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Católicos de misión callejera encuentran rechazo y nostalgia

Voluntarios católicos tratan de convencer a la gente en persona
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05 de mayo de 2019 a las 05:00

En Las Heras y Navarra hay una mesa con un mantel blanco, rosarios, cruces, un recipiente con folletos. Al costado hay un parlante en donde suena una canción de murga que habla de Jesús, cuyo volumen ajusta Antonio Silva, con su chaleco amarillo. Los otros seis, todos con sus chalecos, miran pasar la gente y tratan de hacer contacto visual para asegurarse receptividad o estar atentos a una “nostalgia” que creen puede aflorar con estímulos precisos.

Es viernes de mañana y son pocos lo que se dan cuenta quiénes son o qué están haciendo. “Vienen de la inspección general”, había gritado un feriante cuando los vio pasar por delante de su puesto antes de que se instalaran en la esquina.  “No, somos de la iglesia”, corrigió luego de unos segundos de silencio Albertina Vilar del Valle, una de los siete voluntarios de la parroquia San Ignacio (Villa Dolores) que fueron hasta la feria para “escuchar a la gente”.

La misión Casa de Todos, es una estrategia, una campaña de comunicación que la Iglesia Católica lanzó hace 15 días como no lo había hecho antes en Uruguay y que involucra a todas las parroquias de Montevideo. La finalidad es, precisamente, acercar el catolicismo a aquellos simpatizante que con el tiempo dejaron de ir a misa y tratar de recuperar el territorio que le han arrebatado otros grupos cristianos que desde siempre han recorrido los barrios para buscar fieles.  Por lo que la iglesia decidió salir a la calle: recorrer ferias, plazas y parques, pararse en los semáforos, o ir casa por casa por casa. 

“Hemos perdido un poco la vocación misionera, y siempre estuvimos muy cómodos acá esperando a que vengan y no nos visita ni el loro. Vienen a lo sumo tres abuelitas”, dijo a El Observador el padre Ignacio Rey Nores, uno de los seis coordinadores del grupo que lidera el cardenal Daniel Sturla y que desde el año pasado trabaja en el programa misionero Jacinto Vera, que es en donde surgió la iniciativa Casa de Todos.

Rey Nores es un jesuita argentino que fue enviado a Montevideo en 2010 y que tras pasar por el Colegio Seminario y la Universidad Católica hoy es el párroco de San Ignacio, a dos cuadras de la feria de Las Heras. Él es de Córdoba, y allá –cuenta– los jesuitas tienen más costumbre de ir al encuentro con la gente. 

Pero aquí encontró que el uruguayo es diferente. “Tal vez por una suerte como de respeto siempre esperábamos que vinieran. Pero en ese estar esperando nos dimos cuenta que mucha gente dejaba de participar, y entonces hay otros grupos que son muchos más proselitistas, que están mucho más copados y que salen a las casas, sobre todo en las zonas periféricas”, reconoció Rey Nores, sin perder el entusiasmo.

“Si vas a los barrios –siguió– te das cuenta que la mayoría pertenece a distintos cultos o están con los evangélicos, los mormones, los Testigos de Jehová, que son quienes los visitan”.

Según datos del Latinobarómetro de 2018 difundidos por El País días atrás, la cantidad de fieles católicos descendió a niveles históricos: solo uno de cada tres dijo practicar esta fe, y la tendencia es firme en los últimos 23 años: en 1995 había un 60% de uruguayos católicos.

“Pone en cifras algo que ya veíamos. El descrecimiento de la práctica de la fe es una realidad en todo América Latina”, lamentó el cura.

No, no

Sandra Fernández no esperó. Ni bien terminaron de armar la mesa le cortó el paso a una vecina: le pareció que los había mirado con curiosidad, y la tomó suavemente de sus hombros. “Buenos días, señora, vi que nos estaba mirando”, le dijo Fernández, y se presentó: “Somos de la Iglesia Católica”; pero la mujer la miró con distancia, y le respondió: “No, no” con sequedad, y se fue de prisa. 

