Si bien había futbolistas relevantes lesionados como el capitán Cristian Rodríguez, Kevin Dawson y Xisco Jiménez, este partido se debía tomar como lo que era: una verdadera final. Había que ganar o al menos dejar todo en la cancha y esta vez, eso no pasó. Peñarol afrontó este partido como uno más, no como una final y allí estuvo el pecado.
Claro que enfrente estaba Progreso que viene segundo a un punto en el Clausura y que es uno de los equipos que juega mejor al fútbol. Pero eso no sirve como excusa.
A Peñarol le pasó lo mismo que en el clásico: dejó pasar la oportunidad, una tremenda oportunidad de quedar líder de la Anual a falta de una fecha y de ir por el tan ansiado “tri” el domingo ante otro conjunto dificilísimo como Cerro Largo en el Estadio Campeón del Siglo.
Y al final le salió barata. Porque Progreso –que había llegado más en el primer tiempo– fue una tromba en los 15 finales –incluso antes de la exagerada expulsión de Giovanni González a los 80’– y allí apareció la figura de la cancha: Thiago Cardozo.
El arquero suplente aurinegro salvó en ese lapso dos goles, el segundo intento, un tremendo disparo de Agustín González cuando solo faltaban 3 minutos. Pero ya antes le había sacado un tanto hecho a Gustavo Alles.
También resultó figura importante el otro golero, Nicola Pérez.
Si bien Peñarol llegó en cuentagotas, con el ingreso de Luis Acevedo en el segundo tiempo, hubo un poco más de acción en la cercanía del área.
El arquero de Progreso le sacó un gol a Fabricio Formiliano quien había cabeceado de manera poco ortodoxa.
Las ausencias en Peñarol se sintieron demasiado. Salvo la de Dawson, faltó creación en el medio. Diego López formó el mediocampo con Guzmán Pereira en el centro, Jesús Trindade y Matías De los Santos a sus costados.
Solo los piques de Facundo Pellistri llevaban cierto peligro y Viatri jugaba obligado de espaldas al arco y sin gravitar, justamente, el juego que menos le sirve. Allí, en ofensiva, también se sintió la ausencia de Xisco.
Los partidos no se ganan solo con actitud, pero hay encuentros que son determinantes y que deben marcar una temporada. Esos que hay que jugarlos con todo, sobre todo, si el equipo es un grande. Esta era la oportunidad, luego de haberla perdido en el clásico y de volver a pasar tras vencer a Fénix. El tren pasó, no una, sino un par de veces, y Peñarol lo dejó ir. Eso le puede costar carísimo. Más si se tienen en cuenta que los lesionados quizás no lleguen siquiera a las eventuales finales. Por eso tenía que ganar en el Paladino.
Nunca está bueno depender de otro y ahora se vuelve a dar esa situación. A este Peñarol, el que jugó contra Progreso, le faltó carpeta de campeón. Y eso no se vende en las farmacias.
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