Maximiliano Patrón empezó a trabajar como portero del Salvo sin grandes expectativas. Tres años atrás solo conocía al coloso de cemento que se ve por fuera y que parece ser parte permanente de la ciudad desde hace tantos años que ni se cuentan; pero una vez que puso un pie adentro su perspectiva del edificio comenzó a cambiar. Cobró vida. Se enteró de historias insospechadas, semi reales y semi imaginarias: de que un piso puede llegar a tener 50 apartamentos, de que un supuesto fantasma recorre el Salvo y de que todos los días entran personas hablando diferentes idiomas.
Como muchos en el edificio, no será Maximiliano quien ponga la línea divisoria entre lo real y lo imaginario. Ahora piensa que el palacio tiene magia y aunque no todo es rosas en su oficio, confiesa que le tiene un cariño especial. Como auxiliar administrativo, Patrón se siente la cara visible del edificio y asume la responsabilidad con orgullo, aunque deba afrontar roturas de caños, fallas en los ascensores, atender a los vecinos, pagar deudas y escuchar y contar las historias que se esconden en cada recoveco del edificio. "Todos los días el Salvo te enseña algo", admite.