretada: el campo, que fue construido en 1948, después de la Nakba —catástrofe en árabe y término con que los palestinos se refieren al desplazamiento tras la guerra por la independencia de Israel— para albergar a 3.000 refugiados, ahora tiene más de 16 mil. Todos, concentrados en menos de un kilómetro cuadrado.
No era fácil, dice ella varios años después, mientras intenta ilustrar esa realidad a un público uruguayo, en su mayoría ajeno a lo que significa vivir en alerta constante. "Ser refugiado en tu propio país es un gran problema. Trabajaba como socióloga, ayudando a las personas, veía ese sufrimiento todos los días". En su recuerdo, cada vez que entraba el ejército israelí, madres lloraban por sus hijos, heridos iban a hospitales, otros iban presos a cárceles israelíes.
Su casa estaba bajo tierra, donde nunca entraba la luz del sol. El miedo aumentó cuando nació su hijo: miedo a que fuera herido, a que se convirtiera en mártir o a que terminara preso. Vio la muerte muy de cerca cuando el primer amigo de ese niño, otro niño de 13 años, fue asesinado.
"¿Qué pudo haber hecho, si es un niño? Mi hijo tiene derecho a vivir. Todos los palestinos tenemos derecho a vivir. Tenemos que llegar a la paz", dijo Reem Al-Hajajreh, directora de la organización palestina Women of the Sun durante una conferencia organizada por el Centro Ana Frank de Argentina y Mujeres Activan por la Paz, Red Iberoamericana, en el Palacio Legislativo, y que que sentó en la misma a las mujeres que integran la organización israelí Women Palestine y Woman Wage Peace. Están unidas por un reclamo común: que pare la guerra en Medio Oriente y ser parte de las negocionanes para llegar a esa paz.
"Compartimos los mismos principios, la misma moneda, muchos de nosotros se tratan en hospitales de Israel, hay médicos palestinos en esos hospitales, jóvenes van a trabajar a Israel. Hay algo a lo que se puede llegar. No se muestra ese lado", cuestionó. Por eso, decidió salir al mundo a contarlo.
La historia de Hyam Tannous es bastante distinta, aunque tiene algo en común con Reem Al-Hajajreh. Es árabe, como ella, pero israelí y cristiana. Nació en Haifa, al norte de Israel, después de la Nakba, y creció con amigas que no compartían su religión: una era judía; la otra, musulmana. Ese no era un problema. Sin embargo, recuerda despertarse en las noches con los llantos de su abuela. Cuando le preguntaba por qué, ella le contaba que era porque sus dos hijas habían sido echadas del país. "Entendí el dolor por el Holocausto y el dolor por la Nakba. No hay un monopolio del dolor. Somos dos pueblos que sangran", dijo ante el auditorio en el Salón de los Pasos Perdidos.
Resume en su historia la de muchos árabes israelíes: el 7 de octubre de 2023, dice, su pueblo atacó a su país. "Lloro a Israel y lloro al pueblo de Gaza, a los refugiados de 1948", dijo.
Ángela Scharf es otra historia posible en Medio Oriente: la de una mujer judía nacida en Viena, hija de padres que huyeron de Polonia en la Segunda Guerra Mundial, que después de haber terminado el liceo decidió ir a estudiar a Israel para entender, justamente, parte de sus raíces. Tuvo dos hijos, y después dos nietos, y por ellos fue que se involucró con WWP, en 2016, dos años después de su creación.
A la organización, que nuclea a unas 50 mil personas, israelíes y palestinas, le llevó nueve meses poder escribir una visión común. En el medio hubo discusiones tensas y llantos, y las obligó a acordar cada palabra. El resultado fue "El llamado de las madres", un manifiesto base al que vuelven cada vez que encuentran diferencias en su mirada sobre la guerra.
¿Genocidio en Gaza?
Después de que cada una contara su historia, hubo un espacio para preguntas del público. La primera fue sobre si las organizaciones consideraban que había un genocidio en Gaza, una palabra que divide las posturas con respecto a los ataques de Israel contra los palestinos. La organización prefirió desestimar la importancia del término. "La palabra no es importante, lo importante es lo que está pasando. No importa el nombre", fue la respuesta que se dio desde la mesa de exposición.
Otra de las preguntas fue si todos los palestinos querían verdaderamente terminar con la guerra, a lo que Reem Al-Hajajreh respondió que el 95% desea que haya paz, y que solo una minoría quiere seguir peleando, y eso está afectando y alterando la imagen que se ve en el resto del mundo.
¿Cuál es la solución posible para un conflicto que parece no tener fin? "Aceptamos cualquier decisión, lo que permita la vida para los dos pueblos, mientras tenga nuestra libertad, nuestra paz", fue la respuesta.