Las miradas apuntan al país continente de América del Sur.
Una nota en The Washington Post titula este viernes primero de mayo: El Brasil de Bolsonaro está sentado sobre una bomba de tiempo. Tic-tac, tic-tac…
En Time, según un despacho de la agencia Associated Press, se dice que Brasil está comenzando a ser un punto caliente del coronavirus.
A su alrededor, desde Venezuela, al norte, hasta Uruguay y Argentina, al sur, testean con creciente preocupación el curso del virus por esa nación de la que todos son frontera. También Paraguay, con pocos casos y muy pocas muertes.
Fronteras porosas, por las que entran y salen personas, camiones, mercancías.
Los números, que no dicen toda la verdad de la pandemia, y menos en esta Latinoamérica huérfana de estadísticas fiables, colocan a Brasil como el décimo país del mundo con más contagios confirmados hasta ese viernes: 87.187, más que China, dónde comenzó todo, y 6.006 víctimas mortales, también más que China.
Si el exministro de Salud brasileño, Luiz Henrique Mandetta, está en lo cierto, lo peor está por venir. Y hay la sensación –por lo que apuntan medios del país e internacionales, y expertos y organismos– que la pandemia puede escapar al control de sus autoridades.
Mientras en Venezuela, Chile y Bolivia, entró en larga cuarentena el conflicto político-social, en el Brasil de Bolsonaro, como dice el Post, hierve la discordia: entre el presidente y los gobernadores de Estado que creen en las medidas de confinamiento para detener el virus; entre el presidente y el parlamento que quiere más recursos para atender la crisis; entre el presidente y los tribunales de justicia que le recuerdan que su país es una democracia, cuando él sale a aplaudir a los que claman por “intervención militar ya”.
Y entre el presidente y su propio gabinete: en el lapso de una semana (del 17 al 24 de abril) se quedó sin dos de sus más reconocidos colaboradores: Mandetta, que salió distituido, y Sergio Moro, el hombre que le daba barniz anticorrupción a su gobierno desde el ministerio de Justicia. Moro al renunciar acusó al presidente de “injerencia política” y abrió otra cuenta en las investigaciones judiciales.
¿Por qué se guía Bolsonaro para proceder como procede?, es una pregunta sin respuesta. Pero alimenta temores entre sus vecinos y acumula para sus rivales políticos los episodios para un “impeachment”, el juicio político, del que cada vez se habla más, aunque la base de apoyo del mandatario le sigue siendo fiel.
Un despacho de la AFP reporta que pese a salir de esas dos figuras de su gobierno, de que está siendo investigado por obstruir la justicia y de que la economía se hunde, la encuesta Datafolha de este lunes pasado le da al mandatario una aprobación más alta que en diciembre pasado: de 30% a 33%.
La nota de Time comienza afirmando que el alza en los casos de coronavirus está saturando hospitales, morgues y cementerios y que Brasil está cerca de ser uno de los puntos más calientes en la crisis pandémica.
Cita el testimonio de un conductor de un carroza funeraria en Manaos, la ciudad más grande del estado de Amazonas, que señala que estuvo trasladando cuerpos uno tras otro durante 36 horas sin parar. Su empleador, añadió, tuvo que contratar otro coche.
Diarios brasileños dan cuenta de que en seis estados del país las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) están por encima del 70% de ocupación: en Espiritu Santo, Pará, Ceará, Amazonas, Pernambuco y Río. En San Pablo, donde hay más casos y más muertes, el índice es apenas inferior: 69%.
En Río de Janeiro y en al menos otras cuatro ciudades, las autoridades médicas han advertido que están al límite.
Los expertos sostienen, por tanto, que la cifra real de infectados es mucho más grande que la cifra oficial, porque además de que no se realiza el número de pruebas que se requiere, las que efectivamente se hacen tardan largo tiempo en procesarse.
“Estamos viendo una foto del pasado”, dice Domingo Alves, profesor adjunto de medicina social de la Universidad de San Pablo.
Científicos de la Universidad de San Pablo, pero también de la Universidad de Brasilia y otros instituciones que calculan que el número real de infectados es, por tanto, mucho más grande, entre 587.000 y 1.1 millón de personas.
La capacidad de Brasil para realizar pruebas de diagnóstico de coronavirus es de 6.700 por día pero, para cuando llegue el pico, que Mandetta previó para mediados de mayo, necesitará realizar 40.000. Y el país carece del análisis y los reactivos indispensables. Además, 15% de la población del país (unos 35 millones de personas) viven en regiones en las cuales se carece de las UCI.
Mientras el presidente Bolsonaro ha insistido en su política contraria al confinamiento y en su lugar plantea apostar por un aislamiento selectivo de las personas mayores de 70 años o enfermos crónicos y quienes se encarguen de su cuidado, sus vecinos en el área sudamericana han incrementado su preocupación por lo que consideran un comportamiento tan laxo,según el artículo del Post. Y temen que Brasil se pueda convertir en un “súper propagador”
Alberto Fernández, presidente Argentina, señaló que mucho tráfico viene de San Pablo donde la infección tiene una tasa “extremadamente alta”. Al mandatario no le parece que el gobierno brasileño esté tomando la crisis con la seriedad que requiere.
“Eso me preocupa mucho, asintió Fernández, por la gente en Brasil y porque puede ser llevado a Argentina”.
El reporte que difunde el Post indica que las autoridades argentinas en las provincias fronterizas con Brasil están trabajando en corredores de seguridad para que los camiones brasileños puedan entrar al país y entreguen su carga sin entrar en contacto con gente.
Una situación que también ha prendido las alarmas en Uruguay, como lo expuso el presidente Luis Lacalle Pou, que dispuso medidas estrictas de control en las ciudades fronterizas con Brasil.
En Paraguay, efectivos militares han puesto una trinchera en la carretera principal para entrar en la ciudad Pedro Juan Caballero, vecina de la brasileña Punta Porá, en Matto Groso del Sur, para impedir que la gente pase caminando. En este país hay solo 250 casos confirmados de coronavirus y las fronteras permanecen cerradas desde el 24 de marzo.
La preocupación llega hasta Florida, en Estados Unidos, donde reside una amplia comunidad brasileña. El gobernador republicano Ron DeSantis quien le expresó a Donald Trump sus temores. “Brasil tiene gran capacidad científica y económica pero claramente no está siendo liderado por parámetros científicos en la lucha contra el coronavirus”, dijo.
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