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7 de junio 2024 - 5:00hs

Sube con parsimonia los nueve escalones de entrada a la Universidad de la República, como si los recuerdos fuesen reconfigurándose a su paso. Lleva unas margaritas en la mano. Pasa por delante del rector. Se enfrenta a una pequeña urna de madera, tan pequeña que cabe entre los brazos abiertos. Lee la inscripción que reza el nombre de los restos que yacen dentro: “Amelia Sanjurjo: 23 de setiembre de 1936 – 6 de junio de 2023”. Repara en esa última fecha, le es importante. Saluda con un gesto de gratitud y congoja a la vez a los familiares de otros desaparecidos de la dictadura que llegaron a esta despedida. Hasta que se enfrenta al libro de recordación y escribe en imprenta: “Amelia, te dejé unas flores por Héctor, por los abuelos y por toda la familia. Seguiremos luchando hasta encontrarlos a todos. Sonia”.

Es 6 de junio de 2024, justo un año después de la icónica fecha en la que Sonia repara. La avenida 18 de Julio, la principal arteria de la capital uruguaya, está cortada a la altura de la Universidad. Una guardia de honor del Partido Comunista, forma a unos metros de la ciclovía como lo hacían sus viejas camaradas cada vez que había un caído en la revolución bolchevique. Alzan las banderas rojas con la hoz superpuesta al martillo en amarrillo. Son las mismas banderas por las que peleó Sanjurjo antes de su secuestro. Son las mismas que, al retirarse la urna para llevarla al cementerio de La Teja, dibujan un túnel imaginario, a la vez que sus militantes elevan los puños al grito de “tiranos temblad” del himno nacional.

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Amelia Sanjurjo no murió en realidad el 6 de junio de 2023. Ni siquiera se sabe cuándo la mataron. O, mejor dicho, quienes saben nunca se animaron a decirlo. Pero como sucede con los desaparecidos, la data de defunción es, paradójicamente, el día que se encontraron sus restos.

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“¡Muchas gracias por tu lucha, Amelia! Desde una joven que nació después de ese horror y tuvo la fortuna de que sus padres sobrevivieran. ¡Hasta siempre, compañera!”. El libro de recordación es una sinécdoque de esta despedida. Están los mensajes de sus compañeros de militancia, de los jóvenes que hicieron suya una causa, y hasta Gerónimo Sena, el joven que saltó a la fama en la ocupación estudiantil del liceo IAVA.

Embed - Se realizó homenaje y despedida a Amelia Sanjurjo

Los políticos desfilan sin colores partidarios. El senador socialista José Nunes lleva un prendedor en la solapa del saco con la forma de una margarita a la que le falta un pétalo. Es el símbolo de la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos. Su colega de bancada Silvia Nane (cossista) se acerca a uno de los organizadores y le susurra: “Fuimos demasiado buenos, tendríamos que tirarles abajo la puerta de los cuarteles hasta que hablen”.

La impotencia es un sentimiento que pocas veces va acompañado de la alegría. Pero, ¿cómo sentirse en el último adiós de una desaparecida de la dictadura cuyos restos fueron encontrados tras años de búsqueda?

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Jorge Fernández sabía desde el miércoles que este jueves no sería una jornada laboral cualquiera, no sería una despedida como las tantas que ha tenido que procesar en 30 años como sepulturero. Por eso esta mañana, cuando vistió el uniforme negro de necrópolis de la Intendencia de Montevideo, lo hizo con la tranquilidad de quien está cumpliendo un rol que a veces trae algo de paz al resto: “Es un día triste y feliz a la vez… es el segundo desaparecido que me toca enterrar y siento que no hay que parar hasta que les demos una real despedida a todos”.

Según el poeta francés Alphonse de Lamartine, “a menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en el mismo ataúd”. Tal vez por eso los deudos suelen hablar en presente sobre aquella persona que partió.

“¡Presente!”. Esa es la palabra que se escucha con fuerza en esta despedida. Suena cada vez que acaba un discurso. Tras los aplausos mientras la urna ingresa al auto fúnebre. En el cartel que un joven sostiene con el rostro de Amelia en blanco y negro.

Lille Caruso tiene bien presente aquel 2 de noviembre de 1977 —el Día de los Difuntos, para simbología de los creyentes—. Fue hace 46 años, 7 meses y 4 días. No le pudo dar el abrazo de despedida a Amelia, con quien compartía militancia en la novena seccional comunista de Montevideo (sí, los comunistas usan una jerga policíaca). “Enseguida me enteré que se la habían llevado. Estábamos en la clandestinidad, pero nos enterábamos de todo. Luego supe que se la habían llevado a la tortura en La Tablada. Por eso, y porque trabajo en derechos humanos desde hace años, imaginé que ella era la que estaba enterrada en el batallón 14”.

Dos años antes de la desaparición de Amelia, en 1975, la dictadura había detenido, luego torturado y asesinado al Álvaro Balbi, esposo de Lille. “Los compañeros sintieron los gritos y golpes y después… silencio total”.

Es posible que Amelia haya sido asesinada en circunstancias parecidas. Según escuchó una testigo, cuyo relato fue clave hace dos décadas en la Comisión para la Paz, “en una oportunidad la llevaban a rastras al baño y le insistían en que se parara, respondiéndoles ella que no podía. La última vez, al parecer, la venían a buscar para llevarla al piso de arriba a la sala de torturas. Se resistió y fue golpeada. Se escucha una corrida de la guardia y gritos que pueden señalar el momento de su fallecimiento”.

Su familia intentó buscarla. Pero, como recuerda Lille, “el paso del tiempo, el ser hija de padres separados y sin hijos fue haciendo que quedara muy sola… hasta ahora”.

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La falta de familiares directos hizo de su historia un desafío científico extra. Los restos encontrados en un batallón militar hace un año, no pudieron ser identificados en las primeras instancias. No coincidía con ninguna de las muestras genéticas que conformaban la base de datos de familiares. Hasta que un plan que implicó el envío por valija diplomática de muestras de sangre desde España e Italia, a la vez del intento de exhumación del cadáver de su difunta madre, hizo que ahora la pequeña urna llevara un nombre y un apellido. “Toda persona tiene un nombre/ que le dio su altura/ y el estilo de su sonrisa/ y su vestidura…”, recitaba Zelda Mishovsky.

Fue un año de pesquisas que al equipo de antropólogos que hallaron el cuerpo les significó un aprendizaje y la satisfacción del deber cumplido. Por eso en esta despedida son parte. Hacen la fila como Sonia y el resto de los presentes. Pasan frente a la urna de madera. Y en lugar de saludar a los familiares, son los familiares quienes los saludan a ellos.

“Cada uno procesa esta tarea como puede…”. Una de las investigadoras reconoce que, pese al profesionalismo y la disciplina científica, “es imposible no conmoverse cuando una familia encuentra algo de paz”. Hace dos años, ella y el resto del equipo recibieron un acompañamiento psicológico para sobrellevar esa ansiedad que implica ir cada día a un terreno cautelado de un batallón y excavar con la esperanza de que la tierra hable.

El libro de recordación es el que habla ahora, una anciana escribe con una letra redondeada: “La vida y la verdad se abren paso a la luz, como las flores parten el pavimento en los barrios… hasta siempre”.

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Amelia Sanjurjo Dictadura Desaparecidos Partido Comunista

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