“¿Son de acá del barrio?”, preguntó al rato, con simpatía, Luis Terra, a una pareja que pasaba caminando sin detenerse. “Nooo”, le gritaron ellos, sin simpatía. Pero hay algunos que aceptan conversar, que recuerdan el bautismo en la parroquia y que se llevan un folleto en el que se anuncia la actividad central de la misión el sábado 11 de mayo en la iglesia de San Ignacio, en donde habrá exposiciones artísticas, una lectura bíblica y espacio para testimonios. 

 “¿Viste cómo es? Dos te dan bola, cuatro no”, evaluó Rey Nores, rato después. 

En el Manual del Misionero, que los voluntarios debieron estudiar en los talleres previos a salir a las calles, hay algunos criterios para tomar como referencia a la hora de interactuar con la gente. “Escuchar, atender la situación de cada persona, no juzgar, no caer en moralismos”, dice uno de los puntos.

 

Otro, siguiendo las enseñanzas de Jesús, da sugerencias sobre cómo reaccionar ante el rechazo.  “‘Sonrisa y adelante’ decía un sabio sacerdote. Nosotros no vamos ni queremos imponer nada. El evangelio es siempre una propuesta a la libertad de la persona. Si experimentamos el rechazo recordemos que el mismo Jesús lo sufrió”, describe el texto de poco más de diez páginas.

Alineado a las consignas, Antonio Silva, coordinador de la “comisión feria” de la parroquia, contó que tienen una regla de oro y es: “No ponerse a discutir con los vecinos”.

“El cliente siempre tiene la razón”, agregó bromeando Terra, otro de los voluntarios que es ingeniero agrónomo de 54 años.  Así, procuran seguir la sugerencia del manual de “no polemizar”, ni aun en el caso de que se encuentren “con hermanos de otras religiones, sobre todo aquellos que argumentan con pasajes bíblicos criticando la Iglesia Católica”.

Jóvenes

Para Terra hay dos elementos principales y uno clave, que es ofrecerse para escuchar los problemas ajenos. El primer elemento es la “matriz religiosa de la gente” que todos los que alguna vez tuvieron una vida católica mantienen de forma latente, dice.

Esa es la “nostalgia de lo vivido” a la que se refería Sturla en una entrevista que dio a El Observador semanas atrás cuando explicó detalles de esta misión. “Los que han vivido la experiencia de la iglesia tienen, la inmensa mayoría, una experiencia positiva. Pero después se van alejando”, dijo entonces el cardenal, y señaló también que a eso contribuye “la gente de afuera, con la que conviven en el trabajo, estudio, etcétera, (y que) alimenta y consolida esa opción por alejarse”.

Eso lo constató Fernández, cuando detuvo a una mujer que traía una niña en brazos y que no quiso, al principio, saber nada con la iglesia.

“¿Qué tenemos que hacer para mejorar?”, le preguntó, y ella pidió que la institución se modernice. “No tiene nada que ver con la vida real. Se predica mucho y se hace poco. Hay que ser buena gente pero no solo de la boca para afuera”, le dijo, aunque al final aceptó un rosario y se comprometió a visitar la parroquia el sábado 11.

Por eso, según  Terra, los jóvenes son el segundo elemento. Dijo que prestan atención a su mensaje, que le ha ido bien cuando se ha acercado para hablarles; que son “muy receptivos”. “La otra vez había un grupo de siete, me acerqué, y hubo como tres que agarraron”, contó, antes de descubrir que en el almacén detrás de la mesa había cuatro adolescentes, estudiantes del colegio Cervantes, que conversan.

Terra se acercó y aún no había terminado de hablar cuando dos ya se habían retirado, pero los otros siguieron escuchándolo con atención. El hombre les ofreció un lugar “donde compartir algún problema”. Un profesor de matemáticas del colegio –a media cuadra del lugar–  se acercó e interrumpió la charla para decirles a los jóvenes que debían volver a clase.

Entonces uno de los dos se fue tras los pasos del docente, y solo uno se quedó. Se llama Fabricio y a los pocos segundos alcanzó a su compañero. Llevaba en sus manos el folleto que le entregó Terra y se comprometió a ir a la iglesia el 11.

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