Nacional > Lejana y añorada isla

Buscó una vida en Uruguay, lo acorraló la pobreza y ahora sueña con volver a Cuba

La peripecia de Gustavo, un migrante que intentó rehacer su vida en el sur
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06 de agosto de 2018 a las 18:00
 
Gustavo come en el suelo porque esta vez no ha conseguido un lugar en el comedor, donde se encuentra el resto de los habitantes de la pensión ubicada en el centro de Montevideo. Entre grietas y manchas de humedad está Gustavo, quien llegó de Cuba y encontró un hospedaje accesible luego de dormir unos días en la calle, ya que la situación económica no le permitía un lugar mejor que la acera.
 
Por fuera el lugar no parece ser malo, una casa colonial pintada de un gris opaco que deja ver algunos trozos de pared blanco gracias a la caída del revoque. La puerta tiene algunas rajaduras, pero nada que no se pueda arreglar.
 
El lugar alberga a 20 personas, una cifra mínima si se considera a los 13 mil inmigrantes que solicitaron residencia en Uruguay en el año 2017. Más de la mitad aún sigue en calidad de refugiado, y solo puede trabajar en negro.
 
Esto sucede porque si no consiguen salir de esta categoría, no se les otorga la cédula de identidad necesaria para poder trabajar. El caso de Gustavo no es la excepción. El cubano es un tipo alto y muy flaco. Usa barba al ras y dos rastas sobre la nuca que disimulan sus 35 años. Sus ojos son de color oscuro pero tienen un brillo constante. No vino por el turismo ni por negocios: buscaba un futuro mejor para luego traer a su familia.
 
Las puertas de las habitaciones dan a un largo corredor pintado de verde; dicho espacio es utilizado de patio para plantar plantas y colgar ropa. También es el sitio donde todos los que arribaron a Uruguay en busca de un futuro mejor se encuentran. La habitación tiene dos camas de una plaza separadas por un ropero viejo que está trancado con candados oxidados. La cama de Gustavo no tiene colchón y en su lugar hay dos frazadas polares. Con dos panes flautas sobre el piso y una taza con el asa quebrada llena de café frío, Gustavo cuenta que no puede estar mucho tiempo encerrado debido a que padece de asma.
 
Encima de la cama un crucifijo brilla en la oscuridad. Debajo de él, una foto de su familia, a la que no ve desde hace un año. Sus dos hijos quedaron en Ciego de Ávila, Cuba, y su esposa murió allá de cáncer de colon, lejos de su marido. Gustavo quiere volver, pero no ha juntado el dinero para hacerlo. Mientras prueba un bocado de los fideos que tiene sobre el plato de plástico rojo, sus ojos no pueden contener las lágrimas. Llegó otro extranjero y le preguntó si quería ir a comer en el comedor, y él sacudió la cabeza tratando de decir que no mientras disimulaba el llanto. La puerta que separa el cuarto del pasillo no tiene vidrios y está remendada con pedazos de bolsas blancas del supermercado Disco.
 
La habitación no tiene ventana, al que no paga la cuota primero le cortan la luz y luego lo invitan a retirarse. "O duermo en la calle o pago la pensión", dice. Para volver a su ciudad necesita US$ 2.000, ya que aún está en calidad de refugiado y sólo puede volver sin pasar por la aduana. Dijo que va todos los días al Ministerio de Relaciones Exteriores desde hace cuatros meses y el Estado uruguayo no le ha dado la documentación necesaria para salir de esa categoría.
 
Para llegar a Uruguay, Gustavo fue a Guyana, luego a San Pablo y Porto Alegre hasta que pisó suelo uruguayo en un ómnibus con destino a la ciudad de Rivera. Afuera de la pensión, se escuchan distintos acentos, pero ninguno es uruguayo. Gustavo se levanta y se dirige a su "ropero", un cajón de verduras blanco donde tiene toda su ropa doblada. Las prendas son tan escasas que el cajón queda muy grande. Se agacha y toma una campera polar, la sacude para quitarle el revoque de las paredes y se la pone. "Aquí el invierno es como en Alaska", opina mientra ríe.
 
Él trabaja en la cosecha de manzanas, pero no es algo estable. Cuando lo necesitan lo llaman, si esto no sucede debe quedarse en su casa y esperar a que el celular suene. Cuando lo llaman, sale corriendo porque puede ser la posibilidad de salir a "hacer la platita" o la llamada de sus hijos cuando logran conectarse a una red wifi de Cuba. Esto implica una alegría en su vida, la sensación de que por un momento escapa de aquel lugar y se acerca un poco a sus seres queridos.
 

Aire

Gustavo se dirige a la pileta, se acomoda el pelo y mira a un espejo rajado a la mitad. Sale de su cuarto y se va a lavar sus cosas. En la cocina se escuchan muchas voces y las manchas de humedad han desaparecido, pero el veneno para ratas está en cada esquina. Hay grasa en las paredes y fuerte olor a fritura. El frío se cuela entre las ropas.
 
Llega un hombre alto, de pelo corto y tez morocha, Richi, un dominicano que es amigo de Gustavo.
 
—Así que ahí estás, chico —dice Richi mientras lo abraza.
—Aquí estoy, colega, tratando de asear las cosas pa´ poder seguir con mi rollo.
 
Luego de secar el plato y los cubiertos con un paño viejo, Gustavo va en busca de una manzana, la misma que ha cosechado hace una semana. Como forma de pago, cuando no llega a recaudar el total de la cuota, deja manzanas para el uso común de la pensión y de esta manera salda una mínima parte de la mensualidad. A pesar de que la mayoría de los meses tiene el dinero para pagar, prefiere guardarlo con el objetivo de llegar a Ciego de Ávila lo antes posible.
 
Gustavo atraviesa un patio interno para llegar al cuarto de Richi. La habitación es mucho más chica que la de él. Las paredes son negras por completo, debido a los hongos que provoca la humedad. El techo está cruzado por un cable negro que lleva corriente de un lugar a otro y no tiene luz porque Richi está atrasado con la cuota. Gustavo entra y le pide un buzo de lana bordó para ponerse por debajo de su campera. Luego vuelve a la cocina para comer una manzana.
 
Mientras come, el cubano mira el balde negro que está por la mitad de agua. Llovió por más de una semana y el único salvataje fue poner aquel balde para atajar una gotera que caía del techo de zinc. Gustavo tira lo que queda de la manzana y sale a dar una vuelta porque siente que le está por dar un ataque de asma. Mientras busca más aire, piensa en su lejana y ahora añorada Cuba.
 
 
(El nombre del protagonista de esta historia es ficticio, ya que él lo pidió para proteger su identidad)
 
 
 
 
 

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