El pasado 2 de abril se cumplieron cuarenta años del comienzo del conflicto bélico en las Islas Malvinas. Ese día, a los 65 años de edad, falleció en Nueva York, donde radicaba, Sergio Chejfec, amigo de humor y trato notables, fenomenal escritor argentino, creador de una literatura distinta, la única que a esta altura debería interesar. Rubén Darío lo inscribiría en la lista de “raros”. En febrero le habían diagnosticado cáncer de páncreas. La cosa fue fulminante. No quiero recurrir al lugar común y decir que su muerte, acontecida justo cuando su imaginación disfrutaba lo mejor de la fiesta, “me dejó helado”. Fue un sentimiento inaudito más allá de eso, algo sin relación alguna con la temperatura. En todo caso, su muerte, casi sin decir agua va, fue un puñetazo al corazón del raciocinio. Me costó creer que la realidad había traído esa noticia y que era verdad. A las debacles con muerte incluida nadie puede acostumbrarse, por más tiempo que se tenga estando en esta vida. Una mañana uno se levanta sano, con ganas de seguir viendo el sol a cualquier hora, y en la tarde le anuncian que la cuenta regresiva hacia el final comenzó, y que va muy rápido. Ninguna narración presenta tan bien ese escenario catastrófico inesperado, de agonía y resignación, como El hombre muerto, cuento magistral de Horacio Quiroga. La historia es más o menos así. Un hombre en compañía de su machete está limpiando las malezas de su campo ubicado en la selva, esperando la llegada del mediodía para almorzar con su joven mujer y su hijo pequeño. De pronto ocurre un accidente salido de lo menos pensado y la muerte pasa a tener mayor preponderancia y realidad que la vida al acabarse. Quiroga lo cuenta con exactitud de maestro relojero: “El hombre intentó mover la cabeza en vano. Echó una mirada de reojo a la empuñadura del machete, húmeda aún del sudor de su mano. Apreció mentalmente la extensión y la trayectoria del machete dentro de su vientre, y adquirió fría, matemática e inexorable, la seguridad de que acababa de llegar al término de su existencia. La muerte. En el transcurso de la vida se piensa muchas veces en que un día, tras años, meses, semanas y días preparatorios, llegaremos a nuestro turno al umbral de la muerte. Es la ley fatal, aceptada y prevista; tanto, que solemos dejarnos llevar placenteramente por la imaginación a ese momento, supremo entre todos, en que lanzamos el último suspiro”.
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